"He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos trasformados"
I Corintios 15:51
I
Abrió los ojos, frente a ella una luz tan incandescente como el sol no dejaba que su vista se pudiera enfocar, sentía en su mejilla una suavidad rasposa y a su vez una calidez extraña, su cabello le cubría la frente y caía en contorno a su cara, sus oídos no la dejaban escuchar más que un pitido fuerte, provocando un dolor de cabeza intenso, se dio cuenta entonces y por el encuadre de las cosas, que se encontraba tirada en el suelo, que la luz provenía del foco de una lampara de noche sin pantalla y que al igual que ella se encontraba derribada en el piso, en cuanto a la suavidad rasposa, se trataba de la alfombra de su habitación y aquella calidez extraña no era más que sangre que se acumulaba como un pequeño charco entre su mejilla y la alfombra misma, intento reincorporarse, pero el dolor de cabeza y un mareo la hicieron perder fuerza, dejándose caer de nuevo y de golpe. Se giro por completo, logrando ponerse boca arriba y sintiendo una gran punzada en la cabeza que bajo en forma de dolor hasta su nuca, haciéndola apretar los ojos y llevarse la mano hasta la cabeza. Se quedo ahí, mirando donde el abanico de techo dejaba ver más su sombra que sus propias hélices, la hizo pensar en cómo había terminado en el piso, levanto su mano hasta la altura de sus ojos para verla y enfocarla, la cerraba y la abría intentando entender si quiera un poco de lo que había pasado y fue entonces que vino a su mente el rostro de su esposo, enfurecido, gruñendo en medio de la sala, sus ojos estaban inyectados de sangre, pero ella no sabía porque, se vio a si misma corriendo dentro de la casa, siendo perseguida por él, huyendo hasta su habitación, temerosa de lo que sucedía, después, sosteniendo la puerta de su cuarto, luchado por no dejarlo entrar. Sus oídos comenzaron a restablecerse y más allá del pitido ahora podía escuchar el seseo de un televisor encendido en un canal sin señal, poco a poco, más recuerdos le llegaban a su cabeza de manera desordenada que la hacían confundirse aún más, se vio a ella misma forcejeando con su esposo, el cual la tomo por el cuello y la llevo hasta el tocador estrellando su cabeza contra el espejo, después, recordaba tenerlo encima de ella en la cama, mientras sostenía algo parecido a unas tijeras en las manos, incluso recordaba el haber escuchado el rechinido de unas llantas de coche frenando quizás no muy lejos de su casa y de nuevo la cara de su esposo como un perro sarnoso, babeando y escupiendo, golpeándola con el puño cerrado, hasta que en un pestañeo ella le encajo las tijeras en la sien logrando así zafarse de él y cayendo al suelo.
Se reincorporo, la habitación era un desastre, su maquillaje y las cosas que tenía sobre el peinador estaban tiradas, el espejo estaba totalmente estrellado, sobre la cama estaba el cuerpo inerte de su esposo, con un trozo de espejo encajado en la cabeza y supo entonces que quizás su memoria no recordaba del todo bien lo que había sucedió, confundiendo aquel trozo con unas tijeras y entonces dudo de todo lo que había recordado. Se acercó al espejo para intentar verse a sí misma, la sangre en su rostro no provenía de su cuerpo, al menos no la mayoría, pues ya se dejaba entrever lo amoratado de su ojo izquierdo y el labio superior reventado. Aun desorientada, camino para salir del cuarto agarrándose de las paredes, camino hasta llegar a la sala donde se encontraba el televisor y busco el control remoto para poder apagarlo.
Por la ventana se podía ver algo envuelto en llamas, pero ella ni siquiera lo noto, tras el silencio generado y como un balde de agua fría, llegó a su cabeza la idea de haber asesinado a su esposo, la culpa comenzaba a asediarla en ese momento, eso y su gran dolor de cabeza, dejándose caer en el sofá y llevando sus manos al rostro, comenzó a llorar incontrolablemente, las lágrimas le rodaban por las mejillas y perdió el control de si, sumió la cabeza entre las piernas, devastada, sin saber lo que había pasado y mucho menos sabía que explicación pudiera dar.
En los últimos años ella y su esposo habían estado teniendo muchos problemas, sobre todo, porque no habían podido concebir un hijo y eso los había distanciado mucho, secretamente se culpaba a si misma pensando que el problema de la fertilidad era suyo, sin embargo, hacia un par de meses habían descubierto que, en sí, el problema era de él. Eso hizo que su relación se quebrara más aún. Él había tomado el hábito de llegar a la casa ebrio la mayoría de las veces o simplemente no llegar. Cuando estaba en casa y si no traía unas copas encima, solía discutir con ella, haciéndola sentir culpable de su incapacidad, por otro lado, si estaba ebrio, normalmente solo llegaba hasta el sofá en el que ahora estaba sentada, y ahí, se quedaba dormido. Ella pensó en más de una ocasión, que él había comenzado a serle infiel y a raíz de todo esto había decidido pedirle el divorcio, pero tenía miedo que las cosas se salieran de control y aquella discusión terminara con ella golpeada o algo aún peor. No podía recordar si aquella noche él estaba en sus cinco sentidos, pero le pasó por la mente la idea de que ella se había armado por fin de valor para pedírselo. El solo hecho de pensarlo la hizo entrar en pánico y sentir como su corazón se le aceleraba al tope —lo mate, definitivamente lo mate— gritó, tapándose la boca con ambas manos a sí misma. Se levanto de golpe y caminando en un vaivén dentro de la sala, temblando, con las manos frías, mordiéndose las uñas o alisándose el cabello por el nerviosismo.
Editado: 13.09.2021