Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 8

Damián despertó horas más tarde, en la casa de Lucian. El ambiente era cálido, iluminado por lámparas suaves que disipaban el frío de la noche. El silencio solo se interrumpía por el crujir de la madera bajo las pisadas y el leve sonido de su respiración agitada.

Sobre él, un paño húmedo descansaba en su frente. Su cuerpo seguía temblando, como si aún luchara contra el peso de aquel poder que casi lo destruyó. Cada movimiento le arrancaba un quejido, y aun inconsciente, parecía debatirse con su propio ser, adaptándose, evolucionando en silencio.

A su lado estaba Lucian, sentado en una silla, con la mirada fija en él y los puños apretados. Apenas parpadeaba, como si temiera perderlo si apartaba los ojos un solo segundo. El cansancio se reflejaba en su rostro, pero no se movía.

Entonces entró ella. La madre de Lucian. Su presencia llenó la habitación de inmediato: no necesitaba levantar la voz ni hacer gestos, su sola figura transmitía inteligencia, seguridad, y una calma inquietante.

La madre de Lucian se inclinó más sobre Damián, examinando cada señal de su cuerpo con una precisión que rayaba en lo sobrehumano. Sus dedos rozaron la piel del joven, siguiendo el pulso de su adaptación, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y análisis.

—Su cuerpo… —dijo con voz firme pero suave—. Está evolucionando a un ritmo increíble. No solo se está recuperando del esfuerzo, sino que está aprendiendo a sostener un poder que no le pertenece. Cada célula de su cuerpo se adapta, reestructura sus límites… es extraordinario.

Lucian la observaba, conteniendo la respiración, incapaz de apartar la vista de Damián. Su mano seguía entrelazada con la del joven, como si el contacto pudiera darle fuerza extra.

—¿Significa que… sobrevivirá? —preguntó, la voz temblorosa.

Ella levantó la mirada, fija en él, con esa calma absoluta que siempre imponía respeto.

—Si alguien puede soportarlo… es Damián. Su resistencia no es solo física, sino también… moral. Su determinación le da una ventaja que ni siquiera un dios podría ignorar.

Yo me quedé en silencio, sintiendo el peso de mis propios límites. Allí estaba un simple mortal, enfrentando fuerzas que yo mismo apenas comprendía, y aun así no dudaba. Y mientras la madre de Lucian continuaba monitoreándolo, con cada gesto seguro y calculador, supe que Damián estaba lejos de rendirse.

Han pasado tres días desde aquel episodio, y Damián finalmente se levantó de la cama. Su cuerpo ya no temblaba como antes, aunque cada movimiento todavía denotaba cierta fragilidad.

—Debes descansar —hablo Lucian, la preocupación reflejada en cada gesto—. Aún no estás completamente recuperado.

—Estoy bien —respondió él con firmeza, una chispa de determinación en la mirada—. Quiero salir.

Lucian suspiró, cruzándose de brazos. Su rostro mostraba enfado, pero también una preocupación que no podía ocultar.

—¡Vete a la mierda! —exclamó, con un tono que mezclaba irritación y cuidado—. No quiero que te pase nada.

Damián solo sonrió levemente, ignorando la advertencia, y se dirigió hacia la puerta. Yo lo seguí, caminando a su lado en silencio. No hacía falta hablar; podía percibir cada pequeño detalle: la forma en que sostenía su equilibrio, cómo aún evaluaba cada paso, cómo su determinación parecía desbordar cualquier cansancio que quedara.

Ambos salimos al exterior, y Damián dio un fuerte respiro, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones.

—Extrañaba el aire fresco —dijo con una sonrisa que parecía borrar cualquier rastro de debilidad.

—Debes volver —le advertí, frunciendo el ceño.

—No seas igual que el amargado de Lucian —replicó él con un guiño travieso.

—Lucian tiene razón —respondí, con un tono serio que buscaba que me escuchara—. Eres imprudente. No pasó mucho desde que obtuviste estos nuevos poderes, y ya los estás usando a la luz del día, sin miedo de que Eirian te vea… y sin miedo a perder tu propia vida.

Esperaba que mis palabras lo enojaran, pero Damián solo me miró, ladeando la cabeza, como diciendo: ¿ya terminaste?

—Al final, solo tenemos una vida —dijo, con firmeza en la voz—, y yo elijo vivirla así, Airien.

Era cierto, pero su determinación era egoísta de una manera que me ponía nervioso; no parecía preocuparse por lo que sentiríamos si lo perdiéramos. Iba a replicar, pero Damián se acercó y colocó su brazo alrededor de mi hombro, con un gesto cercano que me tomó por sorpresa.

—Ya basta —dijo con una sonrisa—. ¿Qué tal si vamos a relajarnos? Tomar algo, bailar un poco… sé que me lo merezco.

Iba a negarme, pero en cuestión de minutos me encontré arrastrado tras él hacia la ciudad nocturna, con sus luces brillantes y el murmullo de la vida nocturna envolviéndonos.

Caminábamos por las calles, y dondequiera que aparecía Damián, la gente lo reconocía. Muchos lo saludaban con entusiasmo; chicas jóvenes le pedían fotos, mientras señoras mayores le daban las gracias por salvar sus vidas. Era toda una celebridad, y él lo llevaba con una naturalidad que me dejaba boquiabierto.

Finalmente, llegamos a un bar. Al entrar, la situación no cambió: todas las miradas se dirigieron hacia Damián. Nos acercamos a la barra y pidió unas bebidas. Fue el momento que elegí para decir lo que llevaba pensando.

—Debes aceptar mi ayuda —le dije, tratando de que mi voz sonara firme pero calmada—. Sé cómo controlar los poderes sin que tu cuerpo sufra.

Damián no respondió, aunque claramente me escuchó. Un par de minutos después, unas chicas lo invitaron a bailar.

Lo observé mientras se movía con ellas; su sonrisa seguía intacta, su porte confiado. Pero pude notar algo que él disimulaba muy bien: su cuerpo todavía no estaba completamente recuperado. Cada gesto, cada giro, revelaba sutilmente el esfuerzo que aún le costaba mantenerse erguido y moverse con naturalidad.

Me acerqué a él, notando cada gesto despreocupado que hacía como si nada hubiera pasado. Lo agarré del brazo, decidido a llevármelo lejos de allí antes de que hiciera alguna locura.




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