Camila corría por los pasillos solitarios del Palacio Flotante. Las lágrimas caían por su rostro, empapando sus mejillas, mientras resguardaba en su pecho la foto de su familia. Sin saber cómo, terminó vagando por las praderas del sector elegido, que apenas estaban alumbradas por la luz de la luna y algunos faroles. Se detuvo frente al lago, aquel lugar dónde solía entrenar con sus compañeros y observó nuevamente la imagen. Una punzada de dolor invadió su pecho. Tuvo que ahogar un sollozo y pasarse la mano por el rostro. Quería venganza. Deseaba ver a Rosman destruido con todas sus fuerzas, pero al mismo tiempo se decía a si misma que ni siquiera eso eliminaría el daño causado. Nunca recuperaría a su familia, aún si lo hacía pagar mil veces por sus acciones.
—Cami. — Aquella voz la hizo estremecerse. Su corazón comenzó a latir rápidamente, pero al mismo tiempo sintió alivio, como si fuera todo lo que necesitara en ese momento—. ¿Estás bien?
Camila se volteó, mientras terminaba de secar su rostro para ocultar las lágrimas, lo que era imposible porque ni siquiera podía hablar por el llanto. Alejandro se hallaba a pocos metros de ella, visiblemente inquieto. Su cabello rubio estaba despeinado, al parecer acababa de levantarse, y sus ojos brillaban como dos estrellas ambarinas.
—¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó ella entre suspiros.
—No podía dormir y...—Alejandro se detuvo al notar el rostro devastado de la chica—. ¿Estás llorando?
Camila comenzó a sollozar sin poder evitarlo. Alejandro sintió que su corazón se encogía. Dio algunos pasos hacia ella, preocupado. Consolar a las personas no era algo que hiciera a menudo, ni tampoco tuvo la suerte de que alguien lo contuviera en los momentos difíciles, por lo que no sabía exactamente qué hacer. Camila no esperó a que él se decidiera, con un gesto precipitado se refugió en sus brazos, tomando al muchacho por sorpresa. Desde allí, sus sollozos se hicieron cada vez más dolorosos, partiendo el corazón de Alejandro. Él no tardó en abrazarla, sin decir nada y sin hacer preguntas. Estuvieron así algunos minutos.
Poco a poco, Camila dejó de llorar y aunque sabía que en algún momento tendría que separarse de Alejandro, quiso quedarse un poco más en la misma posición. Se sentía segura y protegida en sus brazos, aspirando su delicioso perfume que tenía cierto parecido con la vainilla.
—Discúlpame, Ale, no me encuentro del todo bien—dijo, en un susurro, mientras se apartaba y comenzaba a secar sus lágrimas.
—No te disculpes— respondió Alejandro con voz dulce. Continuaba conmocionado por aquel abrazo repentino, por lo que su corazón latía a toda velocidad—. Cuéntame qué te pasa, por favor. ¿Por qué estabas llorando de ese modo?
Camila quedó en silencio, pero luego se decidió a contarle lo que acababa de descubrir. Le entregó la foto de su familia a Alejandro.
—Tuve un hermano, Ale— explicó ella, por fin—. Está muerto. Rosman lo mató.
Alejandro no lo podía creer, estaba consternado ante aquella información. Él no podía dejar de observar la imagen, preguntándose cómo era posible que Rosman fuera capaz de matar a un niño pequeño.
—¿Este niño era tu hermano? —preguntó, sin dejar de observar la sonrisa inocente del infante. Camila asintió, volviendo a derramar algunas lágrimas—. ¿Quién te lo dijo?
—Anise— afirmó Camila con un dejo despectivo en su voz—. Mi padre me lo ocultó todo este tiempo y ella también. Incluso Noah lo sabía y no quiso decírmelo. Todos me mintieron y seguramente lo siguen haciendo.
Alejandro dio un paso hacia ella y la envolvió entre sus brazos nuevamente. Camila soltó un suspiro de alivio, mientras se aferraba a su cintura como si fuera un salvavidas.
—Lo siento mucho, Cami—susurró, sin saber que más decir para reconfortarla.
—Esto podía haberme pasado a mí, yo podría estar muerta ahora si Rosman...
Alejandro no la dejó terminar, se separó un poco de ella y tomó su rostro con ambas manos. La miró directamente a los ojos sin titubear, al tiempo que siseaba para que se callara.
—No digas eso, si algo te pasara yo...—El chico se detuvo de golpe. Estuvo a punto de revelar sus sentimientos y eso le asustaba. Tragó en seco, nervioso.
—¿Tú qué? — preguntó Camila, sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Yo...—Alejandro tartamudeó, indeciso, sin saber cómo expresar lo que quería decir—. No quiero que nada te pase, Cami. Eres muy importante para mí— confesó con voz temblorosa. Estaba cada vez más nervioso.
Camila sonrió y sus mejillas comenzaron a tornarse carmesí.
—¿En serio soy tan importante para ti?
—Sí, mucho.
—¿Por qué?
Alejandro se separó un poco y se pasó la mano por el pelo. Estaba convencido de que Camila y Petter tenían una relación, por lo que no quería intervenir.
—No importa eso—negó con la cabeza y pasó su pulgar por la mejilla de Camila, allí donde todavía relucía una lágrima—. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Siempre.
Camila se estremeció un poco ante aquel roce tan íntimo y tuvo ganas de volver a refugiarse entre sus brazos para nunca más dejarlo ir, pero una voz los hizo separarse de golpe.
—¿Camila? — Ambos repararon en la presencia de Petter que los observaba a unos pocos metros de ellos—. Siento interrumpir, solo quería saber cómo ibas, no me di cuenta que tenías compañía.
El sarcasmo de Petter era evidente, pero los chicos estaban demasiado ocupados disimulando sus nervios como para notarlo. El muchacho sonrió al observar el rostro colorado de Alejandro, era obvio que estaba avergonzado y que le había molestado mucho su interrupción.