Los Fragmentados: herencia de luz y sombra

CAPÍTULO 11: PREPARAR EL ALMA, ENDURECER EL CUERPO

CAPÍTULO 11: PREPARAR EL ALMA, ENDURECER EL CUERPO

Desde la lectura del Codex Fragmentarii, la casa ya no fue un hogar.
Fue un cuartel.
Un templo.
Un campo de entrenamiento.

Esteban lo supo primero: si iban a sobrevivir, necesitaban más que fe.
Necesitaban control.

Tharion lo instruyó en sueños.

—El poder que se hereda sin disciplina consume al portador. Debes enseñarles. Ellos también llevan el sello. Dormido, pero presente.
—Los cuatro son necesarios. Los cuatro deben estar listos.

Esteban, aún con dudas, aceptó su papel.

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Los días comenzaron antes del amanecer.

En el patio trasero, entre los restos de una hamaca rota y las macetas que su madre nunca volvió a usar, José María era el primero en salir.

Esteban lo esperaba con dos palos de escoba.

—¿No vamos a usar espadas?

—No todavía. Primero, equilibrio. Después, reflejos. Después, espíritu.

José María no se quejó. Se lo tomó como una misión.
Cada vez que fallaba, se levantaba. Cada golpe era un paso más hacia la claridad.

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Eloy fue el más reticente.

—Yo no soy un guerrero —decía—. No soy como ustedes.

Pero Esteban vio algo en él: la sensibilidad exacta que hacía de su fe un escudo real.

Lo entrenó de forma distinta. Lo llevó a la vieja iglesia quemada.
Lo hizo rezar en silencio, cada noche, hasta que los símbolos del libro comenzaran a responder.

Y respondieron.

Eloy descubrió que podía invocar una pequeña luz blanca desde sus manos. No quemaba, no hería. Pero cuando la sostenía, las voces demoníacas en la oscuridad callaban.

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Gerardo fue el más sorprendente.

Tenía velocidad. Intuición. Una fuerza desordenada que parecía caótica… hasta que se canalizó.

Con él, Esteban trabajó cuerpo y mente a la vez: correr con peso, entrenar con obstáculos, y cada tanto, repetir las frases en lenguas antiguas del Codex.

Un día, al gritar una de ellas, una barrera de energía detuvo un golpe de Esteban.

—¿Yo hice eso?

—Sí —respondió Tharion desde dentro de Esteban—. La defensa. Él es el escudo.

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Pasaron tres semanas.

La casa ya no era la misma.

Habían dibujado símbolos de protección en las paredes internas.
Guardaban sal, agua bendita, metales consagrados, hierbas, y frases del Codex repartidas por habitaciones.

Y cada noche, Esteban escribía un símbolo más en una libreta: un nuevo recuerdo de Tharion, un nuevo fragmento de lo que había sido.

Pero aún faltaba algo.

La sincronía.

—Debemos aprender a pelear juntos —dijo una noche—. No basta con estar listos por separado.

Y así nació el "Círculo": una práctica en la que los cuatro hermanos se colocaban espalda contra espalda, cerraban los ojos, y debían moverse como uno solo ante cada estímulo.

Al principio fue un desastre.

Pero al séptimo día, se movieron juntos. Sin hablar. Sin verse.

Y Tharion habló con otra voz.

—Así eran los portadores antiguos. Uno. No sangre compartida… sino propósito.

Y en el aire, por un segundo, el cielo tembló.

El entrenamiento no había terminado, pero los Hijos del Silencio ya sabían que algo se estaba preparando.

Y cuando vinieran, esta vez… los cuatro estarían listos.




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