Los Escritos De Blake

2 Descubriendo el mundo

 

 

         Los inviernos eran feroces y el frío era constante durante toda la temporada, sin excepciones desde hacía varias décadas. La nieve adornaba los techos de las cabañas con su blancura, cubría los campos y destruía las cosechas. La gente se refugiaba en la calidez de sus viviendas con la despensa repleta de todo tipo de provisiones. Las calles permanecían desérticas y las chimeneas escupían humo gris que se mezclaba con los nubarrones del cielo. En la cabaña donde vivía Blake no había mucho por hacer, más que relajarse y servir chocolate caliente con budín de canela. Su combinación preferida.

La familia entera disfrutaba llevar a cabo sus pasatiempos preferidos. Tamara exploraba sus dotes culinarias de pastelería, y al mismo tiempo, perfeccionaba sus técnicas de pintura y tejido. Camil se pasaba gran parte del día leyendo libros viejos y jugando juegos de mesa con quien le rete una partida. Blake, por su parte, disfrutaba pasar tiempo en solitario, cosa que aprendió muy bien ejerciendo el rol de hijo único. El joven se sumergía en sus propios pensamientos, al mismo tiempo que contemplaba a través de la ventana los copos de nieve que caían desde cielo como nubecillas de algodón. Tres golpes secos en la puerta interrumpieron de súbito todos sus pensamientos.

 

— ¿A quién se le ocurre salir un día como hoy? —pensó Tamara en voz alta, mientras ovillaba hilo de diversos colores.

— ¡Yo abro! —exclamó Blake enérgicamente, que se levantó del sillón de un salto y corrió hacia la puerta esperando encontrarse con algún gnomo vestido de payaso o algo que corte aquel aburrimiento fatal—. ¡Pol! ¡Qué sorpresa, llegas justo para la merienda! —saludó el joven feliz de ver a su mejor amigo.

— ¡Hola Blake! Perdón por venir sin avisar. No pude enviar a Ildher… Ya sabes, con esta nevada la pobre se rompería un ala —Ildher era la paloma mensajera que Pol estaba entrenando para comunicarse con sus amigos—. ¡Buenas tardes señora! —saludó el muchacho mientras se sacaba algo de abrigo y lo depositaba en el perchero con cuidado de no tropezarse con la larga bufanda que envolvía todo su cuerpo como una serpiente.

— ¡Hola Pol! ¡Me da gusto verte! ¿Les parece bien un poco de chocolate caliente? —preguntó la mujer, alegre.

—Ohh, qué delicia, eso sería grandioso. Mi abuela no aprueba el chocolate, dice que altera a los niños... pero sólo son cosas de ancianos y yo ya no soy un niño —dijo el joven.

— ¡Hola Pol! ¡También me da gusto verte! ¿Cómo van las tareas en el establo? Sabes que puedes contar conmigo si necesitas ayuda —saludó Camil, taciturno, sin despegar la vista de un libro de páginas amarillas y alborotadas.

—Hola señor, lo mismo digo —respondió Pol con educación—. Todo permanece en orden, gracias por preguntar… hemos conseguido compradores justo a tiempo, de modo que con mi abuela tendremos un invierno tranquilo.

— ¡Eso es estupendo! Disfruta el descanso, lo tienes bien merecido —dijo Camil.

—Gracias señor, lo haré —contestó el joven.

 

         Camil era bromista y simpático, pero al mismo tiempo, su apariencia solemne admiraba profundo respeto. Los jóvenes se entretuvieron examinando la colección de piedras y caracoles de formas y colores extraños que Camil había juntado durante las jornadas de pesca. Una vez que la merienda estuvo lista, todos tomaron asiento alrededor de una pequeña mesa que se ubicaba junto a la biblioteca. La conversación se tornó interesante y entretenida gracias a las historias que contaban los padres de Blake.

 

—Ustedes tienen suerte de crecer sin disturbios. Cuando mis abuelos eran jóvenes como ustedes, ellos estaban aterrados con todo lo relacionado a los Dragones. Pobres… tuvieron el infortunio de crecer escuchando esas historias por parte de los mayores. Algunos decían que planeaban atacar Máreda y que todos corrían peligro —relataba Tamara casi de memoria por haber oído aquel cuento tantas veces. Ese tema parecía afectarla, y aquello se evidenciaba hasta en el tono de su voz.

—Recuerdo también aquellos versos, mi padre siempre les restó importancia y me confesó en varias ocasiones que le parecían puras patrañas. Me considero afortunado por haber crecido escuchando sus relatos escépticos, pero no todos han contado con la misma suerte, y es hasta el día de hoy que existen individuos que ni siquiera toleran el tema de conversación. Es como si todavía tuvieran miedo.... ¡incluso hoy! ¿Pueden creerlo? —agregó Camil.




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