El reflejo de Aiden seguía allí, inmóvil, pero esa sonrisa, aquella curvatura antinatural en sus labios, no pertenecía a él. Era como si el espejo estuviera burlándose de su realidad, retorciendo su rostro en una máscara que no era suya.
La imagen frente a él se sentía más viva que él mismo en ese momento, más tangible. Aiden tragó saliva, sintiendo cómo el terror se enroscaba en su garganta como una serpiente venenosa. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Era realmente él? ¿O simplemente una versión que había sido arrancada de su alma y puesta en ese lugar oscuro?
La sonrisa no desaparecía, y sus ojos vacíos lo perforaban, lo desnudaban. Eran pozos negros que lo absorbían lentamente, robándole el calor y dejando un vacío gélido en su interior. Aiden podía sentir cómo el latido de su corazón se ralentizaba, cómo cada respiración parecía más superficial que la anterior.
La puerta seguía abierta, pero ahora parecía una entrada a un lugar del que no había retorno, un umbral a la locura. El eco de su propio miedo resonaba en su mente, amplificándose con cada segundo que pasaba frente a ese reflejo monstruoso.
—No eres real… — susurró, pero su voz se quebró en el aire, devorada por la densidad que lo rodeaba. Era como si las palabras fueran tragadas por el lugar, como si no existieran más allá de sus labios.
Pero el reflejo no desaparecía. Aiden dio un paso atrás, temblando. Sentía su cuerpo tembloroso, no solo por el frío, sino por algo más profundo, algo más visceral. El miedo no era solo un sentimiento; era una criatura viva que se enroscaba en sus entrañas, mordisqueando su voluntad. El suelo bajo sus pies, antes irregular, ahora se sentía como si se estuviera derritiendo, como si cada paso lo hundiera más en ese abismo oscuro.
De repente, la sonrisa del reflejo se amplió, como si hubiera escuchado sus pensamientos. Una sonrisa que no era solo de burla, sino de posesión. Y entonces, sin previo aviso, el reflejo comenzó a moverse. No de manera natural, no como un ser humano se movería.
Su cuerpo parecía quebrarse, contorsionarse en ángulos imposibles, como si las reglas de la anatomía no aplicaran en ese lugar. El sonido de huesos crujientes resonó en el aire, pero no venía del reflejo, sino de Aiden mismo, como si su propio cuerpo estuviera reaccionando a aquella visión retorcida.
—Caleb... — murmuró, desesperado.
Porque sabía que su hermano estaba allí, atrapado de alguna forma, fundido con el terror que lo rodeaba. Sabía que lo sentía, esa conexión inexplicable que siempre había existido entre ellos, ahora distorsionada, debilitada.
El vínculo que una vez los había mantenido unidos desde su nacimiento, ahora era una cadena rota, cuyos extremos colgaban de un abismo insondable. Aiden sentía la presencia de Caleb, pero era como un eco perdido, desdibujado en la oscuridad.
Cada paso hacia atrás era un acto de resistencia, pero el suelo parecía desear devorarlo. Sus pies se hundían en la negrura, una negrura que se movía como arena movediza, pero con la consistencia del miedo mismo. Intentó gritar, pero su garganta estaba atrapada en un nudo sofocante.
El reflejo seguía contorsionándose, pero lo que antes era una figura reconocible ahora parecía una amalgama de formas y sombras, estirándose y contrayéndose, como si estuviera intentando escapar de su propia prisión.
—¡Déjame salir! — la voz de Caleb resonó en el aire, pero no provenía del reflejo.
Era un eco lejano, distorsionado, como si hubiera sido arrastrado a través de kilómetros de oscuridad. Aiden sintió el escalofrío en cada fibra de su ser. No sabía si lo que escuchaba era real o una creación de su propia mente quebrantada por el miedo. Pero esa voz, esa desesperación, era demasiado genuina, demasiado familiar.
El dolor de Caleb era palpable, como si el vínculo entre ellos transmitiera no solo su sufrimiento, sino la desesperación de estar atrapado en un lugar que desafiaba toda lógica. Aiden podía sentir cómo la oscuridad envolvía a su hermano, apretándolo como una garra fría y cruel.
El miedo de Caleb, un terror tan absoluto que había comenzado a consumir su cordura, resonaba en el propio pecho de Aiden, como si ambos compartieran una única alma quebrada.
—¡Caleb! — Aiden gritó esta vez con todas sus fuerzas, pero su voz fue arrastrada por la negrura que lo envolvía. Su grito parecía un susurro insignificante en ese vasto abismo, una gota en el océano de sombras que lo rodeaba.
Y entonces, el reflejo se detuvo. La sonrisa se desvaneció, y los ojos, esos ojos vacíos, se fijaron en Aiden de una manera que lo hizo sentir más vulnerable que nunca. No era solo una mirada, era una invasión.
Sentía que el reflejo estaba viendo más allá de su carne, penetrando en su mente, escarbando en sus pensamientos más profundos, sacando a la superficie miedos que ni siquiera sabía que tenía.
— No eres tú quien lo salvará… — susurró el reflejo, con una voz que no era humana, una voz que era un conjunto de murmullos unidos en una cacofonía discordante. Eran mil voces hablando al unísono, retumbando en su cráneo como una tormenta de insectos. — Eres tú quien lo perdió. Y siempre será tu culpa.
Esas palabras golpearon a Aiden con la fuerza de un puño invisible, robándole el aliento. El reflejo no solo era una entidad separada; estaba tomando control sobre su propio miedo, convirtiéndolo en un arma. Las palabras se repetían en su mente, martillando su conciencia con un peso que lo aplastaba, debilitándolo.
Eres tú quien lo perdió.
El eco de esa frase rebotaba dentro de él, alimentando la culpa que siempre había sentido por no haber protegido a Caleb, por no haberlo salvado cuando tuvo la oportunidad. Las sombras alrededor de él parecían crecer con cada repetición, como si el lugar estuviera respondiendo a su angustia, amplificando su dolor.
Y entonces, el suelo se quebró.
No como una fisura en la tierra, sino como si el propio espacio que lo sostenía decidiera desaparecer. Aiden sintió su cuerpo caer, pero esta vez no era una caída física. Era una caída dentro de su propio ser.