Los Fragmentados: herencia de luz y sombra

CAPÍTULO 5: LA SOMBRA DE LAS CENIZAS

Esa semana, la ciudad parecía apagada.
Las radios hablaban de cortes de luz inexplicables.
Los animales andaban inquietos.
Y un olor extraño —como tierra quemada— flotaba en el aire desde el domingo.

La madre de los chicos lo atribuyó al campo.
—Seguro están fumigando otra vez —murmuró sin ganas, mientras colgaba la ropa.

Pero Esteban sabía que era algo más.

Lo sentía.

En los rincones. En el reflejo de los vidrios.
Y en los sueños.

Tharion ya no dormía tan profundamente. Se deslizaba por los bordes de su conciencia, hablándole con voz de piedra:

—Se aproxima uno de ellos. Un recolector. Viene por mí… pero me llevará a través de vos.

Esteban no comprendía del todo.
Pero una palabra se le clavó como puñal: recolector.

Esa misma noche, mientras dormían todos, la casa tembló levemente. No un terremoto. No una tormenta. Era otra cosa. Algo… vivo.

José María fue el primero en saltar de la cama.

—Esteban —susurró, sacudiéndolo—. ¡Esteban, hay algo en el patio!

Ambos corrieron a la ventana, sin hacer ruido.

Y allí estaba.

Una figura alta, delgada, encapuchada, caminando entre los árboles. Sus pasos no dejaban huella, pero la hierba se marchitaba a su paso. El aire a su alrededor se deformaba como si fuera humo. En sus manos, una caja de hierro con símbolos tallados que se movían lentamente.

Esteban sintió náuseas.
Tharion se retorció dentro de él como un animal encerrado.

—No debo manifestarme aún —dijo la voz, grave y agitada—. Si lo hago, atraeré a los que nos observan desde más lejos.

—¿Entonces qué hago? ¡Ese ser viene por nosotros!

—No estás solo.

Y Esteban entendió.

Miró a José María.
Su hermano lo miraba con una mezcla de miedo y decisión.

—¿Qué hay que hacer?

Esteban abrió el cajón donde escondía un crucifijo roto, un pedazo de vidrio y un anillo que había encontrado en una iglesia quemada. No sabía por qué, pero los objetos lo calmaban. Los tendió sobre el piso como si armara una barrera.

—Si pasa esa puerta, yo no voy a estar más —dijo—. Vas a tener que despertarme.

—¿Y si no puedo?

—Podés. Sos mi hermano.

El sonido metálico de la caja del recolector rozó la chapa del techo. El ser ahora estaba sobre la casa. Las luces parpadearon. Los objetos en la repisa cayeron solos. Gerardo y Eloy dormían aún, sin notar nada.

José María tomó una vela y la encendió.
El fuego temblaba, pero no se apagaba.
Se arrodilló al lado de Esteban.

—Vamos juntos. Pase lo que pase.

Esteban cerró los ojos.

Y Tharion cruzó el umbral.




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