Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 5

Damián

Caminaba junto a Lucian y Andre por las calles abarrotadas de un mercado que, para ser inicio de semana, parecía una fiesta de ruido y movimiento. Los vendedores gritaban sus ofertas, el olor a especias, pan recién horneado y fruta madura se mezclaba con el aroma más áspero del sudor y el polvo.

—Odio hacer las compras —murmuró Andre, esquivando a una mujer que cargaba un cesto de verduras.

—Yo también —respondió Lucian, rodando los ojos—, pero mamá dijo que dejemos de estar entrenando.

Yo sonreí apenas.

—A mí sí me gusta. Me recuerda cuando hacía las compras con mi papá —dije.

Sentí un pequeño nudo en la garganta, pero lo escondí mirando un puesto de frutas como si estuviera evaluando la calidad de estas. Lucian me lanzó una mirada rápida, una de esas que duran menos de un segundo, pero que dicen más que cualquier palabra.

—Es bueno que te hayas animado a salir de casa —comentó.

Tenía razón. No lo había admitido en voz alta, pero todavía me sentía como si caminara sobre un suelo que podía romperse en cualquier momento. Esa sensación de que, aunque todo estuviera aparentemente en orden, por dentro aún no me había recuperado.

Evité su mirada. Fingí que revisaba los precios en un cartel escrito a mano. La verdad es que todavía me sentía como si caminara sobre un suelo agrietado, y cada paso pudiera romperlo.

—Bueno —dijo Lucian, sacando una hoja arrugada de su bolsillo y agitándola como una bandera—, empecemos con esta tediosa lista y vayamos a seguir entrenando.

Asentí sin decir nada. Me dejé llevar por el flujo de la gente, intentando que el ruido del mercado llenara los huecos en mi pecho.

Cuando Lucian estaba revisando la lista, lo vi. Eirian.

Delante de nosotros, sujetando con fuerza el brazo de una chica más joven que nosotros.

—¡Suélteme, no quiero ir! ¡Mamá, ayúdame! —gritaba ella, desesperada.

—Ya cállate… o la mato —replicó él con frialdad.

—¡No quiero ir contigo! —insistió la joven.

Era hermosa, y todos sabíamos por qué Eirian se la llevaba.

—Damián… vayamos por otro lado —murmuró André, con una urgencia que sonó lejana en mis oídos.

No podía apartar la vista de ese maldito de cabello blanco.

El bullicio del mercado se desvaneció, como si el mundo entero hubiera quedado en silencio. Solo lo veía a él. Sentí cómo mi pecho se encogía y cada latido retumbaba en mis oídos como un tambor de guerra. Mis dedos se cerraron hasta que los nudillos me dolieron, la sangre ardiendo en mis venas.

Ahí estaba… el monstruo que me arrebató todo. El asesino de mis padres.

Su mera presencia me revolvía el estómago, pero al mismo tiempo me empujaba hacia adelante, como si una fuerza imparable me arrancara el control. Quería arrancarle esa sonrisa soberbia del rostro. Quería verlo suplicar. Quería… acabar con él.

Mis amigos intentaron detenerme, convencerme de que diéramos la vuelta, pero yo ya había dado un paso al frente.

—¡Ey, imbécil! Te están diciendo que la dejes —espeté.

—Ah, este tipo otra vez… —rió con burla—. ¿Quieres morir?

—Déjala… y evitaremos el conflicto —dije, controlando a duras penas mi voz.

Eirian soltó una carcajada que me heló la sangre.

—¿Crees que puedes ganarme? Ja… este tipo. No has escuchado que nadie puede hacerle frente a los dioses. Ni aunque todo este planeta de mierda se uniera, podrían contra mí.

Lucian y André se colocaron a mi lado.

—Cuando nos lo digas, Damián —dijo André.

En ese momento, los soldados que acompañaban a Eirian nos rodearon.

Andre y Lucian extendieron sus manos hacia mí.

Las tomé sin vacilar. En cuanto mis dedos rozaron sus pieles, sentí una oleada de energía recorrerme como un relámpago, cargándome con sus dones. El pulso de Andre, frío y preciso, me regaló la habilidad de desgarrar el espacio. La intensidad latente de Lucian me sumergió en un mar de emociones ajenas, un torrente de pensamientos que no eran míos. Mi respiración se aceleró… y entonces lo vi.

Eirian.

El maldito príncipe de cabello blanco, aún sosteniendo a la joven como si fuera un trofeo.

Sin pensarlo, me impulsé hacia él. El aire silbó en mis oídos mientras mi cuerpo se tensaba como un proyectil. Eirian, lejos de esquivar, me esperaba con una calma provocadora, dispuesto a recibir mi golpe. No le di el gusto.

Abrí un portal justo antes de impactar, y en un parpadeo aparecí detrás suyo. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cuello como un lazo letal; sentí la presión de su tráquea contra mi muslo. Con un giro brutal de cadera lo derribé, estampándolo contra el suelo con un estruendo que levantó polvo y fragmentos de piedra.

Pero el príncipe era rápido. Antes de que el polvo se asentara, se incorporó como si nada. Su mirada me buscó… y no me encontró.

Ya estaba en otro portal.

Emergí desde un lateral y, con todo mi peso, lo lancé contra la fachada de un edificio cercano. El impacto hizo temblar las paredes; trozos de yeso y vidrio llovieron sobre la calle.

No me detuve. Abrí otro portal detrás de él, dispuesto a golpearlo de nuevo, a romperlo una y otra vez… hasta que sus huesos recordaran quién era yo.

Pero esta vez, Eirian me esperaba.

Su mano, fría y firme como el acero, se cerró en torno a mi cuello. Sentí cómo el aire me abandonaba. En un movimiento demoledor me levantó del suelo y me estampó contra él. El mundo giró en un torbellino de dolor.

—Ya fue suficiente —su voz retumbó como un trueno—. No olvides que soy un dios.

Eirian me lanzó un golpe brutal en la cabeza, y el mundo giró a mi alrededor antes de que el suelo recibiera mi peso con un impacto sordo. Sentí la sangre deslizarse por mi frente, mezclándose con el sudor y la tierra. Pero entonces, en medio del dolor, un fuego ardiente estalló dentro de mí —el recuerdo de mis padres, de todo lo que había perdido— desató una rabia feroz que no podía controlar.




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