Los Estigmas y Demonios de Jessica

Capítulo 8: Ecos del Pasado

El sol de la mañana se colaba tímidamente por las cortinas de la habitación de Jessica. La joven despertó lentamente, sintiendo cada músculo dolorido, pero por primera vez en días, respiró sin el peso del miedo en el pecho. Clara y su esposo, junto a ella, la miraban con una mezcla de alivio y cautela.

—¿Cómo te sientes, hija? —preguntó Clara, con la voz entrecortada.

—Cansada… pero mejor —respondió Jessica, apenas con un hilo de voz—. Gracias por no abandonarme.

El padre Pablo entró, con el crucifijo aún colgado del cuello y una libreta donde había anotado cada detalle del exorcismo. José Roldán permanecía en silencio, procesando todo lo que había ocurrido, mientras Loyda Gómez se acercaba con un rostro diferente, más sereno y lleno de fe.

—Estoy bien —dijo Jessica—. Sé que lo que pasó no era mi culpa… y creo que finalmente entiendo algo más.

Después del desayuno, Clara y su esposo insistieron en investigar la razón por la que Jessica había sido elegida. No tenía sentido: era devota, constante en sus oraciones, nunca había hecho daño a nadie. ¿Por qué el mal la había marcado?

—Debe haber un motivo —dijo Pablo—. Los demonios no atacan al azar. Siempre buscan una grieta, una vulnerabilidad que los humanos no ven.

José frunció el ceño.

—¿Una grieta? ¿Como en su personalidad, sus secretos? —preguntó, recordando las culpas que había enfrentado durante el exorcismo.

Loyda, que ya había recuperado algo de compostura, intervino:

—La mente y el espíritu están conectados. Quizá había algo en su pasado, en su historia familiar, que la hizo susceptible.

Jessica asintió débilmente.

—Mi abuela… siempre decía que nuestra familia tiene pecados antiguos, secretos que no deben contarse. Nunca entendí realmente a qué se refería… hasta ahora.

Decidieron empezar por los archivos familiares. Pablo y Tarsiso buscaron registros de la parroquia, mientras José y Loyda entrevistaban a parientes lejanos y vecinos antiguos. Lo que descubrieron fue inquietante: generaciones de la familia Rodríguez habían estado involucradas, sin saberlo, en situaciones de violencia, traición y sacrificios que habían dejado un rastro espiritual negativo.

—No es que Jessica haya hecho algo mal —explicó Tarsiso—. Es que el mal se alimenta de la energía acumulada. Los demonios buscan descendientes que, aunque sean puros en intención, portan ecos de errores antiguos.

Clara lloró al escuchar esto.

—¿Quieres decir que toda esta maldad viene de mis antepasados?

El padre Pablo asintió.

—Sí… y Jessica fue señalada porque su fe y su pureza la hacen más visible, más… tentadora para un demonio que quiere corromper a los que son cercanos a Dios.

José, que estaba revisando fotos antiguas de la familia, se detuvo en una imagen desgastada: una ceremonia religiosa de hace décadas, donde un antepasado parecía participar en un ritual extraño, aparentemente por devoción, pero con símbolos que ahora reconocían como prohibidos.

—Esto… esto es lo que Tarsiso decía —murmuró José—. El mal se alimenta de la historia, de las sombras que nadie recuerda.

Esa tarde, Jessica quiso acompañarlos a la biblioteca de la parroquia. Aunque aún estaba débil, su mirada mostraba determinación. Caminaba lentamente, apoyada por Pablo y su madre, mientras sus pasos resonaban en los pasillos antiguos, llenos de libros y pergaminos.

—Quiero entenderlo —dijo—. Si voy a enfrentar algo así de nuevo, necesito conocer mi historia.

Tarsiso la miró con respeto.

—Esa es la actitud correcta. La sabiduría y la fe son armas poderosas.

Loyda, a su lado, tomó notas, pero no con su rigidez científica anterior. Ahora su mirada era de asombro y respeto.

—Nunca pensé que algo así pudiera existir —dijo—. Pero veo que la verdad es más grande de lo que imaginaba.

Horas después, reunieron los hallazgos. Descubrieron que, siglos atrás, un antepasado de Jessica había firmado, sin saberlo, un pacto con un ente oscuro, buscando proteger a su familia en tiempos de guerra. La energía negativa de aquel pacto parecía haber viajado a través de las generaciones, esperando una oportunidad para manifestarse.

—Jessica no es culpable —dijo Pablo—. Fue señalada por circunstancias que ni ella ni su familia pudieron controlar. Su fe la hizo visible, pero también la protegió.

Jessica asintió, comprendiendo la responsabilidad y la carga que llevaba:

—Entonces todo esto… no era para castigarme. Era una prueba. Y la superé… gracias a ustedes.

José la miró con admiración.

—Y gracias a ti también, por enseñarme que enfrentar el dolor y perdonarse puede ser más fuerte que cualquier miedo.

Mientras la noche caía, todos reflexionaban sobre lo aprendido. Loyda, que ahora abrazaba su nueva fe, se arrodilló junto a Jessica y oró por primera vez con convicción:

—Gracias, Señor, por mostrarnos que incluso en la oscuridad, hay luz.

El padre Pablo sonrió levemente, observando cómo la psiquiatra se transformaba ante sus ojos, un testimonio de que la fe podía surgir incluso en los corazones más escépticos.

Tarsiso, aunque serio como siempre, permitió una pequeña sonrisa.

—La batalla puede terminar hoy, pero debemos permanecer vigilantes. El mal no desaparece; solo espera un descuido.

Jessica, exhausta pero en paz, miró a su madre y a su familia.

—He visto el mal, he sentido su peso… pero también he sentido su amor. Y mientras tengamos eso, ninguna sombra podrá derrotarnos.

Clara la abrazó con fuerza, sintiendo que, a pesar del miedo y del dolor, había esperanza.

En ese momento, José comprendió que el verdadero enemigo no era solo el demonio que había poseído a Jessica, sino también las sombras que cada uno llevaba dentro. La culpa, el miedo y la incredulidad podían ser tan destructivos como cualquier fuerza sobrenatural.

Pero también entendió algo más profundo: el perdón, la fe y la compasión eran más poderosos de lo que jamás había imaginado.




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