Los Errabundos

Jaque

Todos se preparaban para la marcha. Dante advirtió a Miguel y compañía que harían pocas paradas para descansar. José y Araceli hacían la labor de llenar los cargadores de las armas, aunque Freud pidió que le diesen las balas a él para cargar a Anne, su revólver. Riza contó las balas de su fusil. Veinte en el cargador de repuesto, diez en el que estaba usando y una en la recámara. Guardó el cargador lleno y los vacíos en los morrales de su chaleco, luego, ayudó a Freud a limpiar las armas.

—¿De dónde sacaste todo esto? —preguntó Freud, observando los utensilios.

—Una armería —contestó ella—. Los idiotas se llevan las armas y las balas, pero son tan estúpidos que no saben que si no limpian su arma, se les encasquilla en medio del combate. Y mueren.

Creía que había varios factores para que se encasquille un arma de corredera.

—Sí, también está sujetar mal el arma; pero, por lo general, es por limpieza.

Ariel guardaba cuanta comida podía dentro de su bolso, aún a sabiendas de que debería cargarlo sobre la moto que tenía que empujar. Pazos hacía lo mismo con la moto que él debería llevar. Una vez terminó, Amata ató los bolsos sobre las motos.

Miguel tomó una mochila y en ella guardó algunas botellas de agua, alcohol etílico y dos paquetes de fideos instantáneos. Sacó la navaja estilete, y le enseñó a Daiya como usarla. Luego, la puso en el bolsillo de la mochila, abrigando la espalda de la niña con ella.

Ariel aprovechó que cada quien estaba en sus cosas y sacó una pistola del bolso. La revisó, y solo tenía una bala en la recámara y una en el cargador. Volvió a guardarla en el bolso, aunque en uno de los bolsillos laterales.

—¿Como cuántos días faltan para llegar a Luvlais? —quiso saber Benjamín, quien guardó un sartén dentro de un bolso.

—Dos, quizás tres si algo nos retrasa —dijo Riza. Luego se llevó la mano al vientre, adolorida.

¿Por qué tardaron tanto en llegar a Luvlais? —preguntó Freud.

—Errabundos, hordas, hijos de puta, puentes en llamas, autos en llamas... les sorprendería la cantidad de autos que arden incluso días después. También tormentas... —enumeró José con cierto sarcasmo—. Y un calambre de Pazos. Aunque eso fue solo media hora.

—¡No estaba acostumbrado a correr! —gritó Pazos a lo lejos.

—¿Errabundos? —inquirió Miguel—, ¿qué...?

—Es como llamamos a los zombis —contestó Ariel con una sonrisa—. Tal vez se vuelva un estándar, como los Caminantes de The Walking Dead.

Una hora más tarde, todos emprendieron la marcha. El cielo brillaba celeste sobre sus cabezas, abrigándolos con sus mantos blancos de la abrasadora luz del faro. Al inicio fue fácil, pues el viento soplaba gentil a sus espaldas, secándoles el sudor. Alfonso notó que Benjamín cojeaba al caminar. No era una cojera que le afectara a la velocidad, pero sí era notable. Cada tanto, José alzaba sus rodillas al marchar para ayudar a la circulación, mientras que Araceli se tronaba el cuello. Varias veces tuvieron que cambiar de ruta para eludir a las pequeñas hordas que parecían haberse embarcado también en una encrucijada.

—Esto me recuerda a la marcha anual hacia Mirrah —comentó Amata con una sonrisa nostálgica.

—Yo la hice una vez —dijo Ariel—. Llegué con las patas cuadradas. Había ido con un ex.

—En Argentina hay un lugar que se llama Lujan. Hay una iglesia enorme y creo que dos veces al año se hacían así, caminatas religiosas —comentó Alfonso.

—Sí, pero nada que ver a Mirrah. Acá la ciudad esta está rodeada por paredes, y te querés cortar la pija con el precio de sus locales —añadió Eduardo, tronándose los nudillos.

—Incluso para nosotros son precios altos —dijo Araceli, tímida.

—Me pica... —musitó Daiya, intentando rascarse sobre el vendaje.

—No te rasques, te lastimarás —le aconsejó Miguel.

—Agradece que no naciste en África, pequeña. Allí hacen los puntos con hormigas —comentó José con una leve risa.

—¡¿Con hormigas?! —preguntó, asqueada y curiosa.

—Sí. Allí hay hormigas muy grandes, y sus diente son como pinzas —narró mientras imitaba las mandíbulas con sus dedos—. Su mordedura es tan fuerte que muchos la usan para cerrar heridas, luego les desprenden la cabeza del cuerpo y la cabeza queda clavada a la carne hasta que sana.

La niña arrugó el rostro del asco. Miguel no pudo evitar reír. Ariel también rió con amargura, seguido del resto.

—Hablando de africanos, ¿creen que hayan creado su comunidad aquellos que vinieron a Gila? —preguntó Dante—. Recuerden la Gran Inmigración; muchos llegaron de Etiopía.

—Puede ser —asintió José—. Si la mayoría vienen de Etiopía, puede que hayan unos cuantos de la tribu Mursi —agregó con una risotada.

—¿Esa no es la tribu súper violenta? —quiso saber Miguel. Dante le asintió—. Entonces sí sería un problema si crearon su comunidad.

—Que crearan su comunidad no sería un problema, sino enfrentarlos —respondió Dante, riéndose—. Los africanos en Gila son todos muy unidos, no dudo que hayan creado su facción. La Facción Etíope.

—Y sudafricana, ugandiana... —agregó Ariel.

—¿Ugandiana? —inquirió Benjamín, riendo.

—De Uganda.

—Ugandeses, en cuyo caso —le corrigió José—. Igual, en Luvlais hay murallas, y la mayoría de africanos vivían cerca del Rin, así que estarán bastante lejos de nosotros.

Las horas pasaron volando, y el sol dejó de ser un problema. Apenas se detuvieron diez minutos para dejar pasar a otra horda. Finalmente lograron llegar a la ciudad de Coldrain, una que parecía haberse detenido en el tiempo, con casas grandes con tejas rojas encima. Riza se adelantaba, se atrasaba y a veces lograba seguir la marcha. Su piel no estaba perlada, sino empapada, y sus mejillas se habían teñido de rojo mientras apenas lograba mantener el aire en sus pulmones. Dante caminó a su lado.



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En el texto hay: zombies, accion, gore

Editado: 13.09.2023

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