Ayudé al hombre y lo llevé al hospital, donde permaneció bajo observación durante horas. Finalmente, cuando pude acercarme a hablar con él, su mirada era una mezcla de dolor y resentimiento, como si cada palabra fuera una lucha contra algo invisible.
—Ese tipo me hizo algo —dijo con voz ronca—. ¿Eres su amigo? Dime qué me hizo.
Lo miré con calma, manteniendo el control, aunque por dentro sentía una mezcla de enojo y curiosidad.
—No soy su amigo —respondí con sinceridad—. Lo encontré entre los enfermos, solo sé que se llama Damián.
El hombre bufó, como si la mera mención del nombre lo hiciera hervir de rabia.
—Ya lo sé —dijo—. He oído hablar de ese infeliz. Ese desgraciado es el que se metió con los dioses.
Fruncí el ceño, intrigado.
—¿De qué hablas? —pregunté, intentando mantener la calma.
—Hace un tiempo hubo una pelea en el mercado —empezó, su voz bajando, cargada de misterio—. No sé exactamente qué mierda pasó, pero sé que el hijo de Leni estaba involucrado. Tuvieron una fuerte pelea contra los dioses. Los tres le lograron hacer frente a uno de esos de cabello blanco.
Aquella revelación me golpeó con fuerza, aunque no dejé que se notara en mi rostro.
—No lo había escuchado —dije con voz baja—. Cuéntame más.
Pero el hombre solo me miró, desconfiado.
—Ese tema te interesa, ¿no? —musitó—. No te diré una mierda hasta que me traigas a ese infeliz.
Suspiré, sintiendo el peso de la situación aplastarme.
—El doctor dijo que tienes una enfermedad grave —le informé con firmeza—. No sobrevivirás mucho más, y sufrirás aún más si no me lo dices .
Él me miró fijamente, negando con la cabeza.
—No me mientas —replicó con dureza—. Yo no estoy enfermo.
—Eso dijo el médico —insistí, sin perder la paciencia.
Una sombra cruzó su rostro, y sus ojos brillaron con una mezcla de miedo y rabia.
—Ese tipo... por eso lograron hacerle frente a ese otro desgraciado —murmuró—.
—¿De qué hablas? —volví a preguntar, mi tono más firme, listo para cualquier revelación.
El hombre, en un arranque de ira, me agarró del cuello de la ropa con fuerza.
—Tú eres el responsable de esto —gruñó, apretando.
Sentí el tirón, pero no retrocedí. Respondí con voz firme:
—Suéltame.
—Ese tipo me enfermó, y tú lo ayudaste —me acusó con ojos llenos de odio.
—No seas estúpido —respondí, manteniendo la calma—. Él es un sanador.
—Un sanador no se enfrenta a los dioses y les gana —escupió con desprecio.
Me soltó de repente, su rostro se endureció mientras se alejaba.
—No sé preocupe ya se dónde buscar , le prometo que su situación no se quedará así —
El hombre me miró desconfiado , yo también lo haría , después de todo si tenía una gran culpa en lo que le había pasado , finalmente murmuró algo inentendible y se fue .
Mientras lo veía irse, sentí un nudo en el estómago, consciente de que esta misión era mucho más que una simple búsqueda y yo estaba en el centro de todo, aunque aún no entendía por completo qué papel debía jugar.
Tenía demasiadas preguntas y dudas ¿Qué había hecho Damián para enfrentarse a esos seres poderosos? ¿Qué osadía era esa para desafiar a quienes parecían intocables?
En el fondo, una parte de mí dudaba. Dudaba de esta misión , de las órdenes que seguíamos ciegamente, y de la justicia que creía defender. No podía evitar preguntarme si, en esta guerra invisible, acaso no éramos más que piezas en un juego mucho más grande, manipulados sin entender el verdadero tablero.
Pero también sentí algo más: una chispa de determinación. No podía permitir que la oscuridad se apoderara de mí ni de quienes dependían de mí. Tenía que encontrar a Damián, no solo para cumplir la misión, sino para entender qué había detrás de esa lucha .
Mis dedos se apretaron en puños mientras respiraba hondo.
Salí del hospital; ya era el día siguiente, pero aún muy temprano. Las calles estaban vacías, silenciosas, y el aire fresco de la mañana golpeaba mi rostro mientras caminaba con la mirada baja, atrapado en un torbellino de pensamientos.
Pensaba en Damián, en lo que le había hecho a ese hombre y en lo que eso significaba. No había duda: no era un habitante común de este planeta. Tenía habilidades, al igual que Lucian, pero... ¿cuáles eran? Esa pregunta ardía en mi mente con intensidad.
Él era peligroso, incluso para los dioses. Si eso era cierto, entonces la divinidad de ellos estaba rota, vulnerable. Por eso, seguramente, lo querían tanto, o tal vez había algo aún más oscuro y profundo detrás de todo esto.
El simple pensamiento de enfrentarlo me helaba la sangre. Si reaccionaba mal, las consecuencias serían devastadoras. Pero, al mismo tiempo, él también parecía ser un dios, o algo parecido.
Quizás esa era la razón por la que ni siquiera Eirian había bajado personalmente a resolver este asunto. Porque le tenía miedo.
Con cada paso, la certeza de que estaba atrapado en un juego mucho más grande y peligroso se hacía más fuerte, y yo solo podía seguir adelante, aferrándome a la única opción que tenía: la búsqueda.
Rápidamente me dirigí a la casa de Leni, mientras caminaba marcaba a mis amigos y a Rowan para que se reunieran cuanto antes.
Al llegar, fue Lucian quien me recibió en la puerta, su expresión revelaba esa mezcla entre curiosidad que le caracterizaba.
—Tienes una cara de pocos amigos —comentó, arqueando una ceja—. ¿Qué sucedió?
—¿Dónde está? —pregunté sin rodeos, directo al grano.
Lucian soltó una risa seca y respondió:
—Crei que solo Rowan estaba loco pero veo que hay otro loco suelto, no estamos escondiendo al ladrón.
En ese momento llegaron Rowan, Enora y Luk, con caras tan tensas como la mía.
—¿Quieres que otra vez rebusquen en tu casa? —dije , con un deje de molestia—.
—Adelante, hazlo —respondió él desafiante—, pero mi mamá no les dará una sola arma más.
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hay amor y aventura, hay tristeza y felicidad, hay amor entre hombres
Editado: 25.10.2025