Los Elegidos: el niño de la llama azul.

Prólogo

Mi mundo siempre fue más silencioso que el de los demás.
No porque no escuchara, sino porque escuchaba demasiado.
El zumbido de los fluorescentes, el crujido de los pasos en el piso de madera, el susurro de las cortinas al moverse... Todo tenía un peso. Una forma. Una textura que se me pegaba a la piel y no me dejaba en paz.
A veces me preguntaba si los demás eran sordos a eso. Si de verdad podían caminar por la vida sin que el sonido de una taza al caer les partiera el alma. Si podían mirar a los ojos sin sentir que una tormenta invisible los arrastraba hacia adentro.
Mi madre decía que yo era “especial”.
Mi padre decía que tenía “algo”.
Mi hermano no decía nada. Solo me miraba como si no supiera en qué parte de la casa guardaban el manual para entenderme.
Y yo… yo solo quería dejar de ser un problema.
Quería curarme.
Quería que alguien me dijera que lo mío tenía remedio. Que podía arreglarme. Ser normal. Ser alguien que no estorba en las cenas familiares, alguien que no necesita excusas para explicar sus silencios o su forma de mirar las manos cuando el mundo se vuelve demasiado grande.
Fue por eso que fui al lugar donde nadie más se atrevería.
Fue por eso que seguí esa voz que no venía de afuera, sino de adentro.
Una voz que me hablaba cuando dormía, que me mostraba símbolos flotando en el aire, que me prometía respuestas.
No sabía que esa búsqueda me iba a cambiar.
No sabía que lo que llamaban "enfermedad" era en realidad una puerta.
Y que al cruzarla, el mundo dejaría de ser lo que todos creían.
Porque lo que despertó en mí… no era humano.
Era antiguo.
Y estaba esperando.




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