Los Escritos De Blake

9 Cambio de roles

 

 

         Ya habían pasado varias semanas desde que Blake y sus amigos habían descubierto la increíble ciudad de la Montaña de Hielo. Cada nuevo día el grupo de jóvenes lograba adaptarse mejor a la realidad mágica, y en consiguiente, le tomaba mayor afecto. Durante todo aquel tiempo, el Rey los había enviado a buscar en reiteradas ocasiones. Las reuniones en el castillo eran sinónimo de grandes banquetes y entretenidas conversaciones que variaban desde el periodo evolutivo de los Dragones hasta las particularidades que poseían los Helus, la raza más reciente de individuos creada en el mundo. Los chicos, además, se enteraron de la existencia de una vasta cantidad de razas que habitaban la tierra de Magda. La mayoría de ellos existían desde hacía miles de años, y cada grupo de seres empleaba la magia de una forma diferente.

         Remus contestó cada pregunta de los jóvenes con entusiasmo; les comentó sobre las leyendas de Glindor, el creador del mundo, y también sobre las Aves Duth, a quienes se les atribuían, entre otras cosas, la creación de los Dragones. Había muchas deidades vigorosas —todas hijas del creador del mundo—, y en toda la tierra se conocían diferentes leyendas sobre sus celestiales poderes. Cada raza de individuos había sido originada por una deidad: los Helus, por ejemplo, se decía que habían sido una creación de las Dór Maha —féminas que difícilmente se dejaban avistar por los mortales, que poseían virtudes y poderío semejante al de su padre, y se movilizaban junto a la fuerza del viento por todos los rincones del mundo— que al mismo tiempo, fue intervenida por la magia del ave Falemir, el ave del hielo, tercer miembro de las magníficas Aves Duth.

         Entre los Hammer y los Humanos prácticamente no se distinguía ninguna diferencia física. Los Hammer eran en su gran mayoría seres altos y corpulentos. Sin embargo, aquello no resultaba un factor determinante, ya que en todos los casos se visualizaban excepciones. El Rey y la Reina poseían una peculiar luminosidad en su piel que los distinguía de entre todos los Helus. Aquello se debía a la piedra del Zar, que era uno de los artefactos más prodigiosos sobre la tierra y favorecía con su poderío a los soberanos. 

El castillo en la Montaña Morgan era inmenso; y estaba lleno de corredores y salones que los jóvenes recién comenzaban a ubicar en su mapa mental. Los Helus eran individuos amistosos y confiables, y a los chicos no les tomó mucho tiempo sentirse cómodos y distendidos al relacionarse con todos ellos. Remus, por otra parte, había demostrado ser un amigo. No esa clase de amigo a la que la mayoría de ellos le contaría sus más íntimos secretos; sino un amigo con el que podían expresarse con libertad, y exponer sus puntos de vista con comodidad.

         Durante la última visita, el Rey apartó a Blake por un momento y le preguntó si la próxima vez podía asistir al castillo en solitario con motivo de tratar un asunto privado. Aparentemente se debían abordar ciertas cuestiones de su incumbencia personal, y era preferible que sus amigos no lo acompañen en aquella ocasión —aunque luego el joven sería libre de compartir aquella información con quien lo deseara—. Blake no se imaginaba qué podría llegar a ser tan importante para que el Rey ponga aquella restricción, pero finalmente decidió aceptar.

         Pol visitaba a sus padres cada día y compartía con ellos diferentes actividades en la gran ciudad. Los Alfarin tenían que recuperar el tiempo perdido y poner en palabras una década llena de acontecimientos. La familia entera se entretenía visitando los diferentes museos de Historia Antigua y Gandorium, y asistían a todo tipo de espectáculos mágicos que se llevaban a cabo en Barrio Encantamientos.

         Andy también continuaba visitando a sus amigos con regularidad; cuando no se encontraba realizando sus arduas jornadas en el bosque. El Tegor poseía un divertido sentido del humor, y por esa razón su compañía siempre resultaba agradable. Una noche, mientras los cinco jóvenes  permanecían reunidos en la torre luego de la cena, escucharon el sonido del revoloteo de un ave. Era Ildher. La paloma había ingresado a la torre por el ventanal de la sala, siempre abierto a pesar del clima, a la espera de noticias.

         El ave se posó en una superficie alta, justo en frente del grupo. Los chicos enseguida advirtieron que Ildher traía una nota en una de sus patas, lo que podía significar dos posibles variantes: que el ave no había conseguido llegar a Esgolia y había regresado con el antiguo mensaje; o que en efecto, había logrado llegar a casa de los Hermanssen y además traía consigo una respuesta. Pol desató la nota y desenrolló el trozo de pergamino. Blake reconoció de inmediato aquella elegante y estilizada caligrafía cursiva, era de su padre. El mensaje decía:




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