Los Escritos De Blake

7 El Castillo en la Montaña Morgan

 

 

 

—Aquí están, lo han conseguido… ¡Sabía que nos volveríamos a ver! —festejó Andy, que había permanecido en aquel sitio desde hacía algunos minutos.

— ¿Qué lugar es éste? ¿Todo lo que había del otro lado era piedra? —preguntó Pol, aún aturdido y confuso por la reciente experiencia.

—Me temo que no seré yo el indicado para responder esas preguntas —contestó el Tegor, mientras observaba como un guardia del Rey se acercaba rápidamente.

— ¡Jóvenes humanos! ¡Jóvenes humanos! ¿Cómo han sobrepasado la barrera de protección? ¿¡Cómo han podido burlar el poder de los brujos!?

 

         Un sujeto fornido, que llevaba una armadura metálica que protegía todo su cuerpo, los había divisado desde una de las torres de control y se había acercado hacia los muchachos de inmediato. La única parte visible era su rostro, que revelaba una mezcla de espanto y asombro. Los chicos jamás habían visto a ningún ser de aquellas características, portador de tanto metal en su cuerpo, y en un primer momento les costó distinguir que se trataba de un individuo. Claro, no podía ser un Dragón, eso estaba claro y significó para los jóvenes un verdadero alivio... ¿pero de qué se cubría? Podía ser la vestimenta típica de aquella región, pero en ese caso no parecía ser cómoda en lo absoluto. ¿Acaso se protegía de cuatro niños? ¿O detrás del muro se estaba desatando una guerra?

 

— ¿Dónde estamos? ¿Quién es usted? —le preguntó Blake al sujeto, al mismo tiempo que se colocaba al frente de su grupo. Eran frecuentes en él aquellas actitudes de protector.

—Estamos en Nasca, muchachito… pero más precisamente en Heluxur, su ciudad principal, también conocida como «la ciudad de la montaña de hielo». Síganme, por favor. Es mi deber notificar inmediatamente al Rey sobre esta situación —indicó el individuo.

 

         Aquel día le había ganado por ventaja, a todos los acontecimientos extraños anteriores que habían presenciado los jóvenes —incluyendo la presentación del Tegor en las profundidades oscuras del sombrío bosque Corteza de Plata—. Estaban en Nasca. ¿Qué era eso? ¿Una región, un país o un continente? ¿Y había un Rey? Ninguno comprendía, ni podía deducir nada al respecto.

El guardia del Rey los escoltó hasta el estacionamiento de corceles, y para eso, tuvieron que atravesar una enorme puerta en forma de arco que parecía diminuta comparada con las inmensidades del muro. En el estacionamiento se divisaban al menos media centena de caballos, que descansaban de sus labores cotidianos en una especie de establo descubierto. Allí también encontraron otros guardias de similar aspecto, que vestían mallas de cota y portaban armaduras y espadas en las que se visualizaban inscripciones y emblemas en lenguas indescifrables. Los sujetos observaron la situación desde lejos, completamente perplejos, mientras debatían sus principales temores los unos con los otros… ¿Vendrían más Humanos luego? ¿Cómo explicaría el Rey aquel fallo en la protección de los maestros brujos? ¿Acaso los Humanos habían desarrollado magia terrible, y pronto estallaría una gran guerra?

“¡Qué Glindor se apiade de nosotros!” susurraron algunos, procurando no ser oídos por los jóvenes que los observaban como si intentaran leer sus pensamientos. Los temores despertaron de pronto, luego de más de un siglo dormitando en el olvido; minimizados y callados tras una densa nube de neblina que no había hecho más que postergar el momento donde llegaría la revelación. Era cuestión de tiempo para que los problemas broten y logren escurrirse por cualquier rendija. Era cuestión de tiempo para que la amenaza resurja con todo el esplendor de su raza; para que la pequeña llama logre avivarse y volverse contra la barrera opresora, trayendo consigo la desgracia que todos los individuos en el pasado habían logrado dominar, pero que nadie olvidó pese a cualquier intento de persuasión.

Aún descansaba en la conciencia colectiva el recuerdo amargo de un desenlace que tarde o temprano sería inevitable. Aún restaba el impacto; ya que la gran colisión había sido pausada justo antes de estallar, y quizás había llegado la hora decisiva. Todas aquellas quietudes habían logrado apoderarse de los guardias, volviéndolos vulnerables frente al fantasma de un viejo enemigo, que por suerte, no se hizo realidad aquel día… pues sencillamente, el momento no había llegado y todos en Nasca podían gozar de un nuevo día de paz.




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