Lucian estaba a punto de perder el conocimiento bajo la lluvia de golpes, cuando de repente, un estruendo retumbó en el campo de batalla. Una enorme roca voló por los aires y se estrelló contra la espalda del iluminado, haciéndolo tambalear un segundo.
—¡Infeliz, deja de golpearle! —la voz resonó con furia.
Todos volteamos al mismo tiempo. Ahí estaba Damián, con los ojos encendidos de rabia, los puños apretados y el pecho agitado. Su rostro estaba cubierto de sudor y polvo, pero su mirada era firme, desafiante. Había levantado esa roca con toda su fuerza y se la había lanzado sin titubear.
El iluminado se detuvo. Soltó el cuerpo de Lucian, que cayó pesadamente al suelo, casi inconsciente, y giró lentamente hacia Damián. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro deforme por la energía que lo consumía.
—Vaya… —murmuró con voz grave, como un eco metálico—. Todavía queda uno de estos.
El aire alrededor vibraba con la energía que irradiaba. Cada paso suyo hacía que la tierra se resquebrajara bajo sus pies. La tensión era insoportable; incluso sus seguidores retrocedieron, temerosos de lo que pudiera hacer.
Damián, en cambio, no se movió.
Su respiración era pesada, pero en sus ojos había un brillo extraño, una mezcla de miedo y determinación. Tenía las manos temblorosas, aunque trataba de ocultarlo.
El iluminado se detuvo frente a él, inclinando un poco la cabeza, estudiándolo como un depredador que mide a su presa.
—Tienes agallas, chico… pero también un aura distinta. Algo… que me interesa.
Una descarga de energía recorrió el cuerpo del iluminado, levantando polvo y fragmentos de piedra a su alrededor. El suelo temblaba. Lucian, desde el suelo, apenas podía alzar la mano, queriendo detenerlo, pero no tenía fuerzas.
Mientras tanto, yo miraba la escena paralizado. El corazón me golpeaba el pecho con fuerza.
Damián estaba a punto de enfrentarse a un monstruo que ni cuatro guerreros adultos habían logrado contener.
Casi podía leer los pensamientos de Damián: “De todas maneras todos me están viendo… ¿qué más da si uso esos poderes?”
Sus ojos brillaron con un destello violeta mientras levantaba varias rocas enormes a su alrededor, como si la gravedad misma obedeciera su voluntad. Con un gesto preciso de la mano, lanzó las piedras hacia el iluminado, quien apenas logró cubrirse, sintiendo cómo cada impacto hacía vibrar el suelo a su alrededor.
Damián no se detuvo. Con movimientos rápidos y fluidos, comenzó a manipular más objetos: fragmentos de metal, escombros del terreno, incluso partes de naves cercanas, todo flotando a su alrededor como un escudo y un arsenal al mismo tiempo. Cada proyectil giraba, cambiaba de dirección y golpeaba con precisión, combinando ataques de telequinesis con golpes físicos de Damián.
El peli violeta se movía con tal velocidad que el iluminado apenas podía seguirlo. Cada vez que intentaba contraatacar, otra roca, otro fragmento, o incluso un golpe directo lo obligaba a retroceder. La fuerza de Damián no era solo bruta; su mente era un arma, anticipando movimientos, usando el entorno a su favor.
El aire alrededor se llenaba de polvo y fragmentos de piedra que flotaban y giraban violentamente. Cada impacto hacía temblar a los soldados que observaban desde la distancia, y la misma tierra parecía rendirse ante el poder de Damián.
Damián se movía con calma, sus manos dibujando trayectorias en el aire, como un maestro orquestando una sinfonía de destrucción. Las rocas giraban a su alrededor, chocando entre sí y generando ondas de energía que golpeaban al iluminado desde múltiples direcciones. Por un momento, parecía que controlaba no solo el campo de batalla, sino también el tiempo mismo, ralentizando los movimientos del enemigo mientras sus ataques llovían implacables.
El iluminado retrocedía, cubriéndose con cada golpe, incapaz de encontrar un ángulo seguro. La combinación de telequinesis y fuerza física de Damián lo hacía casi imposible de alcanzar. Su mirada, por primera vez, mostraba un destello de respeto y sorpresa, consciente de que aquel huérfano no era alguien con quien se podía jugar.
Todos observaban con entusiasmo y alivio cómo Damián mantenía al iluminado a raya. Sus ataques telequinéticos y su agilidad habían hecho retroceder al enemigo, y parecía que la victoria estaba al alcance. Pero entonces, una orden resonó con fría autoridad: Eirian nos dijo que atraparamos a Damián.
—¡Ese desgraciado…! —gruñó Luk, con el rostro tenso de rabia y frustración.
—¡Ya escucharon! ¡Vamos a atraparlo! —ordenó Rowan con voz firme, su mirada enfocada en Damián.
Pero antes de que Rowan pudiera hacer el primer movimiento decisivo, Enora se interpuso. Su golpe fue rápido, certero, directo al rostro de Rowan, dejándolo tambaleante. La fuerza y precisión de su ataque dejaron claro que no era solo un golpe físico: era un mensaje.
—Por primera vez en tu vida, ten dignidad —dijo Enora con voz firme, casi cortante—. Deja de ser un imbécil. Damián está protegiendo este planeta.
Rowan se recuperó rápidamente y contraatacó, empujando a Enora hacia atrás. Su rostro estaba rojo de ira, los ojos brillaban con determinación.
—¡Yo tengo que proteger una familia! —rugió—. No me importa si este planeta se va a la mierda, pero eso es algo que jamás entenderías, huérfana.
El choque de ambos era más que físico; era un enfrentamiento de voluntades. Enora, con cada movimiento, trataba de mantener su postura firme, defendiendo no solo a Damián sino el valor de la vida de todos en el planeta. Rowan, impulsado por su propia convicción y miedo, no cedía terreno, decidido a imponer su visión de lo que consideraba correcto.
Muchos miembros de la patrulla, altamente entrenados y coordinados, avanzaron con rapidez y precisión, formando un círculo alrededor de Damián. Sus armaduras brillaban bajo la luz del planeta, y sus armas estaban listas, apuntando directamente al joven que había mantenido a raya al iluminado. Cada uno movía los pies con agilidad, calculando los movimientos de Damián, anticipando cualquier intento de escape o contraataque.
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Editado: 01.11.2025