Los Errabundos

Armisticio

Domingo al mediodía. Dante y Virgilio cenaban espaguetis con aceite de oliva. Durante el almuerzo, el menor le insistía a su hermano que le dejase acompañar en la negociación.

—Tengo que aprender del oficio —dijo Dante con una sonrisa—. Si te enfermas o algo, tengo que encargarme de los tratos.

—¿Si me enfermo? —rió Virgilio—. Es algo que se aprende con la práctica, fratellino. Pero puedo decirte un par de cosas.
»El vino es para cenar; la cerveza para compartir con amigos; el ron para llevarse a una mujer a la cama y el whisky es para los negocios.

—Me cogí a más mujeres con cervezas que con ron —respondió con una fuerte risa.

—Las embriagaste —acotó, arqueando las cejas—. Es obvio que te abrirán las piernas con un par de palabras lindas. No hay honor en abusar de una mujer que apenas sabe su nombre, fratellino. La idea del alcohol es que ambos hablen mientras beben; juegos de miradas, lenguaje corporal, con un cigarro en la mano y otro tema en la parrilla... El alcohol es para soltarse, no para llevar una moribunda a la cama —sacó la cigarrera y se encendió un cigarro entre los labios—. Solo así garantizas que ambos disfruten, y de esa forma el sexo será mucho mejor.

—¿Y el whisky?

—El whisky calma a las personas. La cantidad adecuada puede calmar tus nervios y permitirte pensar de forma adecuada. Aunque es un arma de doble filo. Al fin y al cabo, si bebes de más, hablas de más. Solo hace falta una mala decisión para perder, fratellino. Mantente sobrio, mantente tranquilo, y solo así podrás tomar buenas decisiones.

En aquel momento se oyeron tres golpes en la puerta.

—Qué raro, Pauling tiene el día libre —dijo Virgilio, alzándose en pie.

Caminó hasta la puerta, y al abrirla, divisó a Ariel parado del otro lado.

—Ariel, qué gusto verte. Pasa —saludó con una sonrisa.

—Lamento la intrusión —dijo él, dando un paso al interior—. Oye, no abras la puerta así como así. Te darán un tiro —bromeó.

—Tienes razón —contestó con una risilla—. ¿Cómo vas con el entrenamiento?

—El señor Tallarico seguro ya te lo dijo. En fin, vengo a pedirte un favor. Ya sabes, por los viejos tiempos.

—Claro —asintió, sujetando el cigarro entre los dedos—. ¿Qué necesitas?

—Hoy voy a tener una salida con un amigo —dijo nervioso. Virgilio sonrió, conociendo ya las intenciones tras las palabras—, me gustaría saber si tenías algo de alcohol que te sobrara.

—Claro, claro —rió—. Acompáñame a la cocina. Tengo unas latas de vodka gasificada para empezar, y una botella también de vodka pura. Sé que no es precisamente lo mejor del mundo, pero para una «salida» estará bien.

—Gracias.

—¿Necesitas... por casualidad...? —dijo vozbajo mientras formaba un círculo con los dedos, intentando ser lo más discreto posible.

—¿Qué? ¡Oh, no! no —las mejillas se le tiñeron re un rosa rubor mientras una risilla se le escapaba entre los dientes—. Es solo una salida tranquila. Beber un poco y cagarnos de risa, es todo.

—No hace falta que te hagas el modesto conmigo, amigo mío —le dio una palmada en la espalda—, yo también fui joven.

—Íbamos juntos a la secundaria, hijo de puta, no te hagas el viejo —dijo entre risas.

—Tienes razón —inhaló el humo—. Al final, tenemos casi la misma edad.

Ariel saludó a Dante chocando puños, y mientras esperaba. En una hielera, Virgilio guardó cuatro latas de vodka gasificado sabor limón y una botella de vodka puro. Luego, salió al patio trasero y del limonero arrancó tres limas. Para finalizar, llegó con un vaso de chupito.

—Listo, amigo mío —anunció Virgilio—, creo que con esto tienes la noche cubierta.

—Gracias —dijo Ariel con una sonrisa.

—¿Con quién irás? —preguntó Dante, curioso.

—Miguel.

Dante apretó los labios, arqueando las cejas. Ariel simplemente le saludó y se fue, no sin antes recibir el recordatorio de Virgilio de que a la mañana siguiente viajarían hasta Lovtrein.

Tras la cena, Ariel se fue a su departamento, donde decidió vestirse con una camiseta de mangas largas blanca con cuello bote, un jogging gris algo ajustado y unas zapatillas negras. Era una noche fresca. Con su pelo no hizo más que un peinado simple, asegurándose de que las puntas quedaran algo onduladas. Eran casi las once y cuarto de la noche cuando la puerta resonó con cinco golpes.

Por supuesto, era Miguel, quien vestía con aquella camisa leñadora, arremangada en ambos brazos y abierta de botones, revelando una camisa blanca debajo.

—La camisa del primer día —comentó Ariel con una sonrisa.

—Una camisa especial —respondió, sonriente.

—Te queda bien ahora que no está sudada ni sucia —asintió—. ¿Daiya está dormida?

—Sí. Hoy jugó todo el día así que le pega derecho hasta mañana.

Ambos rieron en voz baja. Ariel le hizo pasar.

—Espérame un segundo, ya vamos. Por cierto, yo te pasaba a buscar a ti.

Caminaron lado a lado por mitad de las calles. Por primera vez en mucho tiempo, caminar era algo que daba cierta paz.

Las calles de Luvlais estaban desiertas, detenidas en un tiempo donde todo era tan pacífico. El viento aullaba y el ladrido de los perros se oían lejanos. La mayoría de las ventanas estaban a oscuras y los faros de porte antiguo alumbraban amarillos sobre las negras pieles de los adoquines de la calle.

—¿Ya te acostumbraste al rifle? —preguntó Ariel.

—Solo fue un día de práctica —dijo Miguel con una risilla—. Me duele el hombro.

Miguel alzó la mirada. Ariel le siguió. El cielo se había teñido de negro penumbra, salpicado por un millar de estrellas y una hermosa luna llena que brillaba como un enorme ojo que lo observaba todo.

La noche envejecía lentamente mientras sus pies les hacían avanzar por las calles. El viento aullaba suavemente en los árboles, haciendo danzar las ramas en un contaste susurro que traía nostalgia y paz a los oídos sobre un mundo que se palpaba ya lejano.



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En el texto hay: zombies, accion, gore

Editado: 13.09.2023

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