Los Fragmentados: herencia de luz y sombra

CAPÍTULO 14: CAMINO AL SEPULCRO DE LUZ

El pergamino indicaba una dirección imposible:
“Bajo la Cruz de Calchines, donde la tierra respira y el eco no vuelve.”

Azarel no dudó. Sabía exactamente dónde era.

—La Falla de San Roque, al norte de Santa Fe, cerca de un viejo cementerio que ya no figura en ningún mapa.
—Es un sitio protegido. Solo puede ser abierto si los cuatro Fragmentarios están juntos. Si el linaje está completo.

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El viaje fue silencioso.

Viajaron en una vieja camioneta azul que Azarel había preparado hacía años. Dentro, todo estaba cubierto con símbolos de protección, clavos consagrados y espejos ennegrecidos.

Gerardo iba pegado a la ventana, fascinado.
Eloy leía en voz baja fragmentos del Codex.
José María apenas podía contener la ansiedad.
Y Esteban… tenía los ojos cerrados, comunicándose con Tharion.

—Este lugar... ¿qué es? —preguntó en su mente.

—Un eco del pasado. Un templo y una tumba. Es donde los Fragmentados dejaban lo que no podían cargar.

—¿Como qué?

—Verdades. Armas. Memoria.
—Y a veces… pecados.

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Llegaron al anochecer.

La Cruz de Calchines estaba oxidada y doblada. Se alzaba sobre un campo seco, donde la bruma parecía tener vida.
Azarel caminó al frente. Los hermanos detrás.

—Aquí es.

Eloy sintió náuseas. Gerardo tuvo un espasmo eléctrico en los dedos.
José María sintió que su corazón latía con otro ritmo.
Y Esteban… escuchó una palabra antigua en su mente:
“Meminor.” ("Yo recuerdo.")

Azarel sacó un cuchillo curvo.

—Cada uno debe dar una gota de sangre sobre la cruz.
—Es un sello ancestral. No es magia: es memoria codificada en la tierra.

Lo hicieron. Uno por uno.

La cruz comenzó a temblar. El suelo se abrió con un crujido que partió el silencio.
Un círculo de piedra descendió en espiral hacia la tierra.
Una escalera antigua, cubierta de raíces, los invitaba a bajar.

Lo hicieron.

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El aire bajo tierra era frío y denso.
Las paredes estaban llenas de grabados que representaban figuras aladas luchando contra sombras con coronas.
Estatuas mutiladas, altares vacíos, y en el centro…

Una cápsula de cristal negro, suspendida en medio de un cráter artificial.
Dentro: pergaminos sellados, armas antiguas, y un libro con la tapa grabada en oro:
“IN NOMINE FLAMMAE. Fragmentarium II.”

Azarel sonrió. Casi con dolor.

—Esto… esto no debería haber sido abierto nunca. Pero los tiempos han cambiado.

José María tomó una de las espadas. Al tocarla, su brazo brilló.
Gerardo extendió la mano hacia un medallón con forma de ojo: al hacerlo, sintió una visión fugaz de demonios encadenados.

Eloy se acercó al altar.

Había una flor blanca, aún viva, sobre una piedra.
Cuando la tocó, una voz le susurró:

—“Tu fe es la llave. No la duda.”

Esteban abrió el libro.

Y lo primero que leyó fue una frase que lo dejó helado:

“Si Tharion ha despertado, entonces también lo hará Malgareth, el Fragmentado Caído.”

Cerró el libro de golpe.

—No estamos solos.
—Y no todos los ángeles están del lado de la justicia.

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Azarel recogió una lanza antigua y se la entregó a Gerardo.

—A partir de hoy, no son solo hermanos.
—Son herederos.
—Y la guerra que se acerca… comenzó hace siglos.



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En el texto hay: fantasia angeles y demonios, fantasía ficción

Editado: 02.06.2025

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