Los Errabundos

Sacrificio

Los gritos internos abrasaban los músculos de Ariel, obligándolo a mantenerse en movimiento, aún si era temblando. Su cabeza daba vueltas como un péndulo, con el corazón pateándole el pecho y el estómago hecho un nudo imposible de desatar.

Ante la atenta y pavorosa mirada de Daiya se decidió a cerrar los ojos, y escuchar atentamente.

—¡¿Dónde mierda están?! —preguntó un hombre.

—Uno... —susurró Ariel para sus adentros—. No, dos. Su voz es diferente a la del primero.

—¿Qué haces...? —susurró Daiya, asustada.

—¡Busquen en todos los locales! Lo más seguro es que se hayan escondido aquí —dijo una mujer.

—Tres...

—Es verdad, esa moto no estaba aquí antes —dijo un hombre de voz aguda.

—Cuatro...

—Búsquenlos, ahora —exclamó otro más.

—Cinco...

—Busquen rastros de sangre.

—Seis...

—¡¿Dónde se metieron?! —dijo un hombre que llegó corriendo, agitado. Ariel oyó que desacorde a su voz, jadeaba una segunda— Esta es su moto, tiene que estar aquí.

—Ocho... —finalmente abrió los ojos—. Daiya, tu tío guardó una navaja en tu mochila, ¿no? Préstamela, por favor —la niña obedeció. Abrió la mochila silenciosamente y sacó el estilete. Al estirar su temblorosa mano, la navaja se le resbaló de entre los dedos. Ariel estiró el brazo, cogiendo la navaja antes de que tocase el suelo—. Será mejor que cierres los ojos. La cosa puede ponerse fea.

—Ya no tengo balas —se quejó un hombre mientras jadeaba. Luego, Ariel escuchó el susurro del cuero, seguido del agudo tintineo de una larga hoja—. Marcos, tú ve por allí. Yo miraré por aquí.

Oyó unos pasos alejarse, y otros más pesados acercarse hacia la tienda. Daiya se llevó las manos a los oídos, y juntó fuertemente sus párpados, a sabiendas de lo que pasaría.

«Si uso la pistola, se me puede escapar un tiro —pensó Ariel, enfundando su Colt en el morral. Asomó la cabeza, viendo al hombre entrar al local con un machete oxidado en su mano derecha. Parecía no haberse percatado de su presencia—. Las gárgaras sonarán por tres segundos antes de comenzar a ahogarse. El dolor no le dejará gritar. Tengo que ser rápido, y tener cuidado de esa mierda.» Posó la navaja en mano derecha, y se acuclilló como un puma que se disponía a cazar.

Ariel saltó hacia el hombre, sorprendiéndolo mientras le atravesaba la garganta con el estilete, y le posaba la mano sobre la boca, por debajo de la máscara. Lo empujó hasta posarla la espalda contra la pared, ganando así sus tres segundos de oro. Los ojos del hombre se inyectaban en sangre mientras los hilos guinda caían a través del filtro de la máscara. Aquel hombre pudo ver el rostro de su depredador a todo detalle: uno que enseñaba sus fauces, de nariz arrugada por la rabia y unos ojos verdes empapados de rencor, el cual no le perdía el contacto visual ni por un segundo.

Ariel hizo otro empujón con el brazo, penetrando el esófago con la hoja. La mirada rabiosa del hombre se tiñó de pavor y sufrimiento en un instante, y en una última voluntad alzó el brazo listo para atacar al joven, quien le soltó la boca para detenerle la muñeca, mirándolo fijamente con aquellos ojos verdes que no reflejaban más que su moribundo rostro. Ariel contempló atento cómo aquellos ojos grisáceos perdían cada vez más brillo mientras se alzaban hacia arriba. En un último movimiento de brazo cortó la garganta, tomó al tipo de por la camiseta y lo tiró hacia atrás de unas cajas.

Tomó un spray limpiavidrios, un paño y se limpió las manos lo mejor que pudo.

—Nos quedan al menos siete. Daiya, ven aquí —se movió acuclillado hasta atrás. La niña no se atrevió a moverse, asustada por el charco de sangre que se extendía—. Bien, te entiendo —dijo Ariel mientras se movía de regreso, con una gran caja—. Ven, métete aquí abajo.

Ariel hizo que Daiya se pusiera bajo el escritorio, sentada con la espalda pegada a la madera.

—No salgas a menos que grite tu nombre. No importa lo que oigas, si no digo tu nombre, no salgas. No queremos que tu tío me eche una bronca. No, no sostengas la pistola así —Daiya poseía el dedo índice posado sobre el gatillo. Ariel quitó el dedo suavemente y se lo mantuvo estirado, tocando el guardamonte apenas con la punta. Ella mantenía el cañón hacia el suelo por el peso—. Recuerda que el gatillo está en acción simple. Que está flojo —se corrigió rápidamente. En la adrenalina, desvarió sobre si así se sintió Riza cuando le explicó eso con las mismas palabras—. Se te puede escapar un tiro. Recuerda: brazos rectos y firmes, no cierres los ojos, y por sobre todo, no pongas el dedo en el gatillo hasta que vas a disparar. Vendré por ti en un rato, hermosa. Si te encuentran, grita.

Ariel la escondió en la caja. Solo le quedaba pensar una estrategia lo más rápido posible. Pero sentía un gran peso sobre la cabeza, como si todo ápice de estabilidad se hubiese esfumado, y su cerebro dejase de sincronizarse con su cuerpo.

Intentó pensar en algo, pero no podía. Lo único que pasaba por su cabeza era alejarlos del local lo antes posible.

—¡Sal, puta de mierda! ¡y tal vez la niña pueda vivir! —gritó un hombre.

Ariel tomó el ensangrentado machete, hizo un rápido tajo al aire que quitó el exceso de sangre de la hoja. Llenó sus pulmones de aire una última vez, intentando calmar las pulsaciones que le aceleraban.

La navaja yacía guardada en su bolsillo. Con su pistola en la mano izquierda y el machete a su derecha se dispuso a correr fuera del local, irguiendo su espalda hacia adelante para conseguir un poco de velocidad y, quizás con un poco de suerte, volverse un objetivo difícil de matar.

A unos metros del local halló una mujer que estúpidamente le daba la espalda. Aquellas se dio vuelta al oír los pasos, apuntando con su Beretta, mas Ariel fue rápido, y con un movimiento diagonal del machete logró penetrar el lateral del cuello con la hoja, destrozando la tráquea como la garganta de un cerdo. El arma se atoró en aquellos agonizantes músculos que luchaban por no ahogar a la mujer. Varias gotas carmesí brotaron de la herida, chocando contra el rostro porcelana de Ariel, deformado en adrenalínica cólera. Él rápidamente movió el cadáver para cubrirse detrás, cual escudo de carne. Fue entonces cuando un petardazo sonó, y del pecho de la mujer salió otra estela de sangre que manchó aún más al joven. Ariel alzó la mirada, y en el segundo piso observó a un joven armado con un rifle de caza de cerrojo. Era el único que estaba allí arriba, posado en el centro de un delgado puente que conectaba las pasarelas superiores. El resto, estaba esparcido por debajo.



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En el texto hay: zombies, accion, gore

Editado: 13.09.2023

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