La encontraron en un galpón abandonado, envuelta en mantas, en silencio absoluto.
Se llamaba Lucía.
Tenía nueve años, piel morena y ojos tan negros que reflejaban más de lo que mostraban.
No hablaba desde la noche del ataque. Ni con su madre, ni con su padre, ni con nadie.
Pero al ver a Esteban, se aferró a su brazo como si lo conociera.
—Ella siente a Tharion —dijo Azarel, con la voz grave—. La chispa en su interior reconoce al fragmento mayor.
Estaban en una cabaña segura, aislada del pueblo. José María sellaba las puertas con símbolos del libro antiguo.
Eloy vigilaba las cámaras. Gerardo intentaba distraer a Lucía con dibujos.
Esteban no se apartaba de ella.
—¿Cómo la despertamos? —preguntó.
—No se trata de forzar la luz —respondió Azarel—. Sino de ayudarla a recordar que está allí.
—La chispa es una herencia espiritual. Duerme mientras el alma no está lista. Pero si Malgareth ya la marcó… no tenemos tiempo.
José María leyó en voz alta un pasaje del Fragmentarium:
“El portador será conocido por el fuego que no consume.
Por los sueños en los que no duerme.
Y por el recuerdo de un canto que no ha oído jamás.”
Esa noche, hicieron el intento.
Lucía fue colocada en el centro del círculo de protección. Esteban se arrodilló frente a ella, con Tharion latente en sus ojos.
José María sostenía una esfera de cuarzo que brillaba débilmente.
Azarel cantaba en idioma celestial, una melodía olvidada por siglos.
Y entonces… Lucía habló.
—Mi ángel se llama Kael. Él llora en mis sueños.
—Dice que se escondió cuando el cielo cayó.
Un estallido de energía la rodeó.
El cuarzo se quebró.
Sus ojos se volvieron completamente blancos, y su cabello se elevó por un instante.
La habitación tembló.
Eloy y Gerardo retrocedieron. Esteban contuvo la fuerza con su cuerpo, con Tharion completamente despierto.
—¡Ella está despertando! —gritó Azarel.
Lucía comenzó a llorar. No de miedo, sino de alivio.
—Kael… dice que no estoy sola.
Entonces, como una llamarada controlada, la energía se estabilizó.
Lucía cayó de rodillas, extenuada, pero viva. Despierta.
Y diferente.
—Ahora puede elegir. —dijo Azarel—.
—Proteger, huir... o pelear.
José María se acercó a Esteban.
—¿Sentiste eso?
Esteban asintió.
—Una nueva luz se encendió. Y Malgareth lo sintió también.
En la distancia, un cuervo se posó sobre un árbol seco, observando en silencio.
Lucía levantó la cabeza.
—Él vendrá otra vez.
Esteban, sin apartar la vista de ella, respondió:
—Y esta vez, lo estaremos esperando.