La casa seguía en pie, aunque el abandono la había carcomido por dentro.
Las paredes descascaradas, el techo con goteras, y un silencio profundo como si el tiempo se hubiera detenido al marcharse ellos.
Gerardo fue el primero en entrar.
—Todo huele igual… y al mismo tiempo, distinto.
—Como si alguien más viviera acá en lo invisible.
José María no dijo nada. Solo miraba el pasillo que llevaba a su antigua habitación.
Azarel esperaba afuera con Lucía, protegiendo un perímetro espiritual.
Esteban sintió el temblor de Tharion en el pecho. No era miedo. Era recuerdo.
—Ella hizo esto por nosotros —murmuró—. Nos protegió incluso cuando parecía ausente.
La llave oxidada los llevó directamente al suelo de la habitación de José María.
Eloy ayudó a remover las tablas con cuidado.
No tardaron en encontrar una trampilla sellada con cera antigua y símbolos grabados a mano.
—Esto no es magia celestial —dijo José—. Esto… es un lenguaje mezclado.
—Parte angelical, parte humano… y parte de ella.
Esteban insertó la llave. Encajó a la perfección.
Un clic seco. El sello se rompió.
Y una corriente de energía los recorrió a todos.
Abrieron la trampilla.
Adentro, cuidadosamente envuelto en telas blancas, había un cofre de hierro ennegrecido por el tiempo.
Tenía en la tapa el mismo símbolo que Tharion porta en su pecho: el emblema del Fragmentado.
—¿Esto lo puso mamá ahí? —preguntó Gerardo con la voz baja, casi temerosa.
Esteban asintió.
—Ella sabía. Siempre supo.
José María notó un papel doblado entre los pliegues de tela.
Lo abrió. Era una carta.
> “Esteban, si encontrás esto, es porque tu fuego despertó del todo.
Perdóname por el silencio, por la ceguera fingida.
Cuando vi tus ojos cambiar aquella noche, entendí que eras más que mi hijo.
Sos el guardián. Y tus hermanos, tu espada y tu escudo.
No dejés que el miedo los divida.
Porque cuando llegue el Fragmentado Caído… solo juntos podrán cerrarle el camino.”
Los hermanos se miraron, conmovidos, sacudidos.
Eloy, con la voz entrecortada, murmuró:
—¿Y ahora qué?
Esteban puso la carta dentro del cofre, que aún no se animaban a abrir.
—Ahora volvemos a la cabaña.
—Y nos preparamos para abrir esto… cuando llegue el momento.
José María miró por última vez la habitación.
—Ella no fue débil. Fue fuerte de otra forma.
—Nos dio algo más que vida. Nos dio dirección.
---
Cuando salieron, el cielo estaba gris.
Y en la lejanía, sobre un monte seco, Malgareth observaba con la túnica al viento.
—Ya no están solos —dijo con tono ácido—.
—Pero tampoco están listos.
Y en sus manos, una criatura sombría se retorcía.
—Es hora de romper sus muros.