Camila caminó por el sendero que conducía hacia el lago de las libélulas, mientras recordaba los momentos vividos en aquellos últimos días. La imagen de su hermano llorando desconsolado por la muerte de su madre la había dejado devastada, nunca esperó verlo tan vulnerable, aunque también sentía lástima por Noah, quien estaba sufriendo de la misma manera. Ahora la guerra con Rosman se hacía cada vez más inminente, por lo que su única opción era prepararse para luchar. Deseaba tanto poder olvidar todo aquello al menos por unas horas y refugiarse en los brazos de Alejandro.
Cuando estuvo en el lugar indicado sintió que un escalofrío recorría su espalda. El muchacho no estaba allí, en su lugar había una figura desconocida esperándola. Era un hombre maduro, de aproximadamente cincuenta años. Camila se estremeció tan solo de observar la cicatriz que atravesaba parte de su rostro. Sus ojos azules se clavaron en ella como dos dagas filosas.
—Un placer conocerte, Camila —la saludó él, acercándose.
La Elegida hizo una bola de fuego con sus manos como forma de defensa y retrocedió unos pasos.
—¿Quién eres? —preguntó, nerviosa, mientras observaba a sus alrededores buscando algún indicio de Alejandro.
—Eso no importa— respondió el hombre—. Si estoy aquí es porque Rosman necesita algo de ti. Algo que solo tú puedes proporcionarle.
—Nunca le daré el brazalete— respondió Camila con rabia—. Tendrás que matarme.
—¿Segura? — preguntó el desconocido tras una carcajada.
Camila sintió unos pasos detrás de ella. Dos hombres más se acercaban, iban armados con espadas y pistolas de poder. Sus miradas parecían perdidas como si estuvieran manipulados por magia. Traían a una persona maniatada, la cual arrastraban con dificultad por el sendero, pues se resistía a caminar. Obligaron al cautivo a ponerse de rodillas tras un golpe en las costillas y luego tiraron de su cabello para que su rostro quedara visible ante los ojos de Camila. Ella ahogó un grito cuando reconoció a Alejandro. El muchacho la miró con una mezcla de temor e impotencia en sus ojos. Tenía la camiseta rasgada y manchada de sangre, al parecer había luchado contra los hombres para no ser capturado.
— ¡Ale! — chilló e intentó acercarse a él, pero uno de los hombres colocó un cuchillo en el cuello del muchacho a modo de amenaza—. No le hagas daño, por favor.
—Eso depende de ti. —Camila sintió que su respiración comenzaba a agitarse debido a los nervios—. Lo único que debes hacer es seguir mis instrucciones y tu noviecito estará a salvo.
—No los escuches, Cami─ pidió Alejandro, el cual se retorcía, intentando liberarse del agarre de los hombres—. Quieren llevarte a Nelvreska con Rosman...
Uno de los hombres apretó con fuerza el cuchillo y causó que Alejandro ahogara un gemido de dolor, pues comenzaba a sentir como el acero cortaba su carne. Camila se estremeció. Las palabras de Carlotta vinieron a su mente, debía proteger el brazalete antes que a su propia familia, pero, ¿acaso era capaz de ver morir al chico que amaba? Negó con la cabeza, las lágrimas picaban en sus ojos. No era tan fuerte como lo fue Leinad. Su voluntad flaqueaba ante el temor de perder a los suyos.
—Haré lo que me pidan, solo déjenlo ir— dijo, resignada, casi a punto de echarse a llorar.
—Buena niña— se burló el hombre de la cicatriz, mientras se acercaba a ella para explicarle lo que debía hacer─. Tomarás el brazalete y luego me esperarás donde están las naves para salir de Arcadia. —Camila lo miró, recelosa, intentaba descubrir una forma de librarse de aquella situación─. Si te atreves a hacer alguna cosa, él morirá antes de que Corazón de la Tierra pueda siquiera ponerse a buscar su cadáver.
— Los gordianos no nos dejarán salir. — Fue lo único que atinó a decir Camila cuando recobró la compostura.
—No debes preocuparte por eso. Tú única preocupación debería ser que no matemos al chico antes de que vuelvas. Así que no tardes.
Camila miró a Alejandro y un terror desgarrador invadió su corazón. Debía hacer todo lo posible por mantenerlo con vida, aunque eso pudiera costarle la suya. Quizás hubiese sido mejor decisión alertar a Corazón de la Tierra o a los Elegidos, pero no era capaz de arriesgarse a perderlo para siempre.
—Estaré bien— le aseguró antes de marcharse.
Alejandro negó con la cabeza, desesperado. Hubiese dado cualquier cosa a cambio de la seguridad de Camila, quizás incluso su propia vida.
—Voy a traerte de vuelta—dijo él por fin y la miró fijamente a los ojos—. Lo prometo.
Camila sintió que su corazón se encogía, por lo que las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas mientras caminaba apresurada por el sendero de piedra. Algunos minutos después, entró en su habitación, intentando no hacer ruido para no despertar a sus amigas. Sus manos temblaban mientras abría con su anillo el cofre donde se hallaba el brazalete. Cuando tuvo la reliquia en la palma de su mano, se apresuró a guardarla en el bolsillo de su chaqueta, deseando llegar al lugar indicado cuanto antes.
—Veo que eres obediente—le dijo el hombre cuando se encontraron a las afueras del palacio flotante. Camila estaba comenzando a odiar su voz melosa—. ¿Lo tienes?
Ella no respondió, solo sacó de su bolsillo el brazalete para mostrárselo, luego lo volvió a guardar. El hombre sonrió y le hizo una seña para que le entregara la reliquia.
—Primero quiero asegurarme de que Alejandro esté bien.
—Debes confiar en mi palabra—sonrió con tono despreocupado—. Cuando estés fuera de Arcadia él estará libre. Antes debes darme el brazalete.