Los elegidos: La ciudad de Vampiros

LIBERTAD

Todas las personas son distintas, diferentes a su manera, algunas son altas, otras pequeñas, complexión delgada o ancha, tés clara o morena, personalidades diversas, pero a pesar de tener cierto parentesco físico a los humanos esto no aplicaba del todo en ella, diferente de una manera muy peculiar.

Una chica de cabello oscuro como la noche, ojos color café con un estilo coreano y americano al mismo tiempo, delgada de estatura común para una joven de 19 años, tés blanca que le hacia ver sus labios de un rosa pálido.

Como era costumbre, Atenea se encontraba en el centro del bosque, acostada en el verdoso pasto observando el cielo adornado de nubes esponjosas y los inmensos arboles que le daban un toque mágico, junto a ella estaba su mas fiel y único amigo, su pequeño can Verriam, quien se mantenía
todo el tiempo junto a ella desde el momento en que este fue encontrado por la chica y fue refugiado por la misma.

—Es hermoso ¿verdad? — dijo en un tono suave, el can como respuesta dió un ladrido chillón y meneó su cola blanca.

El hermoso silencio fue interrumpido por el tono de llamada proveniente del celular de la joven quien suspiro con pereza, jamas miraba quien llamaba ya que solo tenia un único contacto agregado, su madre.

— ¿Si?

—¡Atenea! — le llamó exaltada la mujer —¿en donde estas?! —exigió saber con cierta molestia reflejada en su voz.

—estoy en el bosque — respondió con pereza y antes de que su progenitora pudiera articular cualquier otra palabra, la joven prosiguió — y no he salido del área, estoy cercas, Verriam esta conmigo...

— oh!... Si es así, ven ahora a la casa, traje pizza.

— Esta bien, voy para allá — colgó la llamada, se puso de pie y empezó a sacudirse los restos de pasto adheridos en su ropa, Verriam le imitó y se sacudió de cabeza a cola rápidamente.

— Vamos Verriam — dijo para ponerse en marcha hacia aquello a lo que llamaba hogar.

Su madre actuaba de forma exagerada a parecer de la joven, cada vez que Atenea desaparecía de la vista de la mayor, esta actuaba como loca y se exaltaba.

Desde que tiene memoria su madre siempre la sobre protegió y mucho a decir verdad, recuerda que de niña jamas la dejaba salir de casa, se permanecía todo el tiempo dentro y junto a la mayor, algo que la asfixiaba, si quería salir de casa no se podía alejar de su madre mas de un metro de distancia, no tuvo amigos, no sabia que era hablar con alguien de su misma edad y jugar, no sabia que era tener amigos reales.

Al ser educada en casa por su madre, la joven jamás asistió a una escuela, no las conocía mas que en imágenes que encontraba en internet, y si, aunque su madre la sobre protegiera y la mantuviera todo el tiempo aislada, le pareció una buena idea darle una distracción a la menor, regalándole como cumpleaños un celular e internet. El día en que la linea de internet fue puesta, su madre la encerró en su habitación, negándole el poder ver o acercarse a las personas , dejándola salir hasta que estos se marcharon de la casa, lejos de la curiosa niña. Y claro, todo lo que la chica veía y hacia en internet era monitoreado y limitado por su madre, ya que está hacia revisiones periódicas a la red y al dispositivo que la chica poseía. Divertido ¿No?...

— Ya llegue madre — anunció al entrar por la puerta de su casa, paso a la sala y no vio a nadie, tomó asiento en uno de los sillones y encendió el televisor poniendo el canal de películas, botando su celular aun lado de ella.

— Tardaste mucho — habló su madre, quien pasaba con un cesto de ropa en manos y le miraba seria.

— Lo siento, no me di cuenta del tiempo — se excusó, pero la verdad era que no quería volver tan pronto a su casa, era como encerrarse en una caja grande, tan vacía, aburrida y sofocante.

— Ven al comedor, la pizza se enfriara mas — dejó el cesto en un armario y le dio la espalda a su hija para ir directo a la cocina.

Comían tranquilas, en completo silencio, algo que ya se le había hecho costumbre, su madre no solía platicar mucho con ella, tampoco era muy cariñosa, incluso no hubo ni una sola vez en que su progenitora le dijera un "te quiero".

— Madre — nombró y la mencionada le miró prestándole atención — quería saber si yo puedo... — suspiro pesadamente —¿ puedo ir contigo al pueblo? — la contraria dejo su vaso en la mesa ejerciendo una fuerza que hizo que este se quebrará un poco. Atenea cerro los ojos con fuerza, maldiciendo a si misma por dentro el haber tocado el tema de "salir",algo que molestaba a la mayor.

— Sabes muy bien que no puedes — respondió molesta — y sabes muy bien por que.

— Claro!... Por qué soy peculiar! — Gritó sarcástica haciendo comillas con sus dedos.

— Lo eres — afirmó mirándole directo a los ojos – así que no saldrás de aquí, y no se discutirá mas de eso.

— Como sea, mi destino es morir aquí, encerrada como prisionera.... Ya no tengo hambre, me retiro a mi cuarto — sin esperar respuesta alguna dió la vuelta y subió las escaleras, entró a su habitación y cerró la puerta de golpe.

— Siempre lo mismo — las lágrimas comenzaron a descender de sus pequeños ojos, al igual que ella recargada en la puerta se dejo caer al frío suelo, abrazando su rodillas y escondiendo su rostro con sus brazos.




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