Los Escritos De Blake

4 Un objeto mágico

 

 

El cielo se encontraba completamente plomizo. La débil llovizna había humedecido la tierra, y un manto neblinoso se expandía por Esgolia y por las proximidades frondosas del gran bosque. Blake salió al patio delantero y observó en dirección a la vivienda de los Alfarin; un débil resplandor de luz tenue se divisaba a través de los vidríales empañados, mientras que la humareda salía de la chimenea y se extendía por lo alto, mezclándose con los nubarrones grisáceos.

Blake caminó con lentitud, tratando de que los pocos metros que separaban ambas viviendas le sirvan a modo de reflexión. La brisa era húmeda y pegajosa, y las piedras de la callecita crujían por debajo de sus pies. Desde el patio de la vivienda vecina se apreciaba el habitual y exquisito aroma de la comida recién elaborada. Blake golpeó la puerta suavemente y a los pocos segundos una mujer regordeta abrió y lo observó forzando su vista por detrás de sus gruesos anteojos. Anna tenía una larga cabellera que le caía por la espalda como hilos plateados, su rostro era risueño y sus ojos verdes estaban enmarcados por prominentes arrugas. 

 

— ¡Me da mucho gusto verte, querido! Pol se encuentra en su habitación… se pasa tanto tiempo allí arriba leyendo recostado sobre su cama, que a veces pienso que le saldrán hongos en la espalda. Ve, puedes subir —dijo la anciana soltando una endeble risita.

—Gracias señora, también me alegro de verla, veré qué puedo hacer para que Pol tome contacto con el aire exterior —contestó el muchacho divertido.

 

         La casa de los Alfarin era un sitio grato y hogareño. Todo aquel que tenía el privilegio de entrar en el círculo cercano de la familia, tenía la obligación de sentir aquel lugar como propio, aunque sea un rinconcito.  La cabaña no era demasiado grande, pero contaba con múltiples ventanitas que llenaban todo el ambiente de luminosidad. En un rincón de la sala de estar se hallaba una escalera caracol que conducía al piso superior donde se encontraba la habitación de Pol.

Blake dio un respingo cuando sintió el aleteo enérgico de un pájaro. Era Ildher, que lo saludaba desde lo alto de un mueble. Cuando el joven se recuperó del sobresalto, subió escalón por escalón, pensando cien formas diferentes de pedirle disculpas a su amigo. El segundo piso se veía un poco más apagado que el resto de la casa. Había una pequeña antesala cuyas paredes estaban revestidas de madera, y en ellas se visualizaban algunos cuadros de colores opacos, demasiado tristes según siempre creyó Blake. El joven golpeó la puerta de la habitación de su amigo y aguardó alguna respuesta.

 

— ¡Abuela! ¡Cuántas veces te he dicho que subir es peligroso! ¿Qué pasará si te caes? —dijo Pol a los gritos.

—Soy Blake —contestó el joven. Del otro lado, el piso de madera crujía a medida que unos pasos apresurados se acercaban hasta la puerta; en cuanto el joven dijo su nombre, los pasos se detuvieron y retrocedieron.

— ¿Blake? Pasa, no te esperaba —contestó el joven desde el interior.

 

         La habitación de Pol era un absoluto desastre: había libros desparramados por todas partes; pergaminos que desbordaban el escritorio; y el suelo estaba prácticamente revestido de negro debido a las manchas de tinta —algunas todavía frescas—. Aquella era una conducta insólita para Pol, que siempre había sido el más organizado de su grupo. Sin embargo, el aspecto físico del joven resultaba todavía más alarmante que todo el caos que había a su alrededor.

Pol se veía más delgado que de costumbre. Tenía ojeras que delataban las noches enteras que había pasado sin dormir, y su piel se había tornado tan pálida que parecía enfermo. Blake hizo lugar como pudo sobre el escritorio, y depositó allí la caja de madera que había enviado su padre. Pol no despegó su vista de la lectura, y parecía que ni siquiera había advertido que su amigo estaba allí plantado desde hacía media hora.

 

—Pol, necesito que hablemos, siento que te debo una disculpa —dijo Blake al pasar varios minutos.

— ¿Disculpas? ¿Por qué me pides disculpas? —contestó el muchacho mientras cerraba el libro de mala gana y se sentaba en su cama.

—Por lo que no hice… y también por lo que hice, pero que hice mal. Perdóname por no comprenderte, por no ponerme en tu lugar; pero  principalmente, discúlpame por fallarte como amigo —dijo Blake paseándose de un lado a otro.




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