Los dragones mueren al alba

Capítulo 6. El castillo

Capítulo 6. El castillo

Cerca resonaban ruidos metálicos, golpes sordos y crujidos. Sofi abrió los ojos y vio un alto techo de piedra, ennegrecido por el hollín y cubierto de telarañas. «Claro —pensó—, ¡para dejar en condiciones semejante techo, limpiarlo y encalarlo, se necesita un montón de fuerzas y materiales!» Luego se rió en su interior de sus pensamientos tan fuera de lugar. ¡Eso sí que eran manías profesionales de una verdadera limpiadora! Y terminó de despertarse del todo.

Estaba tendida en una gran estancia, casi un salón. Sus paredes eran de piedra, enlucidas de manera tosca. Por las estrechas ventanas ojivales se colaba el sol. A lo largo de las paredes había anchas bancas cubiertas con un tapiz tejido. La muchacha yacía precisamente en una de esas bancas, cubierta con una manta gruesa y áspera. En medio del salón se erguía una mesa grande y larga, en torno a la cual varias personas comían.

— …Una ropa extraña, nunca había visto algo así —decía una señora corpulenta con un cofia azul en la cabeza, al parecer continuando una conversación ya empezada—. Delgada, suave, pero ponérsela en un frío como este es un suicidio. Y en la cabeza llevaba una especie de gorrito ridículo. Yo la vestí con algo abrigado. Estaba casi morada de frío. Arían estaba furioso como un perro. Le tocó regresar para llevarla al castillo. Seguro llegará tarde a la reunión.

— Sí, ya tiene bastantes problemas, y ahora encima el retraso —asintió un hombre de mediana edad, arrancando un buen pedazo de pan y llevándose la cuchara a la boca.

— Como si fuera la primera vez —asintió otra mujer, alta y delgada, con un vestido marrón cerrado y un delantal blanco—. ¡Arían siempre se las arregla de algún modo! Como la vez pasada, cuando Natan se negó a participar en la cacería de los serpopardos, todos pensábamos que la plaga se extendería toda la primavera. ¡Y el nuestro fue y llamó como aliado a Elim! Nadie lo esperaba. A Elim todos lo desprecian. ¡Arían sin duda algún día será rey!

— ¡Ay, y qué guapo es! —dijo de repente una muchacha que estaba sentada de espaldas a Sofi.

— ¡Y a ti solo los guapos te importan! —tronó la señora corpulenta—. ¡Agafka, cuándo te vas a calmar! No te fijes en el amo, fíjate en tus platos, que estén bien lavados. Y en el suelo del pasillo, que esté barrido.

— ¡Lo mío siempre está limpio! —se ofendió Agafka—. ¿Qué, ni soñar se puede?

— Desde que a Arían lo dejó esa bruja de Virinea, no mira a ninguna otra —dijo con pesar la señora del delantal—. Qué lástima me da. Se ha vuelto más amargo que nunca.

— Pues Melitena seguro que lo consoló bien, si ya empezó a olvidar a esa desgreñada dragona Virinea —rió el hombre.

Las mujeres empezaron a reprocharle con severidad, y la señora de la cofia de pronto lanzó una mirada hacia la banca y vio que Sofi ya no dormía.

— ¡Ah, ya despertaste, encontrada! —le preguntó, atrayendo la atención de los demás comensales.

Se levantó y se acercó a la muchacha.

— ¿Cómo te llamas, pobrecita?

— Sofía… —susurró apenas la joven, sintiendo como si alguien le hubiera raspado la garganta con papel de lija.

Estaba claro. Otra vez enferma. Después de toda aquella carrera casi desnuda por los campos nevados, solo un morsa no caería enfermo. Sofi tosió y preguntó con voz un poco más fuerte:

— ¿Dónde estoy?

— Estás en el castillo del dragón Arían, del clan de las Alas Azules. Él te encontró en medio del campo, no lejos de las Montañas Olvidadas. ¿Quién eres? ¿Por qué estabas allí? ¿Acaso te buscan tus familiares?

Aquellas preguntas hicieron que Sofi se pusiera tensa y pensativa por un instante. Todas las miradas presentes se clavaban en ella con curiosidad.

— No lo recuerdo —murmuró Sofi.

¿Qué más podía decir? ¿“Soy una limpiadora de Ucrania que apareció en un campo nevado sin saber cómo”? Después de lo que acababa de oír y de la mención del “dragón Arían”, Sofi quedó en estado de estupor.

¿Un dragón? ¡Vaya lío! Parecía que en verdad había acabado en otro mundo. Aunque… ¿y si era una broma? ¿Ahora dirían: “¡Sonría, la está filmando una cámara oculta!”, saltaría un animador de algún programa y todos reirían, y ella, al fin, se tranquilizaría? Pero nada de eso ocurrió. La mujer la miró con compasión y le alargó una bebida en un vaso.

— Toma, bebe, Sofía. El médico dijo que debías tomarlo al despertar y luego otra vez por la noche, antes de dormir.

La muchacha se sentó en la banca y se aferró al vaso como a un ancla salvadora. Lo bebió de un trago y sintió cómo el calor se expandía por su cuerpo.

— Me llamo Sharna —empezó a contar la mujer—, soy la administradora del castillo. Ella es Selina —señaló a la señora del delantal—, la doncella mayor. Miron es nuestro carpintero, zapatero y cochero. Y Agafka ayuda en la cocina y también en la limpieza de las habitaciones. Te presento a todos de una vez —explicó— porque Arían me dijo que me ocupara de ti: ponerte en pie, preguntarte todo y asignarte un trabajo. Cuando te repongas, serás ayudante de Selina.

Selina asintió con aprobación.

— ¡Ah, casi lo olvido! —exclamó Sharna, sacando algo del bolsillo y tendiéndoselo a mí—. Esto es tuyo. Lo apretabas en la mano cuando Arían te trajo.




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