Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 20

El iluminado comenzó a desatar su furia sin control, cada ataque suyo hacía temblar el suelo y desgarraba el aire con explosiones de energía oscura. Los cuatro apenas logramos cubrirnos detrás de una roca agrietada que vibraba bajo la presión de la batalla.

—¿Qué hacemos? —preguntó André, la desesperación clara en su voz.

Miré a Damián, su respiración agitada.

— Damián, ¿no puedes absorber su poder? —pregunte .

— Todavía no… mi cuerpo no se adapta del todo a estos poderes —respondió, con un brillo de frustración en los ojos.

Tragué saliva, apretando los puños. Un pensamiento se coló en mi mente como una sentencia: Si me acerco lo suficiente… puedo autodestruirme con él. Y acabar con todo esto.

Pero antes de que pudiera decirlo en voz alta, Damián habló, con ese tono decidido que siempre me hacía tambalear entre la admiración y el miedo:

—Espera… se me ocurre algo. Necesito acercarme y tocarlo.

—¡Damián, eso es casi imposible ahora! —protesté, con un nudo en la garganta.

Él sostuvo mi mirada, como si supiera exactamente lo que estaba pensando y se negara a dejarme tomar ese camino.

—Acércame a él con portales André —continuó, ignorando mi objeción—. Y Lucian, entra en la mente de su ejército; haz que lo ataquen o al menos que no me ataquen a mí.

Lucian asintió con dificultad, sus ojos ardiendo de esfuerzo.

—Bien… —dije, mi voz temblando, pero no de miedo, sino de lo que estaba sintiendo por él—. Yo te ayudaré para que nadie se interponga.

Y en mi interior, mientras lo veía prepararse para lanzarse al corazón mismo del infierno, supe la verdad: yo estaba dispuesto a desaparecer por él y él estaba dispuesto a arriesgarse para salvarme a mí.

Los cuatro asentimos al mismo tiempo, sabiendo que no había vuelta atrás. El aire se volvió más pesado, vibrante de energía contenida. Vi cómo los ojos de Lucian se teñían de un negro profundo, y los de André lo imitaban; estaban forzando sus límites, entregando lo último de sí para este único ataque.

El monstruo rugía, cada paso suyo hacía retumbar el suelo, pero Damián no se detuvo. Su figura avanzaba firme entre el caos. Yo apenas podía respirar; cada segundo que pasaba, temía que no regresara.

Cuando finalmente estuvo frente a esa aberración, extendió la mano y apoyó su palma sobre la cabeza calva del iluminado.

—Si lo que quieres es poder… aquí lo tienes —susurró, con una calma aterradora.

En ese instante, lo comprendí: Damián no buscaba destruirlo, sino hacer lo mismo que aquella vez con el hombre enfermo… transmitir sus poderes. Estaba dispuesto a entregar lo único que le protegía de Eirian.

Mi corazón se encogió. ¿Por qué él? ¿Por qué arriesgarse de esa forma? Y la respuesta fue tan clara como el brillo que lo envolvió: porque no era como los demás , porque en sus ojos había más humanidad que en cualquiera de nosotros.

El iluminado comenzó a convulsionar, su cuerpo hinchándose grotescamente, las venas marcándose como raíces ardientes bajo su piel. Era evidente: estaba a punto de explotar en una onda de energía que arrasaría con todo.

—¡Ahora! —gritó André, extendiendo un portal brillante frente a Damián.

La salida estaba ahí, a unos pasos, la salvación tangible… pero antes de que Damián pudiera alcanzarla, un golpe seco resonó. André fue derribado con brutalidad, el portal se cerró de golpe como si nunca hubiese existido.

—¡No! —rugí, mi corazón helándose.

Damián cayó de rodillas, exhausto, su pecho agitándose. Su mirada se alzó un instante, buscando el portal ya inexistente, y en ese gesto vi reflejada su resignación. Estaba dispuesto a aceptar su destino.

Pero yo no.

Un impulso me atravesó; volé directo hacia él. Todo a mi alrededor se difuminó, el caos, los gritos, el rugido del monstruo… lo único que existía era Damián.

—¡Damián! —grité, y en un parpadeo ya estaba frente a él.

Sin pensarlo, me lancé hacia él. Lo abracé con desesperación, apretándolo contra mi pecho como si pudiera esconderlo del mismo fin.

Y entonces ocurrió.

El iluminado explotó.

Una ola de energía descomunal arrasó el campo de batalla, el suelo se partió en grietas, las rocas salieron disparadas como proyectiles, y la luz nos envolvió con una furia abrasadora.

El impacto me golpeó de lleno en la espalda. Sentí como si mil cuchillas ardientes atravesaran mi cuerpo, la presión aplastándome los huesos. El aire fue arrancado de mis pulmones, y el mundo quedó reducido a un rugido ensordecedor.

Pero no lo solté.

Apreté a Damián contra mí, cubriéndolo con todo mi ser, mi cuerpo convirtiéndose en su único escudo. Podía sentir su respiración entrecortada contra mi cuello, el temblor de sus manos aferrándose a mi ropa, como si en medio de esa catástrofe lo único real fuéramos nosotros dos.

—¿Qué… qué haces? —susurró, con la voz quebrada, como si no entendiera por qué alguien sería capaz de cargar con todo ese dolor por él.

Cerré los ojos, soportando el ardor en mis venas, y murmuré con un hilo de voz, aún cuando la explosión me quemaba por dentro:

—Lo que nadie hizo antes… protegerte.

En ese instante, en medio del caos y la destrucción, sólo existíamos nosotros. Mi corazón latiendo al mismo compás que el suyo, mi decisión grabada en su piel: antes de perderlo, prefería arder con él.

Apreté su mano contra la mía, y añadí, en un susurro que apenas se oyó sobre el caos:

—No voy a dejar que mueras… no mientras yo esté aquí.

Me incorporé con dificultad, el cuerpo me ardía como si mil brasas quemaran mi piel. La explosión me había destrozado por dentro, pero no podía quedarme tirado. Apreté los dientes y me obligué a ponerme de pie. Después de todo… yo no era un simple humano. Yo era un dios.

Me giré hacia Damián y lo ayudé a levantarse, pasándole un brazo por encima de mis hombros para sostenerlo.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunté, mi voz aún temblando de rabia y dolor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.