Anise tomó el último sorbo de café que había en la taza justo cuando tocaron a su puerta. Amanecía y todavía no había recibido noticias de los Elegidos, por lo que estaba preocupada y ansiosa. Ya era la quinta vez que ordenaba que le trajeran café y algunos biscochos para soportar aquella terrible noche. Con un grito exasperado ordenó que pasaran y sintió un poco de alivio al encontrarse con Daisy, su hada de mayor confianza.
—Los Elegidos han vuelto.
Anise se puso de pie de golpe y no pudo evitar sonreír.
—¿Están todos bien? — preguntó con un poco de desesperación en su voz —. ¿Ernesto, Camila...?
—Sí, ellos están bastante bien, aunque...—Daisy titubeó—. Karla está grave. La están atendiendo en la enfermería.
—¡Cielos! — exclamó Anise y se dejó caer de nuevo sobre su asiento—. Hagan todo lo posible por ella— ordenó. Luego comenzó a juguetear con la taza de café vacía, como si estuviera pensando en algo mucho más preocupante—. ¿Qué pasó con el brazalete?
—Camila lo tiene en su poder ahora.
—Excelente— celebró Anise un poco más tranquila—. Ahora es responsabilidad de ella mantenerlo a salvo. Espero pueda cumplir con su deber tal y como lo hizo su madre.
—Estoy segura que lo hará excelente—opinó el hada—. Supe que pudo utilizar el brazalete contra Rosman. —Anise abrió la boca con sorpresa—. De hecho, lo dejó malherido.
—¡Vaya! — exclamó con desconcierto, aunque en el fondo estaba feliz de recibir aquellas noticias—, parece que Camila será incluso mejor que su madre, cosa que no me sorprende. Por sus venas corre la sangre de los dioses.
—Con el brazalete ella será implacable.
—No me cabe duda de eso, pero me preocupa que tanto poder la corrompa. Ella es aún una niña inocente, lo menos que deseo es que...
—No debe preocuparse, Anise— la interrumpió Daisy y le regaló una sonrisa conciliadora—. La historia no volverá a repetirse.
Anise suspiró y estuvo unos minutos en silencio. Olvidó por completo que Daisy seguía allí, en espera de alguna orden o comentario. Su mente había sido invadida por un sinnúmero de recuerdos del pasado. Con tantos siglos de existencia, estaba convencida de que nada de lo que hiciera podría cambiar el futuro de los mortales. Por lo que ninguna fuerza en el mundo impediría que Camila cumpliera con su destino, fuera este bueno o malo.
—Hay algo más. — Anise despertó de golpe de aquella ensoñación—. Giselle está aquí.
—¿Giselle? — exclamó sin poder creerlo—. ¿Cómo es posible?
—No sé los detalles, pero ella desea verla.
Anise se puso de pie y le indicó con una seña que la hiciera pasar. Por alguna razón, sus manos comenzaron a sudar y su corazón volvió a acelerarse de golpe. Por fin, después de tantos años, conocería a su nieta. Caminó hacia el centro del lugar y esperó para recibirla. Apenas pasaron unos segundos para que una adolescente estuviera frente a ella, observándola con cierta desconfianza. Era tan hermosa como su madre, con aquella envidiable figura esbelta y el cabello largo y sedoso que le caía sobre la espalda. Enseguida pudo reconocer cierto parecido con Rosman, los ojos negros y expresivos, la piel un poco más oscura y la mirada suspicaz. Quiso acercarse para poder abrazarla, pero Giselle retrocedió de forma instintiva.
—Giselle— murmuró, todavía sorprendida por aquella visita repentina—. Ya eres toda una jovencita...
—Sí, evidentemente tenía que crecer, ¿no le parece? — respondió ella con tono cortante.
Anise la ignoró, podía comprender que no estuviera contenta de verla, al fin y al cabo, nunca tuviera una relación.
—¿Qué ha pasado, mi niña? — preguntó y la invitó a que sentara frente a ella, en uno de los sofás del despacho—. Si bien este encuentro me llena de felicidad, también me preocupa el hecho de que hayas decidido venir sola, después de tanto tiempo. Supongo que tu padre no te dio permiso para...
—Vine por respuestas. —Anise pareció turbarse y se movió inquieta en su asiento—. Hay muchas cosas que necesito saber...
—Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Segura? — inquirió Giselle con sarcasmo—. ¿Incluso sobre mi madre?
Anise se puso aún más nerviosa, pero intentó disimularlo frotándose las manos.
—¿Qué fue lo que Rosman te contó? —indagó con cierto temor en su voz.
—Que mi abuela tuvo la valentía de acabar con la vida de mi madre, aun sin importarle que fuera su hija.
—Giselle...— murmuró Anise e intentó agarrar sus manos, pero ella se lo impidió—. Las cosas no son...
—¿Ah no? — exclamó Giselle al tiempo que secaba las lágrimas que salían de sus ojos—. ¿Cómo pasó entonces? ¿Cómo una madre es capaz de acabar con la vida de su propia hija?
—¡Yo no maté a Anemith! — gritó Anise, sobresaltada. Al ver el rostro sorprendido de Giselle, supo que había perdido un poco la compostura, por lo que respiró profundo para calmarse—. Tu madre era una persona despiadada, alguien a quien no le importaba lastimar a los demás, ni siquiera a su propia familia. Su único amor era el poder, al igual que tu padre, por esa razón ambos terminaron uniéndose, porque sabían que juntos eran implacables. Rosman necesitaba el don de tu madre para tener mayor poder mágico y ella necesitaba su poder político. — Giselle la escuchaba con atención, aunque no estaba segura de que toda aquella historia fuera cierta—. Anemith deseaba ser diosa suprema y para lograrlo se llevó por el medio a sus propios hermanos, por eso ser la esposa de Rosman le resultaba tan atractivo, podría reinar sobre los demás.