—Sabemos que la quinta amatista representa el poder de Aerys, la primera portadora del fuego, dado que fue ella quien entregó la amatista número cinco a Leah— repasó Petter mientras leía sus anotaciones.
Ambos Elegidos estaban reunidos en la biblioteca, aprovechando que todavía no tocaba la campana que marcaba el inicio de los entrenamientos. Llevaban cinco días investigando el libro en los horarios libres, pero continuaban sin descubrir que quiso revelar Leinad con aquella señal mágica.
—Claramente este dato representa al quinto poder creado: el fuego— opinó Camila—, pero tiene que haber algo más.
—Esta investigación parece no llevarnos a ningún lado— resopló Petter y cerró el libro de golpe—. No hay ninguna otra pista en este libro.
—¿Qué más sabemos de Aerys? — preguntó Camila tras estirarse un poco para relajar sus músculos adormecidos.
—Primera portadora del poder del fuego, creadora de la espada mortal junto a Ralph, traicionó a la diosa Leah...
Petter se quedó en silencio e intentó recordar algún otro detalle relevante.
—Nada de eso nos sirve. Necesitamos ayuda— resopló Camila con voz desanimada.
—Tenemos que tener cuidado de en quién confiamos— opinó Petter intencionalmente. No le convenía que los demás Elegidos supieran aquella información y mucho menos alguno de los magos.
Camila se quedó en silencio por unos segundos. Debía tomar una decisión cuanto antes. Su padre le había advertido que no confiara en nadie, pero ella se encontraba en un laberinto sin salida. Ni siquiera con la ayuda de Petter era capaz de resolver aquel misterio. Entonces recordó que había una persona confiable y de gran inteligencia que seguramente podría descubrir lo que a ellos tanto les costaba.
—Noah— soltó de repente—. Solo él puede ayudarnos.
—No sé si sea buena idea—opinó Petter, un poco nervioso, le preocupaba que sus planes pudieran arruinarse y su madre terminara pagando los platos rotos.
—Noah jamás traicionaría a los Elegidos, de eso estoy segura. Emilio dio su vida por nosotros y Noah jamás podrá ponerse del lado de quienes lo mataron.
—En eso tienes razón— reconoció Petter sin saber qué más decir.
—Podemos contárselo más tarde, después del entrenamiento.
—No le digas que yo lo sé, por favor— le pidió el muchacho.
Camila asintió, aunque no comprendía las razones de aquella petición.
...
La campana sonó y Camila se dirigió hacia su habitación. Quería llegar antes que sus compañeras sospecharan de su ausencia. Al entrar se encontró a Karla sentada sobre su cama con las piernas cruzadas, el cabello despeinado y los ojos entrecerrados. La chica le dedicó una mirada somnolienta y comenzó a estirarse.
—¿Dónde andabas? Pensé que habías dicho que odiabas madrugar.
—No tenía sueño— mintió Camila, mientras caminaba hacia su armario para buscar su ropa de entrenamiento. Tendrían clase con Cornelio en una hora.
—Últimamente estás muy misteriosa— insistió Karla con una sonrisa pícara—. No me digas que te andas viendo con alguien.
—Claro que no. ¿De dónde sacas eso?
Karla soltó una carcajada al ver la cara de ofendida que había puesto Camila. Entonces se puso de pie, lista para darse un baño y así reponer fuerzas, pero antes decidió molestar un poco más a su amiga.
—Pensé que te estabas viendo con Alejandro.
Camila se ruborizó ante aquella posibilidad. En su rostro se dibujó una tímida sonrisa que enseguida intentó disimular, pero que Karla había logrado percibir.
—No sé de dónde te inventas esas novelas. Creo que deberías dejar de leer esos libros que te presta Diana Valentina.
Karla entornó los ojos de forma juguetona y se preparó para volver a atacar, pero justo en ese momento escucharon un grito que hizo que ambas se sobresaltaran.
—¡José Ignacio!
Karla y Camila miraron en la dirección de dónde provenía el sonido. Se trataba de su compañera de cuarto Diana Valentina que al parecer estaba soñando. Se había sentado en la cama de golpe, pero continuaba dormida. Llevaba una máscara de dormir en su rostro, esto hacía que la escena fuera mucho más divertida. Sus cabellos rizados estaban alborotados como los de una peluca mal peinada.
—Mi amado José Ignacio— murmuró con voz casi inaudible. Luego cayó nuevamente sobre la cama y comenzó a roncar.
Karla y Camila se rieron por lo bajo para no despertarla.
—¿Quién es José Ignacio? —preguntó Camila, todavía riéndose.
—Uno de los personajes de sus novelas— respondió Karla, colorada por la risa—. Diana es capaz de enamorarse hasta de una planta. Hay que conseguirle un novio.
—Ahora resulta que quieres tener el poder del amor para andar creando parejas según tu criterio— resopló Camila con una sonrisa burlona, mientras comenzaba a vestirse para irse al comedor.
—Me encantaría, al menos así no tendré que ver cómo la gente se gusta, pero no terminan de aceptarlo.
Camila le dirigió una mirada asesina a su amiga. A veces Karla podía ser muy insistente, pero en aquel momento no tenía tiempo para pensar en sus suposiciones. Por esa razón se quedó callada mientras terminaba de colocarse la ropa.
—Vamos Cami, no seas tonta. Acepta lo que te pasa con Alejandro.
—No me pasa nada con él— zanjó Camila, un poco fastidiada de aquel tema.
—¿Me vas a decir que no has notado que Alejandro se muere por ti?
—No tengo tiempo para pensar en eso, Karla— respondió Camila—. Mi padre está secuestrado por el asesino de mi madre. ¿Qué pasa si nunca más lo vuelvo a ver?