En mi caminar para regresar me encontraba con la mente en blanco, aquel encuentro me dejo con muchos sentimientos encontrados. Me falta muy poco tiempo para graduarme y aún no he tomado la iniciativa de ¿Qué es lo que quiero para mi futuro? Tal vez porque desde hace mucho pensé que no tendría ningún motivo por el cual seguir o pensar en algo a futuro, Leo se refleja en mis pensamientos y un nudo se forma en mi garganta. Estaba tan absorta en los pensamientos que me inundaron de pronto que no me di cuente cuando ya estaba a unas casas de la mía. Mi madre estaba afuera envuelta en su suéter tejido de lana blanco y estaba en pijama. Me sentí un poco mal al ver el semblante que tenia de suma preocupación en su rostro. Me apresure un poco en mi andar cuando vi que se percató de mi presencia.
Dude por unos segundos, aún estaba dolida por todo lo sucedió, pero al ver su mirada suplicante desbordando tristeza al punto de las lágrimas me basto para entrar inmediatamente. Me fui a la sala y el cansancio hizo acto de presencia, mis piernas y pies estaban entumecidos por el constante caminar sin descanso, y mis ojos se sentían pesados ansiando un descanso prolongado. Mi madre regresa con una taza de té y una pastilla en su mano derecha.
Antes de que se marchara la detengo tomándole la mano, ella se voltea mirándome intrigada más que todo impactada, no pensaría que fuera yo la que tomara la iniciativa, mas sabiendo como soy de orgullosa.
Mi habitación había sido limpiada y acomodada por mi madre, sabía que salí de casa con malestar y se tomó la molestia de adecuarlo a mi regreso sabiendo que estaría allí por un largo rato, bueno ella pensaba que regresaría y me alivia un poco haber vuelto y no haberme ido a otro lugar. Además no tengo a donde más ir, me hace sentir más solitaria de lo que antes me sentía y siento como fui tan dura con aquella mujer que solo ha velado por mi bienestar a costa del suyo.
Entre al baño y empecé a cambiarme, el espejo reflejaba a la chica de siempre, a la que odiaba tanto ver, no sé dónde quedaría aquella niña llena de vida, con sus cachetes colorados y una sonrisa de oreja a oreja. Ya solo queda una chica sin vida en su rostro con oscuridades que cada vez se pronuncian más y más. Trataba de darle color a mi rostro pero era una pérdida de tiempo por más que pellizcara mis cachetes no tomaban color alguno. A veces deseaba ya no seguir aquí, la muerte de mi padre fue un golpe muy duro para mí y aún no he podido superar su partida. Los chicos llegaran a mi vida y son aquellos rayos de luz que se van colando en esa enorme nube gris que me cubre, ¿pero por cuanto tiempo serán capaces de aguantar? Siento que esta nube va creciendo cada vez más y los rayos van disminuyendo, llegue a un punto donde me sumerjo sola a un lugar sin salida donde ni yo misma poder escucharme. Mi infancia y parte de mi adolescencia estuve llena de psicólogos los cuales eran pagados por mi madre y el colegio, pero llego un punto donde ninguno lograba sacarme del estado en el que me encontraba y ya no quise que mi madre ni nadie más gastara en algo que solo yo era capaz de lidiar y resolver.
Me desvestí por completo y abrí la ducha esperando que el agua estuviera tibia para relajar mi cuerpo ante tanto estrés, ya la pesadez era asfixiante. Cuando recojo la ropa me topo con la tarjeta que me dio aquel chico y sus palabras volvieron a mi mente haciendo que una sonrisa saliera de mi rostro.