Los Fragmentados: herencia de luz y sombra

CAPÍTULO 6: LA GUERRA DENTRO DE CASA

La vela parpadeó una última vez.
Y luego, todo fue silencio.

Un silencio tan profundo que ni los grillos se atrevieron a cantar.

Esteban dejó de respirar por un segundo. Su cuerpo se arqueó como si una fuerza invisible lo estirara desde dentro.
José María retrocedió, con los ojos llenos de lágrimas. No era miedo, era algo peor: la sensación de que su hermano dejaba de ser él.

Y entonces, con un estallido sordo, Tharion se manifestó.

No atravesó el techo. No cayó del cielo.
Emergió de Esteban como luz contenida en una grieta.
Los muebles se alejaron sin tocarse. Las ventanas se empañaron. Y las paredes susurraron nombres en lenguas extintas.

El Ángel Justiciero tenía forma humana… pero no lo era. Su armadura parecía hecha de trozos de mármol roto y obsidiana. Su rostro no tenía ojos, pero de sus cuencas brotaba una luz que ardía como sol al mediodía. La espada flotaba a su lado, pesada como un castigo.

El Recolector cayó desde el techo como un bicho enorme, envuelto en harapos que latían como carne viva. Al tocar el suelo, su caja se abrió y dejó escapar una ráfaga de lamentos. Eran voces de niños, de mujeres, de hombres... almas atrapadas.

Tharion no esperó.

Con un rugido seco, la espada salió disparada. El Recolector la esquivó por milímetros. Se movía como si no tuviera huesos, deslizándose por el aire, dejando un rastro de humo oscuro que apagaba todo lo que tocaba.

Tharion cargó.

El primer impacto fue brutal: la pared se partió en dos.
El segundo, incendió la lámpara del comedor.
El tercero… atravesó el pecho del Recolector, pero no lo mató.

De la herida brotaron raíces negras que envolvieron a Tharion como tentáculos. José María gritó desde el rincón, impotente.

Pero la luz no puede ser contenida.

Desde las grietas de su cuerpo, Tharion estalló en rayos cortos, afilados, como cuchillas de sol. Las raíces se carbonizaron. La caja del Recolector comenzó a temblar. Los gritos dentro de ella se volvieron agudos, desesperados.

Tharion caminó hacia él con la espada de nuevo en mano. El Recolector intentó desaparecer entre sombras, pero la luz sagrada lo clavó al piso. Su forma se retorció, perdiendo cohesión. Un alarido que parecía surgir del centro de la tierra lo sacudió entero.

—Este no es tu dominio, carroñero. Vuelve al abismo del que surgiste.

Y con un último golpe, Tharion clavó la espada sobre la caja.

El Recolector estalló en polvo y humo, y las almas contenidas fueron liberadas en una espiral de luz. Una a una, se disolvieron en el aire.

La casa quedó en ruinas.

Pero el silencio volvió. Esta vez, cargado de alivio.

Tharion se giró hacia José María, que aún temblaba.

—Gracias por no soltarlo —dijo, su voz ya más suave.

Y se desvaneció.

Esteban cayó como un muñeco de trapo. Su hermano corrió a su lado y lo abrazó.
Eloy y Gerardo aparecieron por la puerta, aún medio dormidos, asustados por el ruido.

—¿Qué pasó?

José María tragó saliva.

—Nada. Esteban nos salvó. Como siempre.




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