Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 15

Damián

No quería que los recuerdos me invadieran; era demasiado doloroso recordar... pero no podía evitarlo.

El silencio de la noche se mezclaba con el murmullo lejano de la ciudad. Sentado al borde de un edificio, con las piernas colgando en el vacío, miraba las luces parpadear como si fueran estrellas artificiales. El viento frío me golpeaba el rostro.

Al mirar la ciudad desde esta altura recordaba el día en que conocí por primera vez este planeta...

La hierba púrpura era suave bajo mi cuerpo, como un manto que parecía querer arrullarme. El calor del lugar era tan cómodo que poco a poco mis párpados comenzaban a ceder; el sueño me atrapaba con dulzura.

—Damen, no es momento de dormir. Hoy el príncipe Ekain despertará —.

Abrí los ojos de golpe al escuchar aquella voz. Giré la cabeza apenas, con cierta pereza, y entonces lo vi. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro.

Era mi padre.

A pesar de saber que su edad era mucho mayor, se veía increíblemente joven, como si apenas rozara los veinte años. Su cabello negro caía en una larga melena sujeta en una coleta que brillaba con reflejos azulados bajo la luz. Sus ojos, intensos y azules como cristales, parecían contener secretos antiguos. Su piel era tan pálida que casi rozaba un matiz grisáceo, lo que lo hacía parecer etéreo, casi irreal.

Me levanté del suelo , casi lo había olvidado , rápidamente dejamos el césped atrás y caminamos hasta un gran palacio de color blanco , antes de poder subir las escaleras hasta los aposentos del principe lo vimos bajar .

Desaliñado con una bata mal puesta dejando ver su piel clara , su cabello blanco desordenado y aún bostezando , cuando lo ví hice una pequeña referencia y luego me lance a abrazarlo , el solo me acaricio la cabeza mientras seguía bostezando .

Me levanté del suelo con cierta torpeza, casi había olvidado lo que estábamos esperando. Rápidamente dejamos atrás el césped púrpura y avanzamos hacia el gran palacio, una construcción imponente de muros blancos que resplandecían bajo la luz como si estuvieran hechos de mármol celestial.

Las escaleras que llevaban a los aposentos del príncipe se alzaban frente a nosotros, altas y solemnes. Sin embargo, antes de que pudiéramos subirlas, lo vimos descender.

Apareció desaliñado, con una bata mal ceñida que dejaba al descubierto parte de su piel clara y delicada. Su cabello blanco, largo y revuelto, caía en mechones que apenas le permitían ver con claridad, y un bostezo perezoso aún escapaba de sus labios.

Al verlo, incliné ligeramente la cabeza en una pequeña reverencia, como me habían enseñado. Pero el protocolo se desvaneció en cuanto mi corazón me empujó hacia él. Corrí los pocos pasos que nos separaban y me lancé a sus brazos.

Él apenas reaccionó: solo me rodeó con un gesto distraído, acariciando mi cabeza con suavidad, mientras un nuevo bostezo temblaba en su garganta.

—¿Aún sigues cansado? —preguntó Dastian, mi padre de cabellos negros, con una media sonrisa paciente.

—Claro que sí, Dastian —replicó el príncipe, arrastrando las palabras con pereza y un dejo de burla—. Solo he dormido seis meses, ¿crees que con eso estoy satisfecho?

Mi padre el príncipe Ekain era muy diferente a mi otro papá. Dastian rara vez se enojaba; su carácter era amable, templado como el agua tranquila de un lago. En cambio, el príncipe Ekain solía mostrarse impredecible: un momento podía ser encantador y al siguiente dejar ver su temperamento volátil, teñido siempre de ironía juguetona.

—El pequeño Damen y yo le hemos preparado un banquete —anunció Dastian con cortesía, aunque en sus ojos había un brillo de ilusión—. Estaríamos felices de que lo probara.

En cuanto escuchó esas palabras, Ekain dejó de bostezar. Sus ojos se iluminaron como brasas azules, y el gesto adormilado desapareció de su rostro en un abrir y cerrar de ojos. El príncipe parecía haber olvidado de golpe el cansancio, atraído por la promesa de comida y celebración.

Me senté frente a mi padre, escuchando con atención cada palabra, mientras él devoraba sin prisa la gigantesca pierna de un ave asada. El jugo goteaba de la carne y su apetito parecía insaciable, pero aun así hablaba con ese tono entre solemne y distraído que solo él podía tener.

—Te lo digo, mientras dormía tuve una premonición —anunció con seriedad, rompiendo un trozo de carne con los dientes.

—Por favor, Ekain —intervino mi padre Dastian, negando con la cabeza—, no todos los sueños significan premoniciones.

—Pero este sí —insistió el príncipe, dejando la pierna sobre la mesa y apoyando los codos—. Fue tan real… Vi a un guerrero que luchaba contra mí. Uno tan fuerte que era capaz de hacerme frente… incluso estaba perdiendo —añadió, bajando la voz en lo último, como si confesara un secreto.

—¿Y cómo era ese guerrero? —pregunté con curiosidad, casi conteniendo el aliento.

Ekain se quedó en silencio, me miró por un instante y luego levantó los ojos hacia el techo, como si buscara la respuesta en las bóvedas del palacio. Finalmente, soltó una carcajada.

—No lo recuerdo, ¡jajaja!

Dastian soltó un suspiro y, con la calma de siempre, se inclinó para rellenar la copa del príncipe. Ekain la tomó entre sus dedos y, antes de que mi padre pudiera apartarse, sostuvo su mano.

—No te he visto en un buen tiempo… y aún no he recibido mi bienvenida —murmuró con esa sonrisa juguetona que lo caracterizaba.

Dastian sonrió de inmediato, como si esas palabras le encendieran el alma, y se inclinó hacia él. Yo aparté la mirada; era incómodo. Claro que me gustaba que se amaran y demostraran su afecto, pero no frente a mí. Fingí interés en los detalles del salón hasta que, de reojo, noté que habían terminado.

Entonces me levanté y caminé hacia mi padre, el de cabellos claros.

—Mientras estabas dormido, papá y yo descubrimos un nuevo planeta, no muy lejos de aquí —le conté con entusiasmo contenido.




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