Había dejado de preocuparme por la patrulla y por todo lo demás; incluso, por momentos, olvidaba a mis propios amigos cuando estaba con Damián. Él tenía esa habilidad extraña de hacerme olvidar el mundo entero, como si nada más importara mientras estaba a su lado.
Estaba enamorado… nunca antes lo había estado. Él era mi primer amor, y ese descubrimiento me golpeaba con la fuerza de una verdad absoluta. No se parecía a nada de lo que había imaginado, no era como en las historias donde el amor se pinta fácil o perfecto; era más bien un torbellino de emociones que me revolvía el pecho y me dejaba sin aire.
Y por primera vez entendí a Rowan: aquello que él sentía con su familia, esa devoción, esa necesidad de protegerlos y estar con ellos… yo lo sentía con Damián. Solo que en mi caso, no se trataba de un lazo de sangre, sino de algo aún más extraño y poderoso.
Y, aun así, Damián me preocupaba demasiado. Él y Eirian… en algún momento el príncipe actuaría, y yo lo sabía. Era inevitable. Quizá fui un estúpido al enamorarme en medio de la misión, al permitir que mi corazón se desviara cuando lo que estaba en juego era mucho más grande que nosotros dos.
Ni siquiera sé en qué momento sucedió. Tal vez fue cuando lo vi sostener aquel edificio con sus propias manos, desafiando a la muerte misma. O quizá cuando se inclinó para ayudar a un niño enfermo, con esa mirada llena de compasión que ningún dios podría tener. O, tal vez… desde aquella primera vez que fuimos a comer juntos.
Hoy debíamos reunirnos con la patrulla galáctica para entregar un informe. Llegamos al punto acordado y allí ya me esperaban mis amigos Enora y Luk.
Los saludé apenas los vi.
—¿Dónde está Rowan? —preguntó Luk.
—Por lo general no se le hace tarde —respondí.
Mientras aguardábamos, noté que Enora no dejaba de observarme, como si quisiera descifrarme.
—¿Qué pasa? ¿Se te perdió alguien igualito a mí? —solté, medio en broma.
Luk soltó una carcajada por mi comentario.
—Creo que sí —dijo Enora, arqueando una ceja—. A ver, dime dónde está mi Airien, el serio.
—Estoy aquí —repliqué con naturalidad.
—No, no es cierto. Nuestro amigo y hermano no hace bromas, y mucho menos aparece con una sonrisa —insistió.
Fruncí el ceño, confundido, pero Luk se acercó con una sonrisa maliciosa.
—Ya sé qué pasa… —murmuró—. Estás enamorado.
Mi cuerpo se tensó. Mierda, ¿era tan obvio?
—¿Qué? ¡Claro que no! —me defendí enseguida.
Ambos soltaron una carcajada que me hizo sentir aún más expuesto.
—Eso es exactamente lo que diría alguien que está enamorado —dijo Enora, divertida.
—Vamos, cuéntanos —añadió Luk—. ¿Cómo es ella?—insistió Luk, con esa sonrisa insoportable de quien ya sabe la respuesta.
—No existe ninguna “ella” —bufé, intentando sonar convincente.
—Ajá, claro… —Enora cruzó los brazos—. Entonces explícame por qué caminas como si tuvieras alas en la espalda.
—Eso no tiene sentido —refunfuñé.
—Lo que no tiene sentido —intervino Luk— es que sigas intentando negarlo. Vamos, dinos al menos cómo es.
Me quedé en silencio un instante. Quería terminar la conversación de una vez, así que pensé en dar una descripción rápida y genérica, algo que no llamara la atención.
—Bueno… supongamos que existiera alguien —empecé, evitando mirarlos—. Sería alguien… intenso, con una sonrisa de esas que te joden porque sabes que viene acompañada de problemas…
—Ajá… —murmuró Enora, claramente disfrutando cada palabra.
—Y… supongo que también tendría un lado terco, que no sabe cuándo quedarse quieto ni descansar, aunque se esté muriendo… pero al mismo tiempo logra hacer que olvides todo lo demás.
Me di cuenta demasiado tarde. Ambos me miraban con una mezcla de sorpresa y burla contenida.
Antes de que pudieran seguir molestándome apareció Rowan, con el ceño fruncido y la furia marcada en cada palabra.
—Como siempre, divirtiéndose. ¿Han encontrado algo?
—Pensamos que tú sí —contestó Luk, con calma.
—¡Miren, imbéciles! No paro de buscar al maldito de pelo violeta y ningún infeliz de este planeta me dice una mierda.
Demasiados insultos en una sola frase. Estaba verdaderamente enojado.
—Hacemos lo mejor que podemos —dijo Enora, intentando apaciguarlo.
—Pues no basta. El príncipe Eirian no deja de exigir que le llevemos al infeliz de cabello violeta.
—Tal vez ya se fue —intervine, con la voz más fría de lo que pretendía.
Rowan giró la cabeza de golpe y me fulminó con la mirada, como si toda su ira encontrara en mí un blanco perfecto.
—No soy imbécil, Airien. Sé que el desgraciado de Lucian sabe algo… y ustedes también.
—Pues sí, sabemos algo —respondí, alzando el tono, incapaz de contenerme.
Enora y Luk me miraron alarmados.
—Estoy cansado de ser el perrito faldero de Eirian y de los demás. Estamos aquí para ayudar a la gente, no para cumplir los caprichos de un maldito desgraciado. Tal vez renuncie.
Un silencio se hizo. Mi pecho ardía; esas palabras no eran solo rabia, eran una verdad que había estado guardando demasiado tiempo. Había olvidado por qué me había alejado de los dioses y hasta de mi propio padre: por justicia, no por cadenas.
Rowan apretó los dientes, su voz salió como un latigazo:
—Pues adelante, hazlo. Lárgate. No eres lo suficientemente hombre para quedarte en la patrulla.
Enora y Luk me miraron, expectantes, como si temieran lo que estaba por salir de mi boca.
—No cuentes conmigo en esta mierda —dije, sin dudar.
—Airien… —murmuró Enora, con un dejo de súplica.
—Que haga lo que quiera —escupí, girándome para marcharme.
No me alejé sin antes escuchar las maldiciones que Rowan lanzaba a mis espaldas. Cada palabra suya era veneno, pero en lugar de detenerme, me empujaba a seguir caminando.
Después de la pelea con Rowan, mi contacto con la patrulla se redujo casi por completo. Ya no me interesaba escuchar órdenes ni soportar insultos disfrazados de liderazgo. Lo único que mantenía era el lazo con mis dos amigos, Enora y Luk…
#646 en Fantasía 
#3064 en Novela romántica 
hay amor y aventura, hay tristeza y felicidad, hay amor entre hombres
Editado: 25.10.2025