CAPÍTULO 23: EL FUEGO QUE COMPARTE
La noche se partió con un rugido.
Las paredes de la cabaña vibraron como si algo enorme hubiera respirado justo encima de ella.
Lucía se incorporó de golpe. Kael, el ángel dentro de ella, apenas pudo pronunciar dos palabras:
—Ya viene.
El cielo sobre la cabaña estalló.
Luz negra, como relámpagos hechos de desesperanza, rasgó el firmamento.
Y de entre los árboles, emergieron sombras con alas rotas y ojos ardientes.
Ángeles caídos. Varios.
Y al frente de ellos, caminando como un espectro coronado de ruina, Malgareth.
Azarel alzó su bastón, pero una fuerza invisible lo arrojó contra la pared.
—¡No hay tiempo! —gritó José María—. ¡Están entrando!
Las puertas estallaron.
Esteban avanzó con la hombrera brillando como un sol quebrado.
Tharion lo envolvía con una furia contenida.
Y al ver a Gerardo caer herido, atravesado por un fragmento oscuro, algo dentro de él se soltó.
—¡BASTA!
Con un grito, Esteban colocó la hombrera sobre su brazo izquierdo.
El resplandor fue ciego, ensordecedor.
Sus ojos se tornaron dorados.
Sus pies dejaron el suelo.
Las alas de Tharion se abrieron detrás de él, gigantescas, blancas… pero marcadas por líneas negras de fractura.
Con un movimiento de su mano, barrió a tres ángeles caídos contra los árboles, haciéndolos trizas.
Pero su voz ya no era del todo suya.
—El juicio no puede esperar más.
—Todo lo que es impuro, caerá.
José María corrió hacia él, viendo cómo su hermano comenzaba a perder el control.
Su piel se endurecía. Sus rasgos se tornaban cada vez más angelicales… menos humanos.
—¡Esteban! ¡Nos vas a perder!
Y sin pensarlo, lo tocó.
La energía lo atravesó como un relámpago.
José gritó.
Y su brazo derecho se envolvió en fuego.
Su cuerpo se cubrió con una protección luminosa, y de su espalda brotó una sombra de ala, como un reflejo de lo que Tharion era.
Eloy y Gerardo, heridos, también se acercaron.
Esteban gritó:
—¡NO! ¡No toquen esto! ¡Los va a consumir!
Pero ya era tarde.
Ambos lo tocaron.
Ambos compartieron el fuego.
Y en un instante, los cuatro hermanos estaban transformados.
No completamente ángeles.
No completamente humanos.
Algo nuevo.
José María canalizaba fuego puro.
Eloy generaba escudos de energía que deshacían la oscuridad.
Gerardo se movía como una sombra, atacando desde ángulos imposibles.
Y Esteban…
Esteban brillaba como un sol doliente.
Los ángeles caídos, al verlos, retrocedieron.
Malgareth, por primera vez, rió.
—Entonces… así es como empieza.
El regreso de los Fragmentados.
—¡Muy bien, hijos de Elena! ¡Muéstrenme si pueden evitar el destino… o si solo lo están cumpliendo!
Y se lanzó al ataque.
La batalla desató una tormenta de luz y sombra.
Los hermanos, juntos, resistían.
Golpeaban con una precisión nacida no de entrenamiento… sino de vínculo.
Pero dentro de Esteban, Tharion rugía:
—Si siguen absorbiendo más… si seguimos así… no quedará humanidad. Solo juicio.
Y entonces, en medio del combate, José María gritó:
—¡No somos solo juicio, Tharion! ¡Somos hermanos!
¡Y eso es lo que nos hace fuertes!
Esteban, en lo profundo de su interior, sintió algo cambiar.
Una grieta en la furia.
Una semilla de elección.
La batalla aún no terminaba.
Pero por primera vez, no estaban solos.
Y el poder… podía compartirse sin perderse.