Los Fragmentados: herencia de luz y sombra

CAPÍTULO 8: EL ATAQUE DEL DEVORADOR DE VÍNCULOS

CAPÍTULO 8: EL ATAQUE DEL DEVORADOR DE VÍNCULOS

La noche cayó pesada, como un telón húmedo.
La ciudad de Casilda se quedó sin luz a las 20:03. Ni un minuto más, ni uno menos.

Esteban sintió el aviso mucho antes.

Tharion había permanecido en silencio desde el ataque del Recolector, como si se replegara a un lugar más profundo dentro de él. Pero esa noche... volvió a hablar.

—Se aproxima el Devorador de Vínculos. No viene por mí. Viene por ustedes.

Esteban se incorporó bruscamente en la cama.
José María ya estaba de pie. Eloy y Gerardo lo miraban desde el umbral.

—¿Lo sentiste? —preguntó Eloy, temblando.

—Sí —dijo Esteban—. Ya viene.

Afuera, los perros lloraban.
Un zumbido eléctrico recorrió la calle como un susurro metálico.
Las luces de emergencia fallaron. La casa entera crujió como un barco por hundirse.

Y entonces, se abrió la grieta.

En medio del comedor, sin advertencia, el piso se partió como papel quemado. Un hueco profundo, oscuro, sin fondo. Y de él salió una criatura sin forma fija, hecha de voces, sombras y fragmentos de recuerdos arrancados.

Era como si alguien hubiera tejido una bestia con pedazos de las discusiones, los miedos y los rencores de los hermanos.

El Devorador de Vínculos.

Su voz no se oía. Se sentía. Directo en la mente:

—“No hay lazos eternos. No hay sangre que resista el abismo. Uno por uno caerán, como todos.”

José María se lanzó primero.
No con fuerza, sino con coraje. Tomó a Eloy y Gerardo de los hombros.

—¡No se separen! ¡Pase lo que pase, no se suelten!

Esteban cerró los ojos, y Tharion se activó.
Pero esta vez fue distinto.

Tharion no emergió por completo.

Apareció parcialmente, fusionado con Esteban: su brazo derecho se volvió armadura; su ojo izquierdo, una llama blanca. La espada apareció en su mano como una prolongación del alma.

—No puedo manifestarme del todo —gruñó Tharion—. Si lo hago, los destruirá por dentro.

—Entonces peleamos juntos —respondió Esteban. Por primera vez, no estaba solo.

La criatura avanzó como una ola de humo vivo.
José María la enfrentó con una cruz de madera. Gerardo lanzó sal bendita que Esteban había escondido en un frasco viejo. Eloy, sin entender del todo, rezó con una fuerza que rompió el aire.

Y la criatura gritó.

No por dolor. Sino por resistencia.

La unión de los hermanos lo debilitaba.

—“No… no deben…”

Pero ya era tarde.

Esteban, guiado por Tharion, atravesó la sombra con la espada ardiente, mientras sus hermanos sostenían la estructura espiritual con su fe, su miedo y su vínculo.

Un último estallido.
Una bocanada de aire caliente.
Y luego, silencio.

Cuando despertaron, estaban los cuatro abrazados en el suelo del living.
Sin grieta. Sin criatura. Solo la casa… más callada que nunca.

Eloy habló primero:

—¿Qué fue eso?

José María respondió con voz ronca:

—Una prueba.
Y la pasamos juntos.

Esteban no dijo nada.

Pero dentro de él, Tharion murmuró:

—Por fin. Los cuatro.
—Ahora sí… empieza lo verdadero.




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