El viaje al norte fue rápido, silencioso, cargado de tensión.
Azarel manejaba con una mirada perdida en el horizonte.
José María leía el Fragmentarium II sin pausa, buscando símbolos que se repitieran en sus sueños.
Eloy y Gerardo no hablaban. Esteban, con los ojos cerrados, sentía a Tharion vibrar dentro de él como si ya estuviera en combate.
—No vamos a encontrar a un demonio. Vamos a encontrar a un Fragmentado con voluntad propia. —murmuró Tharion.
—Y eso lo hace aún más peligroso.
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Llegaron a Villa Ángela de noche.
La casa estaba acordonada, pero vacía. Las autoridades no habían podido explicar lo sucedido.
Solo un informe policial repetía:
"Explosión de origen desconocido. Todos vivos. Ninguna señal de incendio ni sustancia química."
Azarel guió a los hermanos hasta un campo detrás de la vivienda, donde la energía se sentía distorsionada.
Gerardo vomitó apenas bajó del auto. Eloy cayó de rodillas con una presión en el pecho.
—Está cerca —dijo Esteban—. O algo suyo lo está.
Entonces, del aire estancado, surgió una figura.
No era Malgareth. Era su sombra. Un eco.
Una criatura sin rostro, con alas de humo y una boca cosida con cadenas.
—Fragmentados... impuros.
—No debieron romper el ciclo.
Esteban desenvainó la espada sin pensarlo.
José María comenzó a dibujar un sello en la tierra con sal consagrada.
La sombra atacó primero.
Una ráfaga de viento la empujó contra los hermanos, dividiéndolos. Gerardo rodó por el pasto.
Eloy gritó al ver cómo la criatura flotaba hacia él con garras extendidas.
Azarel se interpuso con su bastón grabado, bloqueando el ataque.
—¡José, terminá el sello!
—¡Casi está!
Esteban invocó a Tharion.
Sus ojos ardieron. Las alas plateadas se desplegaron con un rugido.
El campo entero se iluminó.
—¡NO TOCARÁS A LOS MÍOS! —gritó Tharion a través de él.
Chocaron.
Espada contra sombra. Luz contra vacío.
La criatura aulló al ser herida.
José María activó el sello, encerrándola momentáneamente.
Entonces, una voz profunda rasgó el cielo, como si hablara desde dentro de todos ellos:
—Esa niña no les pertenece. Ella es mía. Fue marcada por mi llama mucho antes de que ustedes supieran hablar.
Malgareth.
Su presencia, aunque no física, quemaba. El suelo se agrietaba.
El eco de su risa helaba los huesos.
—Sigan mi rastro. Atrévanse. Pero recuerden esto: la justicia de los ángeles... es una mentira que yo viví en carne.
Y con una última explosión, la sombra se desintegró.
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En el silencio, los hermanos respiraron con dificultad.
—¿Y la niña? —preguntó Eloy.
Azarel señaló una granja cercana.
—Sobrevivió. Pero no por mucho tiempo si Malgareth vuelve en persona.
—Debemos protegerla… o perderemos a una de las pocas almas que aún pueden inclinar la balanza.
Esteban se levantó lentamente, con Tharion aún visible en sus ojos.
—Entonces esta guerra ya tiene nombre.
—Y nosotros… ya no somos solo sobrevivientes.
—Somos los últimos protectores.