Petter despertó en las mazmorras del palacio de Nelvreska. Lo supo enseguida, pues el olor putrefacto a excremento y a basura invadió su nariz en cuanto abrió los ojos. Estaba en una total penumbra, pero pudo escuchar el goteo del agua que se filtraba por las paredes mohosas y el roer de las ratas. Se hallaba sobre un asqueroso colchón de esponja que olía a orine y a viejo. Intentó ponerse de pie, pero enseguida sintió una punzada de dolor en su espalda. Optó por quedarse inmóvil, al fin y al cabo, no tenía escapatoria. Rosman había jurado dejarlo vivir, pero de igual manera lo haría pagar por su traición recluyéndolo en aquel lugar infrahumano para siempre. La muerte se veía entonces como un final más digno.
Petter escuchó el crujir de una reja. Al parecer, alguien acababa de entrar en su celda. Sintió el sonido de unos pasos que se acercaban y una pequeña luz comenzó a encandilar sus ojos. Entonces una figura desconocida se agachó a su lado, lo que sobresaltó un poco al muchacho. Tuvo que pestañear varias veces para darse cuenta que se trataba de Sandro, su compañero de misiones.
—¿Sandro? ¿Qué haces aquí? — preguntó, sin poder creer lo que veía.
—Vaya, vaya, con que has desatado la ira de Su Majestad y te ha mandado a esta pocilga. ¡Qué triste! —Sandro habló con un tono burlón, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios—. Uff, mira cómo te han dejado— dijo y puso su bota sobre la espalda del chico, lastimando intencionalmente sus magulladuras.
Petter soltó un gruñido de dolor, pero no fue capaz de defenderse en esas condiciones.
—Maldito, imbécil—lo insultó lleno de rabia y deseó poder golpearlo—. ¿Por qué carajo estás aquí?
—Su Majestad decidió dejarte vivir, pero eso no quita que en el fondo desee verte muerto. No creo que se enoje si yo le hago el favor de deshacerme de ti.
Petter lo miró un poco confundido. Sabía que no era del agrado de Sandro porque siempre envidió sus privilegios. Muchas veces cuestionó el hecho de que Rosman le hiciera regalos, lo dejara comer a su lado y lo llevara a algunas reuniones del Consejo Real. ¿Sería esa la razón por la que ahora deseaba destruirlo o había algo más?
—¿Por qué deseas matarme? — preguntó, sin hacer ningún esfuerzo para escapar. Quizás ya la muerte no se le hacía tan preocupante como quedarse allí para siempre.
—Por Aylen— respondió Sandro con voz sombría. Petter creyó haber escuchado mal, pues no podía entender que relación había entre Aylen y Sandro—. Yo la quería para mí, siempre la quise, pero Su Majestad decidió dártela a ti. — La voz de Sandro estaba ahogada, como si le costara pronunciar aquellas palabras—. No sé por qué te tenía tanto aprecio como para regalarte a la mujer más hermosa de su harén.
—Lo siento— respondió Petter, aun sorprendido, sin saber que más decir—. Yo no sabía que...
—¿Lo sientes? — gruñó Sandro, mientras lo tomaba por el cuello de la camisa y lo sentaba de golpe—. Ella está muerta por tu culpa, porque no pudiste protegerla. — Sandro le propinó un golpe en la mandíbula a Petter que hizo que el muchacho cayera de espalda, adolorido—. Haré que pagues por eso.
—Golpéame si quieres, pero eso no la traerá de vuelta. Si una paliza pudiera remediar todo lo que hice, yo te diría que me mataras a golpes, pues eso es lo que más deseo.
Petter hablaba con dificultad. Sentía que todo su cuerpo estaba destrozado por el dolor. Su labio sangraba y también su brazo, por lo que era cuestión de tiempo para que volviera a desmayarse. Sandro lo miraba con los ojos desorbitados por la rabia y el rostro colorado. Entonces perdió el control, algo que le sucedía a menudo. Comenzó a golpear a Petter, deseando destruirlo por haberle robado todo lo que él creía le pertenecía. Usó tanto sus puños como sus botas para causarle el mayor sufrimiento al muchacho, quien estaba en el suelo hecho un ovillo, sin poder defenderse. Finalmente, Petter perdió el conocimiento, lo que hizo que Sandro se detuviera.
—Despierta, desgraciado— exigió, mientras lo sacudía, pero Petter ya no era capaz de escucharlo. Entonces Sandro tuvo miedo de haberlo matado porque sabía que Rosman podría castigarlo por eso. Aterrado, salió corriendo del lugar, esperando que nadie supiera del delito que había cometido.
Algunos minutos después, alguien más entró en la celda. Era Vivian, quien al ver a su hijo en esas condiciones corrió a su lado para intentar despertarlo.
—Hijo, por favor, despierta—le decía, desesperada.
—Madre...— respondió Petter luego de algunas sacudidas. Estaba muy débil, por lo que apenas podía hablar.
—Voy a sacarte de aquí—le dijo, mientras limpiaba la sangre que corría por su labio con sus dedos—. Pronto estarás en Arcadia.
Petter sonrió, pero no fue capaz de emitir ningún sonido para responderle. Estaba concentrado en soportar el dolor que tenía en todo su cuerpo. Dos guardias entraron entonces a la celda y lo levantaron de golpe. Luego lo arrastraron hacia una salida secreta que tenía la cárcel y lo metieron dentro de un auto fúnebre, como si fuera uno más de los cadáveres que sacaban diariamente de sus celdas. Su madre se despidió de él, con lágrimas en los ojos, antes de que el vehículo arrancara.
—Perdóname por todo, hijo. — Vivian acarició su rostro magullado y sudoroso —. Algún día nos volveremos a ver.
—Ven conmigo, por favor—le suplicó Petter y retuvo su mano para que no se marchara.
—Lo siento, mi deber siempre estará con Rosman y el tuyo está ahora con los Elegidos. — Petter negó con la cabeza y sus ojos se cristalizaron por las lágrimas—. Aunque ahora seamos enemigos, nunca dejarás de ser mi hijo.