Villa Ángela, Chaco — 03:33 a.m.
La casa estaba en silencio.
Una familia dormía: madre, padre, dos hijos.
Pero algo se movía afuera.
Las cámaras de seguridad dejaron de grabar. Las luces parpadearon.
Un viento seco, como si arrastrara cenizas, entró por las rendijas.
El niño menor se despertó llorando.
—Mamá, hay un hombre en mi cuarto.
La madre, aún somnolienta, lo abrazó.
Pero cuando miró hacia el pasillo, la sombra ya estaba allí.
No caminaba. Se deslizaba.
Tenía un cuerpo humano, pero distorsionado, como si la luz evitara tocarlo.
De su espalda brotaban alas negras, rasgadas, cubiertas de símbolos arcaicos.
En su mano sostenía una cadena de huesos, que goteaba un líquido espeso y oscuro.
—¿Quién sos? ¿Qué querés? —gritó el padre, corriendo al pasillo con un bate.
El ser lo miró. Sus ojos brillaban con un fuego violeta, sin emoción.
—Soy Malgareth. El que recuerda lo que los justos olvidaron.
—Vengo a liberar lo que ustedes sellaron con ignorancia.
—Este hogar está marcado.
El bate se convirtió en polvo cuando lo alzó.
El padre gritó, cayó de rodillas.
La madre se interpuso, cuerpo tembloroso.
—¡Mis hijos no! ¡Llevame a mí!
Malgareth se acercó.
La cadena se alzó como una serpiente.
—No vine por sus almas. Vine por lo que llevan dentro.
—Uno de ustedes... porta la chispa.
La niña mayor, escondida detrás de un ropero, comenzó a flotar sin explicación.
Sus ojos se tornaron blancos.
Un susurro en idioma antiguo resonó en la casa:
“Illum videntem lucis... revertere ad chaos.”
Con un gesto, Malgareth liberó un alarido que apagó todas las velas, todas las luces, todos los relojes.
La niña cayó inconsciente.
Luego, el Fragmentado Oscuro alzó la cabeza hacia el cielo, atravesando el techo con su mirada.
—Uno ha despertado. Pero yo fui primero.
—Y yo recordaré por todos.
Desapareció en una explosión de polvo negro.
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A cientos de kilómetros, en Casilda, Esteban se despertó con un espasmo.
Tharion temblaba dentro de él.
—Lo sentí.
—Malgareth está libre. Y ya encontró a otra portadora.
José María entró al cuarto con los ojos abiertos como platos.
—Algo está pasando en el norte. Me llegó en un sueño.
—Una niña… una chispa… y alguien encadenado.
Esteban cerró los ojos. La guerra ya no era una posibilidad.
Era una realidad.
—Tenemos que llegar antes que él… o perderemos todo.