Los espíritus empíreos

Capítulo 6: El sonido del agua

El martes era, para unos cuantos, el lunes 2.0; para otros, mejor que el día anterior. Los sextillizos en general no tenían nada planeado para ese día una vez concluyeran sus clases, exceptuando a Deimon.

La provincia de Santo Domingo estaba conmocionada por los sucesos que empezaron desde el sábado pasado: cuatro monstruos y cuatro héroes: ¿De dónde vendrían todos ellos?

Unos se quedaban pasmados ante la tan inverosímil noticia. Algunos tantos pensaban que era un adelanto al fin de los tiempos, la lucha del bien contra el mal. Otros desconfiaban de la procedencia de ambos bandos y solo rezaban porque terminara; a pesar de las batallas y del hecho de que todo se restauraba, las imágenes eran tan asombrosas como perturbadoras, y poco a poco se empezaba a dividir la opinión pública capitaleña.

No obstante, toda esta situación no estaba en la atención de los sextillizos.

Volviendo a ellos, por cierto, tras un largo día de escuela —en el que el águelo se mantuvo con Wilson todo el día—, estos se habían reunido al frente del edificio de sus aulas y, como todos los días, se despidieron de Haicol, quien se había cambiado de ropa, como lo hacía todos los días. Sin embargo, también se habían despedido de Deimon, pues los martes (y jueves) después de la escuela tenía clases de música, algo que no le gustaba mucho mencionar, pues ni su amiga de la escuela, Eli, lo sabía.

Deimon entregó su mochila a Wilson, no sin antes sacar una bolsa blanca que traería consigo. Lîf decidió que lo acompañaría, pues Wilson, Jilton, Luitor y Yeison ya tenían su espíritu elemental —y sus respectivos collares, incluso Yeison—, pero Deimon no, entonces sería una oportunidad para probar suerte.

«Me pregunto cuál le tocará... Él suele utilizar azul, así que supongo que el de agua, ¿o podría ser el de rayo?», se preguntó Lîf invisible sobre el hombro derecho del nervioso Deimon, quien sentía sus piernas temblar con cada paso que daba y sentía un deseo incesante de morderse las uñas.

«Has hecho esto tantas veces, Javier… ¿Por qué te resulta tan complicado?», se reprendía una y otra vez tratando de regular su propia respiración y prestando atención a lo que veía enfrente.

El águelo observó cómo Deimon entraba al enorme edificio, el conservatorio donde recibía sus clases de música y, además, hacía prácticas orquestales junto con sus compañeros de vez en cuando, ya sea para disuadir a otras personas de inscribirse en su conservatorio o para demostrar sus aprendizajes, cosa que no le agradaba mucho.

Para su desgracia, ese atardecer sería una de esas ocasiones, pero no podía hacer nada.

En el camino se encontró a una joven de su edad, a duras penas más alta que él, de tez morena clara, cabello negro corto peinado en capas, ojos marrones y nariz de punta redonda. Su vestuario consistía en una blusa blanca bajo una chaqueta de lana negra, pantalón de mezclilla azul oscuro, zapatos negros y calcetines blancos.

—¡Hola, Deimon…! —saludó amigablemente con un abrazo al chico, quien había tardado en corresponder.

—Hola… Aida —respondió en su usual tono haciendo una sonrisa y separarse al poco rato—. ¿Qué tal tú día? ¿Te fue bien en la prueba de Sociales?

—Todo bien, todo bien; no me fue tan bonito, pero no me quejo, a mi pai no le importa, entonces… ¿Y tú? ¿lo mismo de siempre? —cuestionó recibiendo de él un asentimiento.

Ambos se conocían desde los ocho años, habían estado juntos en las clases de inglés, pero no fue hasta que se encontraron en las clases de música que comenzaron una amistad que perduró hasta esos días; además, habían sido vecinos hasta ese día.

Deimon hallaba en ella cierto confort que ni con sus hermanos podía sentir. No se sentía juzgado del todo con ella —aunque no significa que logre manejar sus nervios, esos eran generales—. Se conocían bien, y era una relación que quería conservar. Además, actualmente ella se enfocaba más en aprender piano, mientras que él quería mejorar en el violín, y no habían sido pocas las ocasiones en las que habían tocado a la par.

—Bueno, ¿nos vamos al salón ya? —invitó Aida tomándolo de la mano.

—Eh... S-sí, Aida, pero primero me voy a cambiar —expresó rápidamente para después separarse; la chica asintió y Deimon se dirigió al baño, el cual estaba vacío.

 Lîf aprovechó ese momento a solas para hablar.

—Ay, qué dulce es esa chica contigo… Me recuerda mucho a Löv. —Rio para sus adentros sonrosado—. ¿La conoces desde hace mucho?

—Sí, desde que éramos ni… —Inmediatamente se fijó en los alrededores del baño, suspirando de alivio al percatarse de que seguían solos—. Lîf, t-ten cuidado, alguien puede entrar y escucharte —habló Deimon suavemente sin saber a qué dirección mirarlo y lo introdujo consigo en uno de los cubículos.

—Tienes razón, pero si hablamos bajito no habría problema, ¿no? —preguntó Lîf sentándose resignado sobre la tapa del tanque del inodoro.

—Por supuesto que sí… La gente es chismosa —susurró comenzando a sacar de la bolsa el vestuario que solía utilizar para sus clases de música, siendo este similar a la de su amiga: una camisa blanca y una chaqueta negra, siendo el pantalón negro en vez de azul.

—Está bien, está bien, si te resulta más cómodo. —Abrió la puerta del cubículo, encontrándose a un chico pelinegro de su edad ahí, asustándolo al punto de tragar duro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.