En el pueblo de Hollow Creek, se contaba una antigua leyenda sobre una maldición que caía únicamente sobre gemelos nacidos bajo la luna llena de octubre. Se decía que uno de ellos sería condenado a la oscuridad, mientras que el otro viviría el resto de sus días viendo el rostro de su gemelo atrapado en los espejos, clamando por ser liberado.
Aiden y Caleb eran inseparables, idénticos en apariencia pero opuestos en alma. Aiden era calmado, reflexivo, mientras que Caleb era audaz, temerario. Desde pequeños, les fascinaba la historia de la maldición, pero como todos los niños de Hollow Creek, no la tomaban en serio.
Todo cambió el Halloween de su decimosexto cumpleaños.
Esa noche, una tormenta azotaba el pueblo. El aire olía a tierra mojada, y la luna llena apenas se vislumbraba entre las nubes oscuras. Mientras los relámpagos iluminaban la casa, la madre de los gemelos les advirtió que no se acercaran al ático, el cual siempre había estado prohibido para ellos. Decían que ahí, siglos atrás, una partera practicaba rituales oscuros para asegurar la vida de los recién nacidos.
Pero Caleb, como siempre, desafió la advertencia. Aiden lo siguió a regañadientes, su curiosidad venciendo al miedo. Encontraron el ático cubierto de polvo, lleno de antigüedades y objetos olvidados. Pero lo que capturó su atención fue un gran espejo cubierto con una sábana blanca. Caleb, con su sonrisa traviesa, arrancó la tela sin dudarlo.
El espejo no reflejó sus rostros.
En su lugar, mostraba una habitación distinta. El reflejo de otro mundo. Ambos se miraron, atónitos. Entonces, algo se movió en el cristal. Una sombra. Antes de que Aiden pudiera reaccionar, Caleb tocó el espejo y su mano fue absorbida por el vidrio, como si hubiera traspasado la superficie.
"¡Aiden!" gritó Caleb, mientras su cuerpo entero era tragado por el espejo. Aiden intentó alcanzarlo, pero fue demasiado tarde. El espejo se volvió opaco, y Caleb había desaparecido.
Los días siguientes fueron un tormento para Aiden. Su hermano no aparecía en ningún lado. Sus padres no creían la historia del espejo, pensaban que Caleb había huido, pero Aiden sabía la verdad. Cada vez que se acercaba a un espejo, veía el rostro de Caleb. Al principio, su gemelo lo miraba en silencio, pálido, con los ojos vacíos. Luego, empezó a hablarle, pidiéndole que lo liberara.
Aiden comenzó a evitar todos los espejos, aterrorizado por lo que veía. Pero el reflejo de Caleb lo perseguía en charcos, ventanas, incluso en el brillo de los cubiertos. Caleb lo llamaba con una voz que sonaba más desesperada con cada día que pasaba.
La noche del siguiente Halloween, Aiden decidió enfrentarse a su destino. Sabía que la maldición no se rompería por sí sola. Regresó al ático, donde el espejo seguía en su lugar, cubierto nuevamente por la sábana. Lo destapó con manos temblorosas, y allí estaba Caleb, con los ojos llenos de odio, ya no suplicando, sino exigiendo.
"Es tu turno", dijo la figura del espejo. "Tú viviste libre un año. Ahora me toca a mí".
Aiden sintió el frío recorrer su cuerpo. Sabía que no había escapatoria. Con un suspiro, estiró la mano hacia el cristal, como lo había hecho su hermano un año antes.
Cuando sus dedos tocaron el vidrio, Caleb sonrió.