Al mirar como Airien moría frente a mi no pude evitar volver a ese recuerdo.
Caminaba con la cabeza baja, sintiendo cada paso como un peso sobre mis hombros. El suelo bajo mis pies parecía más pesado de lo normal, como si reflejara el peso de mi culpa y mis errores. Cada pensamiento me martillaba la cabeza: lo que había hecho, lo que no debía haber hecho, las provocaciones de Alice… todo eso me seguía, insistente.
Cuando finalmente me encontré frente a mi padre Ekain, lo vi sentado, tranquilo, con un libro abierto entre las manos, sin siquiera levantar la vista hacia mí. La calma de su presencia me intimidaba; esperaba un regaño, una mirada fría, cualquier señal de desaprobación. A mi lado, mi padre Dastian habló primero:
—Damen, quiere hablar contigo, su alteza —dijo con un tono serio, pero suave, que me hizo respirar un poco más tranquilo.
Mi padre no levantó la vista, y sentí cómo mi corazón se aceleraba, como si cada segundo que pasaba se hiciera más pesado. No tenía más opción que hablar.
—Lo siento… —comencé, con la voz temblorosa—. Sé que fui muy inmaduro, no debí caer en las provocaciones de Alice…
El silencio se extendió, pesado, casi doloroso. Mi padre seguía con su libro, indiferente a mis palabras, y sentí un nudo en la garganta. Pero no podía rendirme.
—Perdón por manchar su nombre, su alteza, por haberle dejado mal frente a los mortales. Le prometo que no volverá a pasar —dije, con cada palabra saliendo más como un susurro cargado de arrepentimiento que como un simple pedido de disculpas.
Aún así, él no me miraba. Sentí que la esperanza se desvanecía, que quizá nunca podría reparar lo que había hecho. Justo cuando la resignación comenzaba a apoderarse de mí, sentí algo inesperado: se levantó. Cada movimiento suyo estaba cargado de una autoridad tranquila, pero también de un calor que no esperaba. Se acercó y me abrazó.
Me quedé paralizado. Esperaba un golpe, un regaño severo, cualquier demostración de enojo… pero no. Solo sentí su abrazo envolviéndome, firme, seguro, y la sensación de estar contenido me hizo estremecerme. Mi cuerpo respondió automáticamente, correspondí al abrazo, buscando en él un refugio que nunca había tenido.
—No, Damen… yo lo siento —susurró, y su voz sonó más vulnerable de lo que recordaba—. Sé que te dije que no debías caer en provocaciones, pero yo mismo te puse en esa situación cuando no pude criar a Alice.
El nudo en mi garganta se rompió. Unas lágrimas cayeron lentamente de mis ojos, calientes y silenciosas, mientras sentía un torrente de emociones mezcladas: alivio, amor, tristeza, comprensión. Aunque Ekain no era mi padre biológico siempre lo sentí como tal .
El abrazo se prolongó, y por primera vez en mucho tiempo, respiré con libertad. Todo el miedo, la culpa y la tensión parecieron disiparse, reemplazados por una calidez que me recordó que, a pesar de mis errores, todavía había lugar para el perdón.
Pero antes de que pudiera decir algo más, un estruendo retumbó bajo nuestros pies, acompañado de un movimiento profundo que hizo que ambos nos separáramos de inmediato. La tierra del planeta parecía temblar con fuerza, como si respirara y protestara a la vez.
—¿Qué sucede? —pregunté, mi voz temblando ligeramente, mezcla de miedo e incertidumbre.
Aunque yo no tenía idea de lo que ocurría, podía ver la seriedad en los rostros de mis padres; sus miradas se llenaron de concentración y alerta.
—Quédate aquí, Damen —ordenó mi padre Ekain, su voz firme y sin margen de discusión.
Asentí, aunque mi corazón latía con fuerza. Vi cómo ambos, Ekain y Dastian, avanzaban hacia la fuente del temblor, sus pasos seguros y decididos, la misma determinación que los había llevado a proteger el planeta de Lucien tantas veces.
Me quedé solo, observando cómo se alejaban, y de pronto el silencio a mi alrededor se volvió casi insoportable. Cada segundo parecía extenderse eternamente; el suelo todavía vibraba ligeramente bajo mis pies y un frío desconocido recorría mi espalda. No quería desobedecer, sabía que debía quedarme, pero la curiosidad me quemaba por dentro. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué fuerza invisible estaba agitando a mi mundo de esta manera?
Mi respiración se volvió más rápida, y mis manos se cerraron en puños. Intenté concentrarme, contenerme, pero era imposible: algo grande, algo peligroso, se estaba gestando, y no podía simplemente quedarme cruzado de brazos.
Finalmente, un grito desgarrador cortó el aire y me hizo salir disparado del lugar. Corrí a toda velocidad, mis pies golpeando el suelo, tropezando un par de veces, pero me levanté sin pensar, impulsado por el miedo y la desesperación. Cada latido de mi corazón retumbaba en mis oídos mientras avanzaba.
Cuando llegué, me quedé paralizado, helado. Lo que vi me arrancó un grito ahogado del pecho: mi papá Dastian yacía en el suelo, inmóvil, rodeado de un charco oscuro de sangre. A su lado, Ekain estaba de rodillas, sostenido por varios hombres de cabellos platinados, casi idénticos a él, con rasgos marcados y fríos. Dioses… más dioses.
El horror en los ojos de Ekain era evidente; miraba a Dastian como si el mundo se desmoronara frente a él. El dolor y la impotencia se mezclaban en su expresión, y cada segundo que pasaba hacía que la desesperación se clavara más profundo en mi pecho.
Mi mirada se fijó en un hombre en particular, uno cuyo rostro estaba iluminado por una sonrisa cruel, disfrutando del sufrimiento ajeno. Su presencia emanaba maldad pura; no había dudas: él había causado esto. Sin pensarlo, me lancé hacia él con todo mi poder y rabia concentrados.
Pero antes de poder acercarme, un golpe seco en la base de mi cabeza me derribó al suelo. Vi estrellas y sentí el mundo girar mientras caía, atrapado, impotente.
Caí al suelo con un dolor punzante que me atravesaba todo el cuerpo, la cabeza latiendo como un tambor furioso.
—Vaya, Ekain… no sabía que tenías otro hijo. Esto va a ser interesante —dijo Eirian, su voz fría y burlona, mientras se acercaba hacia mí.
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hay amor y aventura, hay tristeza y felicidad, hay amor entre hombres
Editado: 01.11.2025