Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 6

De repente, Damián se detuvo en seco, obligándome a frenar. Alcé la vista y vi a dos mujeres hermosas, tan parecidas entre sí que era imposible no notar el parentesco. Una lucía mayor que la otra. Ambas tenían el cabello rubio, ojos azules, piel blanca y rasgos delicadamente femeninos.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Damián con voz tensa.

La menor fue la primera en hablar.

—Damián… estamos… bueno, ya lo sabes. Se cumplen seis años desde que mi papá fue… —

—¡Lucian! ¿Qué clase de chiste es este? —interrumpió Damián, dirigiéndole una mirada fulminante a Lucian.

Me acerqué a él y puse mi mano sobre su hombro.

—Ey… mantén la calma.

—No te metas —dijo Damián, empujándome con brusquedad.

—Damián, ellas también son su familia —intervino Lucian.

—No… estas fueron las que… —

—Te guste o no, mi hija comparte sangre con su padre… a diferencia tuya —dijo la mujer mayor con frialdad.

Damián apretó la mandíbula, y sus ojos se oscurecieron de ira. La mujer mayor lo observaba con una calma tan fría que casi helaba el aire entre ellos. No había afecto, ni rastro de empatía… solo un reconocimiento distante, como si lo mirara más como un recuerdo molesto que como una persona.

—No te atrevas a compararme con él —espetó Damián, cada palabra cargada de veneno.

La mujer ladeó la cabeza, como evaluándolo.

—No necesito atreverme… tú mismo lo haces cada vez que respiras.

Lucian dio un paso al frente, interponiéndose entre ambos.

—Basta. No es el momento para esto.

La más joven, que hasta ahora había permanecido inmóvil, miraba a Damián con una mezcla de dolor y determinación. Su voz, aunque suave, quebró el silencio.

—Yo… no vine para pelear, Damián.

Él soltó una risa seca, sin alegría.

—Entonces, ¿para qué viniste? ¿Para recordarme lo que pasó? ¿O para asegurarte de que siga cargando con ello?

La joven bajó la mirada, y en ese instante comprendí que entre ellos había heridas demasiado profundas como para cerrarse con unas pocas palabras.

Damián quería pelear con ellas; lo notaba en la forma en que mantenía los puños cerrados, como si contuviera con esfuerzo las ganas de atacar. Al parecer, era alguien muy conflictivo. Me acerqué, tomé su mano y lo llevé conmigo fuera de la casa de Lucian, sorprendiendo a todos.

—No sé qué haya pasado entre ustedes, pero, Lucian, es mejor que me lleve a Damián antes de que las cosas se salgan de control —dije con firmeza.

Lucian asintió sin decir nada.

Tiré suavemente de Damián, aunque al principio fue casi como arrastrarlo; él ofrecía resistencia, sus pasos pesados como si quisiera quedarse. Sin embargo, mientras nos alejábamos, esa tensión desapareció y terminó caminando a mi lado. Por un rato, ninguno dijo nada. Yo observaba las calles limpias, impecables, como era habitual en un planeta de alta tecnología.

Damián, en cambio, mantenía la mirada clavada en el suelo, como si fuera más interesante que el mundo que lo rodeaba. Y entonces me lo pregunté… ¿dónde estaba ese chico arrogante, insolente, que hace unos momentos parecía tragarse el mundo entero? Porque lo que veía ahora no un joven que había logrado hacerle frente a los dioses , sino un muchacho roto, arrastrando un peso invisible que lo doblaba por dentro. Era como si, bajo esa coraza de orgullo, se escondiera un océano de ira, dolor y secretos que amenazaban con desbordarse.

—A veces odio a Lucian —comentó finalmente, rompiendo el silencio.

—No dejes que esas emociones inunden tu mente.

—No sabes nada —replicó con un tono amargo.

—Es cierto, no sé cuál es el problema… pero debes entender algo: los poderes que tienes ahora se controlan con las emociones. Una sola emoción fuerte y… adiós planeta. Esos son los poderes de los dioses.

—¿De verdad? —preguntó, con un brillo extraño en la mirada.

En ese instante vi algo en sus ojos… algo que me provocó un escalofrío, una sensación fría que me recorrió la espalda. Pero fuera lo que fuera, desapareció tan rápido como había aparecido.

Damián asintió, pero su gesto fue más una forma de cerrar el tema que una verdadera aceptación.

—Oye, vayamos a comer, tengo hambre. Yo pago —dijo de repente, como si quisiera desviar la conversación.

No tenía ganas de comer. Odiaba hacerlo. Para un dios como yo, la comida no era necesaria y, francamente, me resultaba desagradable. Pero accedí, quizá porque insistir en rechazarlo solo alargaría un silencio incómodo.

—Está bien… ¿a dónde? —pregunté.

—Vamos al puesto de May. Su comida es deliciosa. ¿Ya la probaste?

Seguimos tomados de la mano, pero esta vez era Damián quien guiaba. Caminaba con paso seguro, como si conociera cada rincón de esa ciudad, y la gente nos veía pasar sin sorpresa alguna. Me llamó la atención: en muchos planetas, dos hombres tomados de la mano atraen miradas incómodas, pero aquí parecía algo tan común como respirar.

Al llegar al pequeño puesto, soltó mi mano con naturalidad y se adelantó. La mujer detrás del mostrador, de rostro amable y delantal manchado de harina, sonrió al verlo. Sus ojos se iluminaron de una manera que me hizo pensar que lo había visto crecer.

Ahora lo recordaba… ya había estado aquí antes.

—May, ¿cómo has estado? —preguntó Damián, y su voz sonó más suave que de costumbre, casi como la de un niño reencontrándose con un lugar seguro.

—¡Pequeño Damián! —exclamó ella, dejando a un lado lo que estaba cocinando para acercarse—. Hace tiempo que no te veo.

—Sí, tuvimos algunos problemas.

—Lo sé… unos tipos han estado preguntando por ti. —Su mirada se endureció un segundo, y antes de seguir hablando, le colocó una mano en el hombro, como para asegurarse de que estaba bien—. Pero me alegra verte entero.

—No te preocupes, no me buscan por ahora —respondió él con una media sonrisa—. Traje a un… amigo para que pruebe tu sazón.

—Está bien —dijo May, con una calidez que parecía envolvernos a ambos—. ¿Quieres lo de siempre?




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