Los Escritos De Blake

18 El Vislumbrador

 

 

         Desde que Remus le había obsequiado el libro para tomar anotaciones sobre las vivencias que le traería su nueva responsabilidad, Blake había tomado el hábito de escribir cada noche antes de dormir, al menos algún renglón sobre lo referido a su jornada. A veces las palabras brotaban de él con mayor facilidad, como un río caudaloso… y otras, en cambio, el joven permanecía largos periodos de tiempo con la pluma en su mano sin saber qué escribir.

         Algunas veces Blake debía enumerar cada acontecimiento del día en su cabeza para no olvidar ningún detalle, y otras veces simplemente su redacción se reducía a unas cuantas líneas que expresaban ira y descontento. El joven descubrió que la escritura le permitía algo que aún no había encontrado en ningún otro sitio o actividad, ni siquiera en el arte Taladeor que tanto respetaba: escribir lograba acompasar su vida, y luego de permitirse desahogar cada pensamiento y reflexión sobre su libro, todo parecía alinearse, ponerse en orden, serenarse, como las notas que conforman una melodía.

         Blake comprendió que el regalo que le había hecho el Rey era mucho más vasto en significación de lo que él siempre había creído. Cada noche, Remus le regalaba la oportunidad de voltear las páginas de su vida y visualizar con otros ojos cada uno de los cambios que acontecieron desde entonces. Aquella relación entre pasado y presente que sólo podía proporcionarle su voz, su propia voz, irrumpiendo cualquier caos en su mente; silenciando y tranquilizando todos sus demonios. Blake no sólo encontró en aquel libro una salida a sus propios pensamientos, sino que también, aquello le permitía regresar al mundo de Máreda siempre que lo deseara; al mundo sin magia, a su dulce hogar, al horizonte impregnado por el azul del mar.

Sin embargo, pese a que su mente y corazón aún seguían en el paraíso de la costa, todavía le aguardaban algunos cuantos asuntos mágicos por resolver. Blake ansiaba informarse sobre el Vislumbrador, y Remus, la persona que debía despejar todas sus dudas, no había hecho otra cosa que reservarse en sus descubrimientos. Blake se dirigió en cuanto pudo a la tienda de varas. Aquel sitio había despertado su curiosidad desde el primer día, pero aún no había encontrado la oportunidad de visitar el lugar.

         El particular establecimiento se encontraba al final de la calle comercial de Barrio Encantamientos. Era un sitio reconocido por su antigüedad, experiencia y variedad de productos. La torre contaba de tres pisos y se ingresaba a ella por una suerte de subsuelo. Se divisaba, también, una llamativa escalera de piedras negras que bordeaba toda la circunferencia del comercio. Aquel era el único acceso al último piso donde se fabricaban los artefactos a la luz del sol y de la luna; y su paso era totalmente restringido.

Lo primero que llamó la atención de Blake al entrar, fue la lobreguez de aquel salón. Los vidrios granulados apartaban el entorno del exterior y diversos candelabros antiguos decoraban e iluminaban débilmente el ambiente. El sitio era atendido por una bruja regordeta de cabello blanquecino. El lugar era frecuentado por una diversa cantidad de individuos de importante aspecto; y por lo menos diez gatos merodeaban entre los pies de la gente.

         Por lo que Blake sabía, existían varas muy poderosas. La que utilizaban los Mestizos matriculados era una sola que realizaba todos los hechizos posibles que deseaba implementar su dueño. Los no matriculados adquirían varas portadoras de alguna función específica y vigente en el mercado —hacer volar algún objeto, cambiar su tamaño o hacerlo desaparecer—. Blake aguardó su turno mientras examinaba diferentes ejemplares de varas exhibidas en vitrinas amarillentas, que eran una réplica exacta de la que habían utilizado prestigiosas celebridades de culto, o en muchos casos se trataba de la vara auténtica, conservada en óptimas condiciones desde su último hechizo hacía cientos de años.

 

— ¿Qué puedo hacer por ti, muchachito? —preguntó la bruja anciana, al acercarse al joven.

—Me preguntaba si usted podría examinar un objeto y brindarme cualquier tipo de información sobre él —dijo Blake y luego depositó la vara sobre el mostrador polvoriento. La bruja se colocó anteojos de aumento y observó el artefacto minuciosamente. A medida que transcurrían los segundos, Blake experimentó cierta tensión, ya que la seriedad y la concentración en el rostro de la mujer se fueron acentuando. La bruja examinó con ojo crítico la piedra que se hallaba en el extremo de la vara, comparó su brillo y observó su color a trasluz.

—Definitivamente es la pieza auténtica —susurró la mujer. Su mirada era sombría; una mezcla de admiración y temor.




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