CAPÍTULO 21: EL NOMBRE QUE ARDE
La cabaña temblaba bajo una tensión invisible.
Habían regresado al atardecer, con el cofre en brazos de Esteban, como si llevara el corazón de algo más grande que ellos.
Lucía, con los ojos brillando de sueños no dichos, susurró:
—El cofre no está cerrado solo por llave.
—Requiere algo más. Algo de ustedes.
Azarel preparó un círculo de contención.
—Lo que hay ahí puede liberarse. Y no sabemos si nos va a querer escuchar.
Colocaron el cofre en el centro del círculo, junto al símbolo del Fragmentado trazado en sal y aceite.
Esteban miró a sus hermanos.
—La carta decía que solo juntos podíamos abrirlo.
—Así que vamos a hacerlo.
Se tomaron de las manos alrededor del círculo.
José María dudó un segundo, pero al mirar a Gerardo, firme a su lado, asintió.
Tharion emergió apenas en los ojos de Esteban, y su voz se entremezcló con la de él:
—Decid vuestros nombres.
—Y la puerta responderá.
Uno por uno, dijeron sus nombres en voz alta.
No sus apodos. No como se llamaban entre sí.
Sino como si invocaran algo más profundo:
—Esteban.
—José María.
—Eloy.
—Gerardo.
El cofre emitió un latido, como si tuviera vida.
La cerradura crujió… y se abrió.
Dentro, envuelto en una tela de lino antiguo, yacía un fragmento de armadura blanca, tallado con símbolos de luz y cicatrices oscuras como si hubiera sobrevivido a una guerra eterna.
Junto a él, había un libro delgado, cubierto en cuero rojo.
Azarel lo tomó con reverencia.
—Este no es un libro cualquiera. Es un Vínculum.
—Un grimorio personal de un ángel… o de alguien que vivió con uno.
José María lo abrió con manos temblorosas.
En la primera página, escrita con una caligrafía conocida, decía:
> “Fragmentos de Tharion. Recuerdos de lo que fue.
Anotados por Rebeca, la que sostuvo la llama.”
—Mamá… escribió esto —susurró Esteban.
Pasaron las páginas lentamente.
Eran visiones, fragmentos de batallas, nombres de otros como Esteban en el pasado.
Y uno de ellos se repetía, tachado y reescrito una y otra vez:
> MALGARETH.
—Ella conocía su nombre real… —dijo Azarel con voz grave—.
—Lo supo todo este tiempo. Y lo protegió de nosotros. Hasta que estuviéramos listos.
Gerardo, que había permanecido en silencio, levantó la pieza de armadura.
Era una hombrera… y al tocarla, la energía de Tharion estalló en el aire.
—¡Él la usó! —gritó Esteban—. ¡Es parte de él!
Lucía se cubrió el rostro al recibir la energía.
Y entonces, con voz que no era solo suya, sino de Kael, el ángel dentro de ella, declaró:
—Cuando las piezas se reúnan, el Fragmentado será completo.
Pero el Caído también se fortalecerá.
La elección no es evitar la guerra…
Sino con qué verdad pelearla.
El aire se volvió más denso.
El cofre estaba abierto.
El pasado había hablado.
Ahora, la batalla no era solo por sobrevivir.
Era por descubrir quién había sido Tharion… y quién debía ser ahora.