La tierra alrededor de la cabaña era un campo de ruinas.
Troncos partidos como huesos.
Huellas ardientes en la tierra.
La estructura de la casa resistía, pero las paredes estaban quemadas, rajadas, y el cielo sobre ellos parecía aún cargado de un humo que no era natural.
Lucía caminaba entre los restos, buscando sobrevivientes entre las sombras.
Azarel respiraba con dificultad, con parte del pecho vendado.
Malgareth había huido. No destruido… solo contenido.
Esteban permanecía arrodillado en el centro del claro.
La hombrera izquierda resplandecía con menos intensidad, como si también hubiera peleado más allá de sus límites.
Sus hermanos estaban cerca.
José María, con la capa de energía aún vibrando en su brazo.
Eloy, con el pecho cubierto de runas que parpadeaban.
Gerardo, silencioso, con los ojos encendidos por una claridad que no venía de ninguna fuente de luz natural.
—¿Lo sienten? —murmuró José—. Es como si algo se hubiera abierto adentro nuestro. Como si ya no pudiéramos volver atrás.
—No queremos volver atrás —dijo Gerardo, por primera vez con voz firme.
Esteban asintió.
—Ahora sabemos lo que hay en nosotros. Y lo que puede venir.
Esto no fue todo. Fue… apenas la primera ola.
Eloy miró el cielo.
Una nube con forma de ala rota se deshacía entre las estrellas.
—¿Y ahora? ¿Esperamos?
—No —dijo Esteban, poniéndose de pie—.
Ahora buscamos.
Todos lo miraron.
—La hombrera fue solo el principio. El cofre hablaba de las otras piezas: el peto, las grebas, el yelmo y… la espada.
Lucía se acercó, su rostro surcado por la preocupación… y la fe.
—Esa armadura completa no es solo poder. Es memoria. Es historia.
Y es también tentación. Si no están listos…
—Vamos a estarlo —respondió José—. Juntos. No hay otro camino.
El viento sopló fuerte entre los árboles calcinados.
Una hoja dorada giró en el aire y cayó justo frente a Esteban.
Este la recogió y en su interior había una runa.
“Cuando la armadura esté completa, el Fragmentado será uno.
Y deberá elegir: ascender… o arder.”
Esteban guardó la hoja.
—Vayamos al norte. La próxima señal está allí.
Pero esta vez… no como fugitivos.
Los cuatro hermanos se miraron.
Sus cuerpos aún marcados, sus almas heridas.
Pero algo había cambiado.
Ya no eran niños protegidos.
Ni portadores de un poder que no comprendían.
Ahora eran guerreros.
Un vínculo viviente.
Y mientras el sol nacía, Esteban sintió a Tharion… más callado. Más presente.
Como si también él supiera:
La guerra recién comenzaba.
Y aún quedaban muchas piezas por encontrar.