Los dioses también sangran [boys Love]

Final

Eirian notó que Damián solo miraba al suelo, aparentemente inmóvil, y sonrió con desprecio mientras se acercaba. Sus intenciones eran claras: un golpe rápido, asegurarse de que el chico no representara amenaza alguna. Pero entonces, algo cambió. Los ojos de Damián se oscurecieron lentamente, tornándose negros como la obsidiana, y en el instante en que Eirian quiso reaccionar, los grilletes que aprisionaban sus brazos comenzaron a resquebrajarse, astillándose hasta reducirse a polvo entre un chisporroteo de energía contenida.

Sin perder un segundo, Damián se lanzó, agarrándolo del cuello con una fuerza sobrehumana. Ambos salieron disparados a través de la ventana, que se rompió con un estruendo que resonó por todo el lugar, astillas y cristales flotando en el aire como si fueran nada frente a la potencia de su impulso. Afuera, todos los príncipes de cabello platinado observaron la escena con ojos desorbitados y mandíbulas caídas; no podían creer lo que veían. Un simple mortal, un humano aparentemente indefenso, estaba atacando a un dios, desafiando todas las leyes que ellos creían inquebrantables.

El viento los azotaba mientras caían y giraban por el aire, y la energía que emanaba de Damián hacía vibrar los objetos a su alrededor, dejando claro que aquel joven no era un oponente común, sino alguien cuya fuerza y determinación superaban cualquier expectativa de los presentes.

Damián cayó sobre Eirian con una fuerza brutal, lanzando golpe tras golpe que hicieron sangrar al dios. Su rostro, antes imponente, se deformaba poco a poco por la intensidad del ataque, mostrando vulnerabilidad por primera vez ante todos. Los guardias que intentaron acercarse reaccionaron demasiado tarde: al tocar el suelo cayeron muertos, como si la energía de Damián los hubiera drenado al instante, dejándolos sin vida.

Los hijos de Eirian, horrorizados, se lanzaron a ayudar a su padre. Uno de ellos, el más rápido, intentó golpear a Damián, pero este lo esquivó con una precisión sobrenatural y, en un giro inesperado, fue él quien impactó directamente en su estómago. El efecto fue devastador; la fuerza de Damián no era comparable a nada que hubieran enfrentado antes.

Varios de los príncipes presentes empezaron a huir al ver la magnitud de su poder, mientras que los más valientes avanzaban con cautela, decididos a detenerlo. Pero apenas se acercaron, la visión de lo que Damián podía hacer los paralizó: uno de los hijos de Eirian fue reducido a polvo en un instante, y aquellos que creyeron poder enfrentarlo terminaron en el suelo después de recibir los golpes devastadores de Damián. El aire vibraba con la fuerza de su energía, y el miedo se apoderó de todos los presentes: aquel humano no era solo un mortal, sino un poder imparable que desafiaba a los mismos dioses.

Ninguno de los demás se atrevió a enfrentarlo; los que pudieron escapar huyeron, pero varios no tuvieron tanta suerte y perecieron bajo la implacable fuerza de Damián. Finalmente, solo quedaron él y Eirian. Con una calma aterradora, Damián se lanzó sobre su enemigo, dominando cada movimiento, hasta que finalmente lo mató. La sangre de Eirian emano sin control, tiñendo el suelo mientras su cuerpo caía sin vida. La escena estaba cargada de una mezcla de furia contenida y justicia brutal: Damián había demostrado que incluso un mortal podía destruir a un dios que subestimaba su poder.

Damián cayó de rodillas junto al cuerpo inmóvil de Arien, la desesperación inundando cada fibra de su ser. Lo abrazó con fuerza, como si conteniendo su cuerpo pudiera devolverle la vida. Su rostro estaba pegado al de él, respirando entrecortadamente, cada sollozo resonando con un dolor desgarrador.

—Arien… despierta —susurró entre lágrimas, apretando con más fuerza, como si su fuerza pudiera convencer al mundo de que el tiempo se detuviera—. Te prometo que pensaré en las consecuencias… dejaré de ser imprudente… solo… despierta, por favor.

Pero los ojos de Arien permanecían cerrados, su respiración débil y sus manos frías contra las de Damián. El peso de la impotencia golpeó al joven con fuerza: cada recuerdo compartido, cada momento juntos, cada risa, parecía desvanecerse ante la cruda realidad.

Damián dejó que algunas lágrimas cayeran, trazando surcos calientes por sus mejillas mientras su corazón se rompía poco a poco. Sostenía a Arien como si soltarlo significara perderlo para siempre, y en el silencio del estadio, solo se escuchaba el eco de su dolor y el latido de su propio corazón, desesperado por encontrar vida en un cuerpo que parecía no querer responder.

Cada segundo que pasaba le parecía eterno; sus manos temblaban, sus dedos acariciaban el rostro de Arien con delicadeza, buscando un signo, cualquier señal de que aún estaba ahí, aferrándose a la esperanza con uñas y dientes. La furia y la tristeza se mezclaban en su pecho: había vencido a un dios, había sobrevivido a la muerte de tantos, pero ahora se enfrentaba a la posibilidad más aterradora: perder a quien realmente amaba.




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