La brisa se estampaba de forma abrupta sobre mi rostro, el caminar me daba tiempo para pensar y analizar un poco toda la odisea que albergaba en mi cabeza. Mi vecindario es muy concurrido y por primera vez lo agradecí, ya que me mantenía entretenida y dejándome llevar sin rumbo alguno llegue al parque. Los niños corriendo de un lado a otro, sus risas, gritos y quejas llenaban mis oídos. Me senté bajo un árbol contemplando aquella vista tan hermosa y nostálgica. Me traía recuerdos muy hermosos aquel lugar. He vivido desde pequeña aquí y siempre venía a jugar con mis padres y pasaba mis tardes en los incontables juegos que había, mi padre me mecía en los columpios mientras mi madre nos miraba desde lejos o en otras ocasiones nos tomaba fotos. Alzando mis piernas y acunando mi rostro en ellas las lágrimas dieron gala de bienvenida al dolor que abundaba en mi corazón.
Perdí el sentido del tiempo sin saber cuánto tiempo estuve llorando y estando recostada de esta forma, hasta que sentí un fuerte golpe en mi cabeza. El dolor fue inmediato y por el impacto supe que fue alguna pelota o balón de algún niño o niña que estaba en el parque, maldije por lo debajo y me dije en mi mente que tanta desgracia junta solo puede pasarme a mí. Tome la pelota de goma entre mis manos y me dispuse a ver todas las direcciones para dar con quien pudiera ser aquel que me había golpeado.
Pasaron algunos segundos cuando llego un hermoso Golden Retriver a donde yo estaba, su cola danzaba de un lado a otro y su mirada era de una ansiedad profunda, este se movía por todo mí alrededor en busca de algo. Le mostré la pelota y su emoción fue más evidente. Se lanzó encima de mí, lo tuve entre mis piernas y empecé a acariciarlo mientras él me lamia el rostro. Me encantan los animales desde que soy muy pequeña, pero por cuestiones médicas era alérgicas a los gatos y solo podía tener perros y mis padres jamás optaron por tener uno, así que mi infancia fue un poco solitaria sin un compañero ya que soy hija única.
El seguía lamiéndome y moviendo su cola sin cesar, cuando escuche los gritos de un chico, desvié mi mirada del perro y la dirijo a dónde provenía la voz.
Al escuchar aquello tome al perro del cuello en busca de su placa y llevándome la sorpresa de que él era a quien tanto aquel chico llamaba.