Los espíritus empíreos

Capítulo 2: A discreción

El viaje había resultado tedioso para el águelo. Si bien podría hacerse visible o esconderse en los bolsillos del muchacho, el hecho de que Wilson viajara en transporte público hizo que Lîf tuviera que volar a escondidas por fuera siguiendo al muchacho. Tras casi una hora de viaje finalmente estaban a solas y el águelo podría descansar en los bolsillos de Wilson.

—Lîf, ¿qué hay de los polvos esos que guardaste en esa caja rosa? —cuestionó Wilson de repente casi llegando a su casa.

—Bueno… —respondió desde el bolsillo—. Ya te he dicho que los cadranes se crean a partir de corromper el éter del rey y lanzárselo a alguien… Al derrotar al cadrán este éter se purifica, pero se utiliza por sí solo para arreglar todos los daños ocurridos mientras purificas el corazón; el polvo es el resto útil que puedo enviar a mi mundo para que subsista un poco más.

—Así que mientras más rápido rescatemos al rey, mejor, ¿no?

—En efecto. —Lîf, queriendo tomar aire fresco salió levemente del bolsillo de Wilson, logrando ver una casa a lo lejos.

Wilson aún no lograba asimilar la situación en la que se había envuelto. De un día para otro él, un muchacho dominicano cualquiera de quince años, luchaba contra un monstruo creado con magia de otro mundo.

«¿Qué es real?», se preguntó llevando sus bolsillos. El izquierdo tenía su teléfono y su cartera; el derecho, el orbe rojo.

Al tocar el orbe sintió que lo quemaba. Lo sacó y notó su incandescencia. El orbe se abrió por la mitad y una pequeña luz rojiza salió de este antes de volverse a cerrar. La luz tomó la apariencia de un ser de cuerpo pequeño que estaba al rojo vivo, tanto así que si lo observabas por mucho tiempo podrías recibir una quemadura. Presentaba los ojos escarlatas, el cabello en llamas como una cresta de dragón —con las bases azules y las puntas anaranjadas—; de la misma manera estaba su cola de león. Al sonreír mostró sus colmillos. Eso junto con su pequeño tamaño le daba una apariencia tierna.

—Saludos, Wilson, soy Pyren, el espíritu del fuego —exclamó afable el espíritu—. ¡Hiciste un buen trabajo contra ese cadrán! Sé que aprovecharás al máximo mis poderes —agregó mientras flotaba alrededor del chico.

—¿Gracias? —contestó inseguro; le tomó tiempo para acostumbrarse a la presencia de Pyren. Parpadeó varias veces y ladeó la cabeza levemente. «¿Qué está pasando contigo, Wilson?», se dijo a sí mismo por su falta de confianza. Era poco habitual en él. Mas antes de poder hablar, Lîf interrumpió.

—¡Pyren! —El hada salió del bolsillo de Wilson y mostró una mirada molesta—. ¡Tanto lío que me han hecho pasar esta semana!

—Fuiste tú el que me dijo que tenga cuidado con la gente y mírate gritando ahora —musitó Wilson agarrando al águelo y viendo a los lados para comprobar si alguien atestiguaba su interacción.

Lîf apretó los labios sin quitar la molestia de sus ojos. Pyren sonrió timorato antes de responder—: Lo importante es que ya estoy con Wil, de seguro mis hermanos aparecerán pronto… No hay de qué preocuparse —desestimó las palabras del águelo—. Wil, ya hablaremos después, ¡hasta pronto! —rio otra vez antes de regresar al orbe.

—Espíritu del fuego… ¡Debería ser el espíritu de la pillería! —Lîf, en vez de ir al bolsillo, se acomodó encima de Wilson.

«Ay, estos dos… ¿Debí aceptar?», pasó por la mente de Wilson quien, tras un suspiro hondo y la mirada perdida, continuó con su camino, hasta llegar a la que casa que antes se atisbaba a lo lejos: una casa de un solo piso, cuyas paredes exteriores eran de color salmón.

—Entonces… ¿Aquí es dónde vives? —preguntó el hada.

—Así es. No es muy lujosa, pero cumple su función —contestó con algo de pena—. Por cierto, necesito que esté en completo silencio, que mis hermanos y mi madre están ahí —ordenó a Lîf, quien asintió lenta y confusamente para esconderse nuevamente en el bolsillo.

Wilson entró a su casa, pasó por la galería e ingresó a la sala—. ¡Llegué! —dijo en voz alta al no ver a nadie en la sala ni en la cocina, pero ante la falta de respuestas pensó que estarían en sus respectivas habitaciones.

Todos los sábados, por lo general, los hermanos de Wilson realizaban distintas actividades.  La madre de los sextillizos, Leticia Bosques, iba junto a Yeison y Teilor a la casa de su madre de crianza —a la que los muchachos, incluyendo al hermano mayor Josué, llamaban tía abuela—. Cuando los demás muchachos terminaban sus actividades, se reunían en dicha casa a comer y reposar; sin embargo, ese día hoy, casual y muy coincidentemente, estaban todos libres y la madre había decidido no ir.

Era alrededor de la una de la tarde cuando Wilson arribó. De repente unas palabras, provenientes de la habitación de sus padres, llamaron su atención:

—Hace tan solo unas horas en el campo de fútbol donde entrenaba el equipo juvenil de las Ciguas de Santo Domingo contra las Palmeras de San Cristóbal se vio atacado por una entidad monstruosa —habló una voz femenina, seguramente una reportera de noticias—. Nos vamos contigo Laura.

Wilson se dirigió a la habitación de sus padres, donde se hallaba su madre y sus hermanos. Ellos veían con asombro la televisión, la cual transmitían imágenes y videos de lo sucedido con el cadrán esa mañana, incluidas algunas escenas de su pelea contra este; de la misma manera se presentaban videos de cómo acabó con él y de su presentación.




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