Los Errabundos

Hilos

Riza oía el revoltijo que provocaban Micaela y Alfonso al revisar las oficinas adjuntas. En la que le tocó revisar, no había más que papeles que no se tomó la molestia de revisar. Seguía con la esperanza de encontrar cosas útiles: armas, munición, nuevos compañeros...

Se alejó tanto del resto que ya no oía al resto. Nada parecía señalar que hubiese alguien allí. Pero fue entonces cuando se adentró a una oficina que le llamó especialmente la atención. Las demás estaban dadas vuelta de cierta forma, pero esta poseía una barricada de mesas que separaba las dos mitades de la habitación. Al fondo, se hallaban tres lockers cerrados.

Por un momento pensó en asomarse al pasillo y silbar para llamar al resto, pero algo le decía que, de hacerlo, moriría antes de siquiera expulsar el aire entre sus labios. Su instinto le pedía acercarse. Y así lo hizo.

Dio pasos lentos y suaves, asegurándose de no hacer ruido con sus pesados borcegos de punta de acero, guardando la pistola en el morral y desenfundando suave el fusil. Con su palma izquierda tapó el seguro con fuerza, y lo quitó de forma lenta, ahogando el sonido lo más posible. Se agradeció de ya tenerlo en semiautomático. No pudo evitar apretar los labios mientras avanzaba. Su corazón latía con tanta fuerza que le hizo sentir una gran presión en la yugula izquierda, y el cansancio de la caminata le hacía latir la carótida.

Estuvo a poco más de un metro de la barricada cuando varios disparos resonaron desde la distancia. Exaltada, volteó su mirada hacia la puerta, y cuando la volvió hacia la barricada, observó a un hombre con pasamontañas blanco envistiéndola, empujando el fusil con su mano izquierda hacia un costado. Riza retrocedió tirando el arma hacia un lado, pues inútil le resultaría a tan corta distancia. Mientras se llevaba la mano a la cintura, se preguntó por qué mierda había decidido usar el fusil. Antes de que sus dedos tocaran el mango, aquel hombre le lanzó un puñetazo derecho hacia el rostro.

Los bellos del brazo se le erizaron. Desenfundar un arma y disparar llevaba dos movimientos; dos tiempos, mejor dicho: alzar el arma y apuntar hacia adelante mientras se apretaba el gatillo. Si se hacía bien, al primer tiempo quitaría el seguro con el pulgar... Pero la sorpresa le hizo perder estabilidad y concentración, y sabía que no podía permitirse tres tiempos. No tenía ni siquiera dos tiempos antes de recibir el puñetazo. Y si el disparo fallaba por esto, sería letal.

Aquel presentimiento le llevó a esquivar el puñetazo, agachándose a la izquierda y olvidándose la pistola. Pasó su brazo derecho por encima del hombro del contrincante, y el izquierdo por debajo de la axila, encadenándolos a su espalda. Y tras un movimiento circular y reculado de su pierna, logró patearle el hueco poplíteo, empujando ferozmente hacia adelante y provocando que ambos cayeran con todo su peso. Un rugido áspero de dolor le emanó de la boca al sujeto, y tras el pasamontañas blanco sus ojos se abrieron sobremanera cuando vio a Riza sentarse encima suyo con agilidad tal que apenas le dio tiempo a reaccionar. Ella inmovilizó su mano derecha mientras se preparaba para darle un puñetazo que lo dejaría inconsciente.

Aquel hombre la tomó del rostro con su mano izquierda, dispuesto a clavarle el pulgar en el ojo. Fue entonces cuando Riza le tomó de la muñeca con ambas manos, y se lanzó hacia atrás mientras se la torcía, obligándolo a levantarse por el dolor. El peso de la mujer le hizo separar la espalda del suelo, y cuando la suya tocó los azulejos y el hombre se posó encima suyo, le encadenó las piernas de igual forma que había hecho con sus brazos, y las cerró como pinzas, apretándole fuerte la mandíbula contra el hombro mientras la pierna izquierda le presionaba el cuello. La muñeca cada vez más estaba cerca de romperse.

Aquel quiso quejarse del dolor, pero no podía siquiera respirar. Sus ojos se inyectaron en sangre, y su pasamontañas se estiraba por las bocanadas de aire que intentaba recoger. Riza supo que estaba cerca de perder la consciencia. Pero fue entonces cuando aquel la tomó de la pierna que se hallaba sobre su hombro con la mano derecha, y con sus últimas fuerzas comenzó a separarla del cuello mientras lograba ponerse de rodillas, y poco a poco conseguía levantarse del suelo. Riza distinguió que los párpados dejaban de tornársele rojizos, por lo que el oxígeno volvía a su cerebro. No era buena señal.

Rápida, Riza liberó la llave, alzando la pierna izquierda para posarla ahora sobre el hombro izquierdo del hombre; ambas piernas estaban ahora del mismo lado, en costilla y hombro. En un rápido movimiento de caderas logró empujarlo hacia la izquierda, tumbándolo de nuevo al piso, y logrando subírsele encima, con su rodilla sobre el esternón, dificultándole la respiración. No perdió el tiempo antes de meterle un feroz puñetazo que le partió el labio. Posó su mano en el mango de la pistola, lista para desfundar cuando éste, a través de su pasamontañas que comenzaba a teñirse de rojo, gritó:

¡¡Benjamín!!

El fuerte estruendo de un locker se oyó, y varios pasos se escucharon acercándosele detrás. Riza volteó, y un pie le pateó ferozmente la mejilla izquierda, haciéndola rodar en el suelo, lejos del enmascarado. La vista se le tiñó de rojo por un segundo, y tardaría otro más en reconocer de nuevo las figuras; tiempo suficiente para matarla. Desenfundó la pistola y disparó tres veces a quemarropa. De pronto, un grito muy agudo provino de un locker, donde se observaba un hueco en la puerta de chapa. El de pasamontañas seguía aún en el piso, y quien la pateó, un joven de piel oscura con rastas, se hallaba sentado en el suelo, sin ningún agujero en su cuerpo. Ambos mirando al locker. El grito era agudo y constante, interrumpido por espasmos y sollozos. El joven de piel oscura la dejó en paz, y corrió hacia allí.

El de pasamontañas solo miraba atento a Riza, sin moverse, a sabiendas de lo que podría pasar. El joven negro abrió el locker, y de él salió una niña de no más de cinco años, la cual lloraba a alaridos mientras se sujetaba el brazo derecho mientras la sangre descendía en rojas líneas a través de la piel hasta caer en lluvia al suelo.



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En el texto hay: zombies, accion, gore

Editado: 13.09.2023

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