Los días siguientes a la desaparición de Petter se habían vuelto cada vez más pesados, como si una energía oscura envolviera los pasillos de Arcadia. Los Elegidos continuaban con sus entrenamientos habituales, aunque podían notar que algo no marchaba bien. Solo Camila, Karla y Diana sabían la verdad, pero decidieron guardar silencio, pues los demás no estaban enterados de la traición de Petter, y Anise deseaba que siguieran sin saber lo ocurrido. Los magos dijeron que el Elegido estaba enfermo, excusa que solo taparía el hueco por unos días.
Camila se encontraba mucho más perturbada que sus amigas, sobre todo después de saber que Petter era su hermano. Pasaba horas pensando, sola, sin entablar conversación con nadie. Debía decidirse cuanto antes. O contactaba a su abuela materna para obtener el brazalete o continuaba de brazos cruzados esperando un milagro que no llegaría. Ahora la vida de su hermano y de su padre estaba en sus manos, por lo que no podía fallarles.
— ¡Camila! — La llamó Cornelio haciéndola salir de sus cavilaciones—. ¿Escuchaste las instrucciones que di hace un momento? — La chica negó con la cabeza. El mago entornó los ojos con desgano—. Quiero que formen parejas y comiencen con un combate cuerpo a cuerpo implacable que no termine hasta que uno de los dos esté en el suelo jadeando, ¿entiendes?
Camila asintió y miró a sus alrededores, buscaba una pareja con quien comenzar a entrenar. Entonces alguien la tocó por detrás, sobresaltándola, era Alejandro. El chico le sonrió como acostumbrada a hacer y le hizo una seña para que se colocara a su lado. La Elegida respiró aliviada, con Alejandro como pareja no tendría que preocuparse por salir lastimada.
—¿Listos? — preguntó Cornelio con ímpetu, provocando que los chicos empuñaran las espadas y se pusieran en posición de ataque.
Alejandro miró a Camila, cerciorándose de que estuviera lista para el combate. Camila respiró profundo y trató de alejar su mente de todas las preocupaciones que tenía.
—Comiencen— ordenó el profesor.
Camila se abalanzó sobre Alejandro e intentó tomarlo por sorpresa. El muchacho paró el golpe sin problemas y la empujó para hacerla retroceder. Camila le dirigió una mirada pícara, mientras le hacía una seña para que se acercara, así podría atacarlo nuevamente. Alejandro sonrió, divertido, y movió la espada en círculos, listo para continuar con el enfrentamiento. Los aceros se volvieron a unir. Los chicos estuvieron luchando, algunos minutos, ambos sudando y sin darse por vencidos. Era evidente que deseaban poder salir victoriosos, pero sin olvidar el cariño que se tenían el uno al otro. Entonces Camila sintió algo inusual. Un mareo invadió su cuerpo, causando que tuviera que detenerse y agarrar sus rodillas con las manos. Su respiración comenzó a agitarse y poco a poco perdió la noción del lugar en el que estaba.
—¿Estás bien? — le preguntó Alejandro, preocupado, acercándose para intentar ayudarla.
Camila lo miró entonces, pero sus pupilas parecían perdidas y sin brillo alguno. Su cuerpo seguía en Arcadia, pero su espíritu había viajado hacia Nelvreska de un modo inexplicable. Comenzó a sentir un fuerte dolor en su espalda que la hizo emitir un grito. Era como si su piel fuera desgarrada por el mismo látigo que magullaba a Petter. Podía sentir cada golpe con la misma intensidad que su hermano, por lo que sus fuerzas flaquearon y se desplomó, teniendo que ser sujetada por Alejandro, quien estaba junto a ella.
—Cami, ¿qué tienes? — le preguntaba él, desesperado, mientras colocaba su cuerpo sobre el césped y golpeaba suavemente sus mejillas.
—Petter...— murmuró ella, antes de entregarse por completo a aquella alucinación y perder el conocimiento.
Alejandro sintió que su corazón se encogía cuando escuchó el nombre Petter en los labios de Camila, pero no pudo pensar en otra cosa que en intentar despertarla. El resto de los Elegidos estaba allí, preocupados por la salud de su compañera. Cornelio se acercó para examinarla.
—¿Qué le pasó?
—No lo sé, solo se desmayó de repente—explicó Alejandro, nervioso.
Cornelio tomó la mano de la chica y pudo sentir la energía que invadía su cuerpo, aunque no fue capaz de reconocer qué era exactamente.
—¿Qué es lo que tiene? — preguntó Alejandro, cada vez más alterado, al notar el desconcierto de su maestro.
—Hay que llevarla a la enfermería cuanto antes— ordenó Cornelio.
Alejandro tomó entonces a Camila en sus brazos y utilizó su poder para llegar en pocos segundos a la enfermería, deseando que allí pudieran descubrir lo que le sucedía. Las hadas comenzaron a examinarla, pero parecían igual de desconcertadas que Cornelio. Alejandro se quedó allí, viendo como todos intentaban analizar aquella extraña magia que se había apoderado del cuerpo de Camila, pero nadie lograba descifrar a qué se debía. Entonces llegó Corazón de la Tierra y todos le abrieron paso para que pudiera hacer su trabajo. El mago tomó la mano de Camila y estuvo un rato sujetándola con los ojos cerrados.
—¿Qué le pasa? — preguntó Alejandro, que estaba parado cerca de los pies de la cama, sin intenciones de marcharse de la habitación.
Antes de que Corazón de la Tierra pudiera responder, Camila abrió los ojos.
—¿Qué me sucedió?
Estaba un poco desorientada. Notó la presencia del mago y de su amigo y respiró con alivio.
—Te desmayaste— respondió Alejandro, quien ahora estaba sentado junto a ella en la cama.
Camila recordó entonces todo lo que había sentido antes de perder el conocimiento.
—¿Qué fue lo que sentiste, Camila? — indagó Corazón de la Tierra, con una mirada inquisidora.