Los Escritos De Blake

8 Desencuentros y reencuentros

 

 

         Unos cuantos kilómetros más allá, en Esgolia, nadie había notado la ausencia de cuatro jóvenes. El día permanecía nublado y frío, y las calles del mercado estaban prácticamente desérticas. Los Hermanssen y la señora Silverymoon trataban de continuar con sus vidas fingiendo normalidad, aunque hacía varios días que no veían a sus hijos. Entre casa, cuando cerraban las puertas y sentían el vacío, todo se volvía más difícil de sobrellevar.

Las jornadas de Camil en el muelle de pesca se fueron reduciendo hasta que apenas fue visto por sus demás compañeros, siendo el primero en llegar y también el primero en retirarse, con recaudaciones apenas necesarias para subsistir. El silencio y la tranquilidad del mar no lograban silenciar sus pensamientos, sino que, en cambio, acentuaban la ira y el dolor. El hombre trataba de mostrarse fuerte, mientras que en el fondo lo atormentaba la culpa y la inquietud. Camil sentía que había sido cómplice de aquella idea irrazonable, y ahora, en el tiempo presente, nada lograba justificar su decisión de permitirle a su hijo unirse a esa locura. Sin Blake, hasta lo más cotidiano dejaba de tener sentido.

         Mery los visitaba a diario en busca de posibles noticias o para confirmarles que ella tampoco las tenía. La bruja era la más optimista de los tres y estaba convencida que todo lo que estaban viviendo los chicos de seguro estaría resultando grandioso. Sin embargo, nada de lo que ella pudiese decir lograba consolar a Tamara, que cada día se sumergía un poco más en la desesperanza. Ella se acercaba a la habitación de Blake y se sentaba durante largos periodos de tiempo junto a la cama todavía sin armar. Los almuerzos y las cenas habían dejado de ser acontecimientos alegres como solían serlo en el pasado; la huerta se veía descolorida y descuidada; y la Aldea entera se veía ensombrecida, eclipsada por completo.

         Era una tarde típica, similar a cualquier otra tarde de las últimas semanas, sin nada especial ni emocionante. Aquel estilo de rutina había sido inexplorado hasta ese entonces, y depositaba en la familia toda su presión y amargura. Los Hermanssen se encontraban en la sala de estar, cada uno realizando diferentes tareas para matar el tiempo. Tamara intentaba concentrarse en sus artesanías y Camil se pasaba el día y la noche sumergido en sus libros, su más sencillo modo de escapar de la realidad…

 

—Ellos regresarán —murmuró Camil a su esposa. El hombre devolvió a la biblioteca el ejemplar que estaba leyendo sin prestarle demasiada atención.

— ¿No crees que se están tomando demasiado tiempo? —replicó ella, indiferente.

—Hay muchos días de viaje hasta donde piensan llegar… en ida y vuelta suman varias semanas —afirmó su esposo.

— ¿Y qué hay de las provisiones? ¿Crees que resistirán tantos días? —dijo la mujer fijando la mirada en su marido.

—Blake tomó numerosos alimentos de larga duración de la despensa. Si cada uno de ellos llevó una cantidad semejante te aseguro que estarán cubiertos por algún tiempo. Además, tienes que tener en cuenta sus conocimientos y toda la preparación que han adquirido a partir de sus investigaciones. Los exploradores de las diferentes regiones afirman que los bosques de la región son lugares donde se podría sobrevivir por un largo periodo, debido a la amplia variedad de vegetación apta para el consumo —aseguró Camil.

—No lo sé, Camil… es un territorio enorme, lleno de peligros, y hasta podrían perderse y no saber cómo regresar —repuso Tamara y luego agregó—: ¿Tú qué crees que pudo haberle sucedido a los Alfarin? ¿Crees que murieron… o crees que Pol puede estar en lo cierto?

 

         Camil se acercó a Tamara y vaciló algunos instantes. La tenue luz descubría los ojos enrojecidos de la mujer, producto de intensos llantos. El hombre había pensado una infinidad de teorías desde la inesperada desaparición de los Alfarin, pero nunca las había compartido con nadie por respeto a la familia de Pol.

 

—No lo sé —contestó finalmente—. Aquella fue sin dudas la aventura más arriesgada de Brent. Las temperaturas fueron muy bajas ese año, y hubo también mucha sequía. En caso de morir, el frío y la nieve tendrían que haber preservado sus cuerpos. Por otro lado, nunca hubo registro de ataques de animales por el lugar… eso puede deberse a la intervención de los bravíos. El asunto nunca me cerró. Recuerdo que Bernald, el padre de Brent, me dijo algo que no me atreví a contárselo a Pol: encontraron algunas pertenencias a pocos metros de la neblina, y también indicios de huellas de una tercera persona. Los rastros eran difusos, y aunque sí hubo evidencias de arrastramientos, no había manchas de sangre —concluyó Camil. Tamara permaneció inmóvil, y una corriente gélida recorrió todo su cuerpo, pero no dijo nada, todo parecía estar claro.




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