"Devolverá la vida a los muertos, hará que se levanten sus cadáveres, que se despierten los que están acostados sobre el polvo" Isaías 26:19
Las detonaciones se escuchaban a lo lejos, por lo menos a unos dos o tres kilómetros a la redonda, quizás porque el arma era de gran poder, quizás porque el silencio reinaba en el mundo, bueno, el silencio y los muertos vivientes. Alejo Garza se llama aquel hombre que caminaba entre los matorrales disparándole a los putrefactos seres que lo asediaban, se arrastraban hacia él intentando morderlo, convertirlo en su alimento, algo que no sería fácil, regularmente terminaban con un hoyo en el entrecejo justo en el punto donde terminaba la nariz; Hasta ahora solo se había encontrado con un puñado de diez o quince, pero sabía que en cualquier momento lo atacarían hasta no poder hacer más, aun así se encontraba armado hasta las muelas y es que aquel hombre bronco y de muchos pantalones había resultado ser un coleccionista de armas, toda su vida se había dedicado a prepararse para el día del juicio final sin siquiera imaginárselo, había convertido su rancho en una fortaleza y tenía casi todo tipo de armas, podía sentarse a vivir dentro de aquel lugar solo a esperar la inanición de la nueva especie, viviendo de su propio cultivo y ganado, manteniéndose cuerdo con la lectura de los miles de periódicos que había guardado, pero tenía que salir, tenía que buscar a sus hijos y resguardarlos en aquel lugar, y aún que sus hijos ya eran lo suficientemente independientes como para no volver tan seguido a su antiguo hogar, Alejo siempre los tenía presentes, marcaba a sus casas y a veces hasta a sus celulares solo para saber de ellos, pero aquella noche, la noche del suceso masivo, las líneas telefónicas estaban mudas y el dibujito de la antena en la pantalla de su viejo celular había desaparecido.
Sabía que estaban vivos, era su instinto de padre quien se lo decía, se vio envuelto en un necro-ataque, algunos de sus vecinos se habían apelmazado en la entrada del rancho gimiendo y atacando a sus trabajadores, muchos cayeron abatidos esa misma noche, mientras otros tantos le ayudaron a cerrar las puertas y acabar con los que habían logrado entrar, aun así, don Alejo se había quedado solo, a razón de que aquella infección al parecer se trasmitía si eras rasguñado o mordido, lo había descubierto al verse en la necesidad de matar a su mejor sembrador, quien tras pelear esa noche había resultado herido en un brazo, el cual con el paso de las horas se había llenado de una extraña y asquerosa pus amarilla. Antes de salir del rancho apilo todos los cuerpos a la entrada, para hacer contrapeso y así evitar que alguno de aquellos seres pudiera entrar, él por su parte había utilizado su salida secreta, que no se trataba más que de una puerta reforzada camuflada con la misma limitante de su territorio. Habían pasado ya tres noches desde que los muertos se levantaron de sus tumbas, no se sabía a ciencia cierta lo que había sucedido, solo así, de pronto los panteones municipales quedaron vacíos, miles de personas que ya habían fallecido se levantaron de entre la tierra, comenzaron andando por las calles atacando a la gente que inadvertida de lo que pasaba terminaban tendidos en el suelo, muchos pataleaban y daban puñetazos sin lograr nada, porque cuando uno caía al piso cientos se abalanzaban mordiéndolos hasta devorarlos, las calles se mancharon rápidamente de sangre, la gente corría desesperada sin saber qué hacer, otros tantos presos por la angustia de ver de nuevo a sus seres queridos se dejaban ir a buscarlos, haciendo que los muertos superaran a los vivos en un par de horas. Ahora don Alejo, que se encontraba a las afueras de la ciudad de Monterrey, en un pueblo pequeño cerca de Mina, Nuevo León. Caminaba en busca del modo de llegar de la forma más rápida y segura hasta la ciudad, sus coches habían quedado encerrados en la finca, el problema que él le veía no era la distancia, si no el número de probabilidades de encontrar un coche y más aún, con las llaves del mismo, así que decidió aventurarse a algo más arriesgado pero que sabía en concreto, le daría mejor resultado, llegar hasta la carretera y de ahí partir hasta encontrar algo. Así lo hizo, al llegar a suelo pavimentado se dio cuenta que su plan había resultado cierto, pero sin frutos, porque aunque había algunos coches abandonados, en su mayoría estaban volcados, chocados o repletos de sangre hasta el parabrisas, impidiéndole ver más allá del cofre del mismo, pero más a lo lejos, a un par de kilómetros, podía divisar un autobús, aparentemente viejo pero aparcado a un costado de la gasolinera de su viejo amigo Rogelio o Roger, como lo llamaba desde que eran pequeños, así que se dispuso a ir hasta allá.
El sol le picaba en la espalda y el sudor le escurría por todo el cuerpo, más de diez kilos de armamento, le hacían darse cuenta que ya no era aquel joven lleno de energía. De pronto tras unos matorrales una figura se mostró, gemía y pujaba, don Alejo se quedó quieto justo en medio del camino, empuño el arma levantándola hasta su rostro, para poder enfocar el disparo, el errante salió de entre las sobras calcinadas de un encino y arrastrando los pies caminaba lento hasta donde estaba él, Alejo había aprendido que entre más cerca estuviera era más probable propinarle un tiro con su pequeña escuadra, que dispararle con la escopeta, que aunque era más efectiva, hacía mucho más ruido y eso siempre atraía a más, así que lo dejo llegar y cuando lo tuvo a unos cinco metros le disparo, haciendo que aquel cuerpo putrefacto se desplomara de espaldas sobre lo caliente de la carretera. Se acercó hasta a él y pudo ver el orificio de la bala, aún podía ver humo saliendo del mismo y supo que lo había traspasado porque un charco de sangre espesamente oscura comenzó a contornearle la cabeza, su rostro había quedado salpicado de algunas gotas, pero no pudo reconocerle porque le faltaba un trozo de la mejilla, quizás ahí lo habían mordido, lo cual significaba que no era uno de los levantados si no uno más de los tantos infectados, con el pie, hizo el esfuerzo de darle la vuelta y busco en sus pertenencias una identificación, Rubén García, mostraba la tarjeta con un hombre de sonrisa contorneada por un bigote abultado
Editado: 13.09.2021